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– ¡Nita Garrison llamará a la policía! Dame la cartera antes de que te arresten.

Él la miró por encima del hombro.

– ¿Para qué quieres mi cartera?

– Para ir a cenar.

– Eso es demasiado rastrero, incluso para ti. -Metió la cabeza dentro de la casa. Se oyó el ladrido bajo y distante de un perro, luego se hizo el silencio.

– ¡Señora Garrison! Soy Dean Robillard. Se ha dejado la puerta de atrás abierta.

Y se coló dentro.

Blue clavó los ojos en la puerta abierta, y luego bajó deprisa las escaleras. Ni siquiera la policía de Garrison podía arrestarla si no entraba, ¿no? Se sentó en las escaleras y apoyó los codos en las rodillas mientras lo esperaba.

Una quejumbrosa voz femenina invadió la quietud de la noche.

– ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Sal de aquí!

– Sé que éste es un pueblo pequeño, señora Garrison -dijo Dean-, pero debería tener las puertas cerradas.

En lugar de amilanarse, la voz se hizo más fuerte y chillona. Blue volvió a detectar un leve acento de Brooklyn.

– Ya me has oído. ¡Fuera!

– En cuanto acabemos de hablar.

– No pienso hablar contigo. ¿Qué estás haciendo ahí fuera, niña?

Blue se giró bruscamente para ver cómo la señora Garrison se cernía amenazadoramente sobre ella en el porche. Estaba muy maquillada, con una gran peluca plateada, pantalones sueltos de punto y una túnica a juego adornada con collares dorados. Esa tarde, sus tobillos sobresalían de un par de zapatillas gastadas color magenta.

Blue fue directa al grano.

– No cruzar el límite para entrar ahí. Eso es lo que estoy haciendo.

– Usted le da miedo -añadió Dean desde el interior-. Pero a mi no.

La señora Garrison apoyó ambas manos en el bastón y miró a Blue como si fuera una cucaracha. Blue se puso de pie a regañadientes.

– No me da miedo -dijo ella-. Pero no he comido desde el desayuno, y todo lo que vi en la cárcel fue una máquina expendedora… y nada más.

La señora Garrison soltó un bufido desafiante y caminó arrastrando los pies hacia Dean.

– Has cometido un error garrafal, señor Pez Gordo.

Blue asomó la cabeza por la puerta.

– No es culpa de él. El pobre ha recibido demasiados golpes en la cabeza. -Cediendo a la curiosidad, atravesó el umbral.

A diferencia del exterior sombrío, el interior de la casa estaba desordenado y descuidado. Había una pila de periódicos al lado de la puerta trasera, y el suelo de gres necesitaba una buena mano de fregona. El correo estaba desparramado sobre una mesita de estilo provenzal francés al lado de un tazón vacío de cereales, una taza de café y los restos de un plátano. La casa no parecía demasiado sucia a pesar de que olía a rancio y parecía desatendida. Había un labrador negro muy viejo y sobrealimentado con una mancha parda en el hocico, tumbado desgarbadamente en una esquina donde el empapelado había comenzado a despegarse. Las sillas doradas y la pequeña lámpara de araña le daban a la cocina un cierto aire a un salón de Las Vegas.

Nita levantó el bastón.

– Voy a llamar a la policía.

Blue no pudo soportarlo más.

– Se lo advierto, señora Garrison. A simple vista, Dean puede parecer una persona estupenda, pero la verdad es que no hay jugador de la NFL que no sea medio animal. Sólo que él sabe disimularlo mejor.

– ¿De veras piensas que puedes asustarme? -se burló Nita-. Me he criado en las calles, cariño.

– Sólo le señalo los hechos. Usted le ha contrariado y eso no augura nada bueno.

– Este es mi pueblo. No puede hacerme nada.

– Eso es lo que usted cree -Blue se acercó al lado de Dean, que se había puesto en cuclillas para acariciar al viejo perro negro-. Los jugadores de fútbol americano son una leyenda. Sé que usted está acostumbrada a tener a la policía local en el bolsillo, fue así como consiguió que me metieran en chirona la semana pasada, pero espere a que Dean les firme un par de autógrafos y les regale un par de entradas; esos policías no recordarán ni su nombre.

Blue tenía que reconocer las agallas de ese viejo murciélago. En lugar de desistir, sonrió con burla en dirección a Dean.

– ¿Crees que eso va a funcionar?

Dean se encogió de hombros.

– Me cae bien la policía, quizá me pase por comisaría para hacerles una visita. Pero, francamente, estoy más interesado en lo que pueda decir mi abogado de ese pequeño boicot suyo.

– Abogados. -Nita escupió la palabra, luego se encaró a Blue otra vez, algo de lo más injusto, ya que Blue estaba intentando mediar entre ellos-. ¿Estás dispuesta a disculparte por la manera en que me dejaste plantada la semana pasada?

– ¿Está usted dispuesta a disculparse con Riley?

– ¿Por decir la verdad? No me gusta mimar a los niños. Las personas como tú quieren resolver todos sus problemas y así no maduran nunca.

– Esa niña en particular acaba de perder a su madre -dijo Dean con una voz suavemente engañosa.

– ¿Desde cuándo la vida es justa? -Entrecerró los ojos, cubriendo aún más de arrugas la sombra azul de sus párpados-. Es mejor que aprendan cuán dura es la vida desde pequeños. Cuando tenía su edad, dormía en la escalera de emergencia para huir de mi padrastro. -Tropezó con la cadera contra la mesa y la taza de café cayó al suelo junto con parte del correo. Nita hizo un gesto ambiguo hacia el desorden-. Nadie del pueblo quiere hacer trabajos domésticos. Ahora todas las chicas negras van a la universidad.

Dean se frotó la oreja.

– Ese condenado Abraham Lincoln.

Blue contuvo una sonrisa.

Nita lo miró de arriba abajo.

– Eres un verdadero listillo, ¿verdad?

– Sí, señora.

La mirada provocativa que le dirigió sugería que había tratado con bastantes hombres guapos en su vida. Sin embargo, no había coqueteo alguno en sus ojos.

– ¿Bailas?

– No creo que tengamos edad para eso.

Nita apretó los labios.

Enseñé en la escuela de Arthur Murray de Manhattan durante muchos años. Baile de salón. Era muy hermosa. -Miró a Blue, como echándole en cara que ella no lo era-. Pierdes el tiempo soñando con él. Eres demasiado simplona.

Dean arqueó una ceja.

– No lo es.

– Eso es lo que le gusta de mí -dijo Blue-. No le hago sombra.

Dean suspiró.

– Eres tonta -se burló Nita-. He conocido a hombres como él durante toda mi vida. Al final, siempre se quedan con las mujeres como yo… como yo solía ser. Rubias de tetas grandes y piernas largas.

Nita había dado en el clavo, pero Blue no estaba dispuesta a reconocerlo.

– A menos que en el fondo sean unos travestis. Entonces se quedan con las que tienen la lencería más bonita.

– ¿Me avisas cuando termines? -dijo Dean.

– Y de todas maneras, ¿a qué te dedicas? -la anciana soltó la pregunta como si fuera una bomba fétida.

– Soy pintora. Pinto retratos de perros y niños.

– ¿De veras? -sus ojos brillaron de interés-. Bueno, entonces, tal vez te contrate para pintar a Tango. -Ladeó la cabeza para observar al viejo perro-. Sí, ¿por qué no? Puedes empezar mañana.

– Ella ya tiene trabajo, señora Garrison -dijo Dean-. Trabaja para mí.

– Has dicho por todo el pueblo que es tu novia.

– Y lo es. Y sé que ella será la primera en decir que soy un trabajo a jornada completa.

– Pamplinas. La engañas para seguir acostándote con ella. En cuanto te aburras, te desharás de ella.