– Debería haberlo adivinado -dijo él con tono despectivo.
Fingir ignorancia era perder el tiempo. ¿Cómo podía haberla calado tan bien alguien que la conocía desde hacía solo unos días? Ella alzó la barbilla.
– Necesito tiempo para acostumbrarme, eso es todo.
– Te lo juro por Dios, como le pidas un autógrafo…
– Tendría que hablar con él antes para que eso ocurriera. Y hasta ahora no he podido decir ni mu en su presencia.
El bufó y tomó un trago de cerveza.
– Lo largaré por la mañana. -Ella sacó una silla de debajo de la mesa.
– No has tardado mucho en venir. ¿Has hablado con él?
– Le conté lo de Riley, le señalé el dormitorio con un dedo, y luego me disculpé con cortesía para ir a buscar a mi prometida.
Ella lo miró con cautela.
– No vas a dormir aquí.
– Ni tú. Que me maten si le doy la satisfacción de echarme de mi propia casa.
– Pues aún estás aquí.
– He venido a buscarte. Por si te has olvidado, esos dormitorios no tienen puertas, y no quiero que se sepa que mi amorcito no duerme conmigo.
– En caso de que te hayas olvidado, no soy tu amorcito.
– Por ahora, sí lo eres.
– Bueno, parece que te has vuelto a olvidar de mi voto de castidad.
– Jodido voto de castidad. ¿Trabajas para mí o no?
– Ya cocino para ti. No finjas que no comes lo que hago. Vi lo poco que quedó de las sobras de anoche.
– Bueno, pues no necesito una cocinera. Lo que necesito es alguien que duerma conmigo esta noche. -La miró por encima de la botella de cerveza-. Te pagaré.
Ella parpadeó.
– ¿Quieres pagarme para que me acueste contigo?
– Debo decirte que jamás me han acusado de ser tacaño.
Ella se llevó la mano al pecho.
– ¡Oh! Éste es un momento tan glorioso que necesito saborearlo.
– ¿Dónde está el problema? -preguntó Dean con inocencia.
– Bueno, para empezar, un hombre al que creía respetar me está ofreciendo dinero por acostarse conmigo.
– Sigue soñando, Castora. Y deja de pensar mal.
– Ya. ¿Como la última vez que dormimos juntos?
– No sé de qué hablas.
– Cuando me desperté me estabas metiendo mano.
– Ya te gustaría.
– Tenías la mano dentro de mis vaqueros.
– Fantasías calenturientas de una mujer hambrienta de sexo.
No dejaría que la manipulara.
– Vete a dormir solo.
Dejó la botella de cerveza sobre el suelo, se apoyó sobre una cadera, y sacó la cartera. Sin decir nada, sacó dos billetes y los sacudió entre los dedos.
Eran dos billetes de cincuenta.
12
Un montón de indignadas respuestas atravesaron la mente de Blue antes de llegar a la conclusión obvia: podía ser comprada. Cierto, podía salir mal parada, pero ¿no era eso parte del juego que estaban jugando? Tener ese dinero en la cartera bien justificaba el riesgo. Además le daba la oportunidad de demostrarle exactamente lo inmune que era a sus encantos.
Agarró los billetes.
– Vale, comadreja, tú ganas. -Se metió el dinero en el bolsillo trasero-. Pero sólo acepto porque estoy sin blanca y demasiado desesperada. Y porque esa habitación no tiene puerta así que no podrás ponerte demasiado cariñoso conmigo.
– Sólo lo necesario.
– Lo digo en serio, Dean. Si intentas algo…
– ¿Yo? ¿Y tú? -Sus ojos la recorrieron como si fuera nata montada sobre un pastel recién hecho-. ¿A ver que te parece esto? Doble o nada.
– ¿Qué quieres decir?
– Si tú me tocas primero, te quedas sin nada. Si te toco yo, ganas cien más. Si ninguno de los dos toca al otro, el trato se queda tal cual.
Ella lo pensó durante un momento, pero no veía ningún peligro inmediato, a no ser esa mujerzuela que llevaba dentro y a la que podía controlar de sobra si se lo proponía.
– Trato hecho. Pero antes de nada… -No pensaba pasar más tiempo del necesario con él en ese dormitorio, así que le birló la cerveza y se acomodó en el lado opuesto de la cama-. Estás tremendamente resentido con tus padres. Empiezo a pensar que tu infancia fue todavía más retorcida que la mía.
Él frotó un dedo del pie contra el tobillo de Blue.
– Pero yo la he superado, y tú aún sigues dando tumbos.
Ella apartó el pie.
– Y de todas las mujeres del planeta, me has elegido a mí para casarte.
– Ah, sobre eso… -se inclinó sobre una cadera y volvió a meterse la cartera en el bolsillo-, antes de que se me olvide, por lo visto ahora hemos decidido que iremos a París en vez de a Hawai para casarnos.
– ¿Y eso?
– Oye, no eres tú la única que tienes dudas.
– Pobre Dean. Dar esquinazo a todas esas mujeres que te acosan en los bares es un trabajo muy duro, ¿verdad? -La pantorrilla de Dean le rozó la pierna-. Una curiosidad, ¿por qué las evitas?
– No me interesan.
Lo que significaba que estaban casadas o eran viejas.
– ¿Fue muy terrible tu infancia?
Seguro que lo había molestado, porque frunció el ceño.
– Estuvo bien. Tuve un montón de niñeras hasta que fui a uno de los mejores internados. Supongo que te decepcionará saber que no me pegaron ni me hicieron pasar hambre, y encima aprendí a jugar al fútbol americano.
– ¿Te visitó tu padre alguna vez?
Él se incorporó y recuperó la cerveza.
– Lo cierto es que no quiero hablar de eso.
Ella se rebajó a un poco de sutil manipulación.
– Si es demasiado doloroso…
– No. Ni siquiera supe que era mi padre hasta los trece años. Antes pensaba que mi padre era el Boss.
– ¿Pensabas que Bruce Springsteen era tu padre?
– Una de las muchas fantasías etílicas de April. Es una pena que no fuera verdad. -Acabó la cerveza y la dejó en el suelo con un tintineo.
– No me la imagino borracha. Ahora es tan controlada. ¿Jack supo que eras su hijo desde el principio?
– Oh, sí.
– Qué chungo. Si April era una drogadicta, ¿no se preocupó Jack por su embarazo?
– April se mantuvo limpia durante todo el embarazo. Creo que pensaba que así él se casaría con ella. Al final no lo hizo, claro. -El se levantó y se calzó los zapatos-. Deja de darle vueltas. Vámonos.
Ella se levantó a regañadientes.
– Lo digo en serio, Dean. No te atrevas a tocarme.
– Estoy empezando a ofenderme.
– No, eso no es cierto. Lo único que quieres es hacérmelo pasar mal.
– Tanto como mal… -Posó la mano en el hueco de la espalda de Blue, justo donde era más sensible.
Ella se apartó y salió fuera. Al levantar la mirada vio que la luz del dormitorio de Jack estaba apagada.
– La luz está apagada.
– Mad Jack acostado a media noche. Ver para creer.
Las chanclas de Blue resonaron sobre la hierba húmeda.
– No te pareces nada a él.
– Gracias por el cumplido, pero no te preocupes, hay una prueba de paternidad que demuestra lo contrario.
– No estaba insinuando…
– ¿ Podemos hablar de otra tema? -Mantuvo la puerta de la casa abierta para que ella entrara-. Como por ejemplo, ¿por qué te asusta tanto el sexo?
– Sólo contigo. Tengo alergia a tu crema de noche.
La risa ronca de Dean resonó en la cálida noche de Tennessee.
Cuando Dean salió del baño, ella ya estaba metida en la cama. A Blue le costó apartar los ojos de la evidente protuberancia que mostraba los boxers ajustados verdes de Zona de Anotación de Dean, pero sólo pudo levantar la vista hasta el abdomen plano y la flecha de vello clorado que señalaba su Armagedon antes de que Dean se diera cuenta del enorme montón de almohadas que ella había colocado en medio de la cama.