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– Sé que estoy gorda y todo eso -dijo Riley en voz baja-. Y sé que no te gusto, pero no haré ruido, y papá tampoco lo hará. -Levantó esos ojos desconsolados para mirar a Dean directamente a la cara-. No presta atención a nadie cuando compone. No te molestará. Yo incluso podría ayudar por aquí. Podría… podría barrer, o fregar los platos. -Dean se quedó paralizado mientras las lágrimas de Riley casi ahogaban sus siguientes palabras-. O si necesitas que alguien entrene contigo…, yo podría intentarlo.

Dean cerró los ojos con fuerza. Parecía haberse quedado sin respiración. Mad Jack volvió a abrir su teléfono.

– No quiero oír más tonterías. Te vienes conmigo.

– ¡No, no voy!

Dean se deshizo del brazo de Blue, y con la voz ronca, como si se rompiera una presa en su interior, exclamó:

– ¿No puedes ofrecerle a la niña ni siquiera dos jodidas semanas de tu asquerosa vida?

Riley se quedó callada. April levantó la cabeza lentamente. Jack no se movió.

– ¡Su madre acaba de morir, por el amor de Dios! Te necesita. ¿O también vas a abandonarla como hiciste conmigo? -Dean se dio cuenta de lo que había dicho y se dirigió hacia la puerta. La ventana del fregadero traqueteó cuando salió dando un portazo.

Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula de Jack. Se aclaró la garganta, y cambió el peso de un pie a otro.

– Bueno, Riley, tienes una semana. Una, no dos.

Riley agrandó los ojos.

– ¿De veras? ¿Puedo quedarme aquí contigo?

– Primero iremos a Nashville para hacer las maletas. Y tienes que prometerme que no volverás a escaparte nunca más.

– ¡Lo prometo!

– Estaremos de vuelta el lunes. Y será mejor que cumplas tu promesa, porque si vuelves a hacer algo así, te mandaré a un internado en Europa, o algún lugar de donde sea imposible escaparse. Lo digo muy en serio, Riley.

– ¡No volveré a hacerlo! Te lo prometo.

Jack se metió el móvil en el bolsillo. Riley miró la cocina como si la viera por primera vez. April se acercó a Blue.

– Ve a ver si está bien -le dijo en voz baja.

13

Blue localizó finalmente a Dean entre la maleza detrás del granero. Tenía las manos en las caderas y miraba el esqueleto oxidado de una camioneta roja. A través del hueco donde una vez había estado la puerta del acompañante, ella podía ver cómo sobresalía el relleno de la tapicería. Un par de libélulas revoloteaban sobre la madera podrida, las llantas desgastadas y otros restos no identificables de maquinaria agrícola que había en la parte trasera de la camioneta. Siguió el camino que él había abierto entre la maleza. Cuando se acercó más, vio los restos de un nido en el volante.

– Sí estás pensando en deshacerte del Vanquish ahora que has visto esto, olvídalo -dijo ella-. Me niego rotundamente.

Dean dejó caer las manos a los costados. Tenía una mirada desolada.

– ¿No te parece que esto se pone cada vez mejor?

– No hay nada como un pequeño drama familiar para descargar adrenalina. -Resistió el deseo de volver a rodearle la cintura con el brazo-. Jack le dijo a Riley que se quedarían una semana -dijo con suavidad-. Pero se la lleva a Nashville el fin de semana. Ya veremos si vuelven.

Dean torció el gesto.

– ¿Cómo coño ha pasado esto? Llevo años manteniéndome alejado de él, y ahora, en unos segundos, lo mando todo a la mierda.

– Yo creo que estuviste genial -dijo ella-. Y te lo dice alguien a quien le gusta encontrarte defectos.

Blue apenas pudo reprimir la sonrisa. Él pateó el guardabarros oxidado.

– ¿Crees que le he hecho un favor a Riley?

– Sí. La has defendido.

– Sólo le he causado más problemas. A Jack sólo le importa su carrera, y lo único que he conseguido con esto es que Riley se lleve otra desilusión.

– Ella ha pasado más tiempo con él que tú, así que es probable que se conozca el percal. Dudo que tenga unas expectativas demasiado altas.

Él cogió un trozo de madera podrida y lo tiró a la caja de la camioneta.

– Ese hijo de perra hará bien en mantenerse fuera de mi vista. No quiero tener ningún trato con él.

– Estoy segura de que lo último que quiere Jack es llamar la atención. -Vaciló, intentando buscar la manera de sacar el tema, pero Dean se le adelantó.

– No hace falta que lo digas. ¿Crees que no me he dado cuenta de que soy la verdadera razón de que April quiera quedarse aquí? Perdió las esperanzas con Jack hace demasiado tiempo. Debería haberme largado en cuanto la vi salir por la puerta.

Blue no quiso volver a recordarle el papel que ella había jugado en todo eso. Rascó un poco de herrumbre.

– ¿Por qué no miramos el lado positivo?

– Oh, por supuesto. ¿Por qué no?

– Es la primera vez que has visto a tu padre y a tu madre juntos. Me parece fantástico.

– No estarás pensando en intentar que se reconcilien, ¿verdad?

– No. Pero tal vez sea hora de enterrar algunos viejos fantasmas. La verdad simple y llana es que son tu familia, para bien o para mal.

– Estás equivocada. -Se puso a recoger algunos trozos de chatarra y los colocó en una pila-. El equipo es mi familia. Ha sido así desde que comencé a jugar al fútbol. Si necesito ayuda, sé que con sólo descolgar el teléfono media docena de tíos cogerán un avión sin hacer preguntas. ¿Cuánta gente puede decir eso de su familia?

– No vas a pasarte la vida jugando al fútbol. ¿Qué pasará luego?

– No importará. Seguirán ahí. -Le dio una patada al eje de la camioneta-. Además, para eso aún queda mucho tiempo.

«No tanto», pensó ella. Dean estaba a un paso de considerarse viejo en el mundo del fútbol.

Blue oyó ladrar aun perro, un ladrido agudo v continuo. Miró por encima del hombro a tiempo de ver la carrera apresurada de una bola blanca entre la maleza. El animal se detuvo al verlos. Echó hacia atrás unas orejas diminutas y su agudo ladrido se hizo más feroz. Tenía el pelaje enredado alrededor de la cara y trozos de hierbas pegados a las patas. Blue lo miró con ojo crítico, parecía un cruce de maltes, el tipo de perro al que deberían llamar Bomboncito y poner un lacito en el moño. Pero ese pequeño animal tenía pinta de no haber sido mimado en mucho tiempo.

Dean se acuclilló.

– ¿De dónde has salido, colega?

El perro dejó de ladrar y lo miró con suspicacia. Dean le tendió la mano con la palma hacia arriba.

– Es increíble que no te haya zampado un coyote.

El perro ladeó la cabeza, luego lo olisqueó con cautela en respuesta a sus palabras.

– No es exactamente un perro de campo -dijo Blue.

– Apuesto lo que quieras a que lo han abandonado. Lo habrán dejado tirado en la carretera. -Hurgó entre el mugriento pelaje del cuello-. No lleva collar. ¿Qué te ha pasado, Asesino? -le pasó la mano por el lomo-. Se le notan las costillas. ¿Cuánto hace que no comes? Me gustaría que me dejaran cinco minutos a solas con el desgraciado que te ha dejado tirado.

El animal se tendió sobre el lomo y abrió las patas. Era una perra.

Blue bajó la vista a la pequeña zorrita.

– Chica, al menos deja que Dean se esfuerce un poco.

– Ignora a Bo Beep. La falta de sexo la convierte en una amargada. -Dean acarició la barriga flaca y sucia del animal-. Ven, Asesina. Vamos a ver qué encontramos para darte de comer. -Con una última palmadita, se puso en pie.

Blue los siguió.

– En cuanto le das de comer a un perro, pasa a ser tuyo.

– ¿Y qué? En las granjas se necesitan perros.