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– No. Ahora soy una aburrida profesional de Los Ángeles.

– No podrías ser aburrida ni aunque te lo propusieras -dijo él.

Un profundo cansancio se apoderó de ella.

– ¿Por qué no estás en la casa?

– Me gusta componer al lado del agua.

– No es exactamente la Costa Azul. He oído que sueles ir por allí.

– Entre otros sitios.

No podía soportar eso. Dejó caer los brazos a los costados.

– Vete, Jack. No quiero que estés aquí. No quiero tenerte cerca

– Soy yo el que debería decir eso.

– Sabes cuidar de ti mismo. -La vieja amargura salió hasta la superficie-. Qué ironía. ¿ Cuántas veces necesité hablar contigo y no contestaste a ni una sola de mis llamadas? Ahora, cuando eres la última persona del mundo que quiero…

– No podía, April. No podía hablar contigo. Eras veneno para mí.

– ¿Veneno? ¿Acaso no compusiste tu mejor música cuando estábamos juntos?

– También compuse la peor. -Se puso de pie-. ¿Te acuerdas de esos días? Me atiborraba de pastillas con vodka.

– Ya te drogabas antes de conocerme.

– No te estoy culpando. Sólo digo que vivir en aquel frenesí de celos lo empeoró todo. Estuvieras con quien estuvieras, incluso con los miembros de mi propio grupo, siempre me preguntaba si te estarías acostando con ellos.

April cerró los puños.

– ¡Te amaba!

– Amabas a todos, April, con tal de que hiciesen rock.

No era cierto. El había sido el único al que había amado de verdad, pero tampoco era cuestión de sacar a relucir los viejos sentimientos. Aunque no le permitiría que la hiciera avergonzarse. Él tampoco se había quedado atrás en lo que a relaciones sexuales se refería.

– Luchaba contra mis propios demonios -dijo él-. No podía luchar también contra los tuyos. ¿Te acuerdas de aquellas peleas? No sólo las nuestras. Golpeaba a todo lo que se me pusiera por delante, fans, fotógrafos. Estaba fuera de control.

Y la había arrastrado con él.

Se acercó al lado de April, en la orilla del estanque. Sólo por cómo se movía, con la misma elegancia y gracia que su hijo, podrían haberlos relacionado. No se parecían en nada más. Dean había salido a sus antepasados nórdicos. Jack era moreno como la noche, oscuro como el pecado. Tragó saliva y le dijo con suavidad.

– Tuvimos un hijo. Necesitaba hablar de él contigo.

– Lo sé. Pero mi supervivencia dependía de mantenerme alejado.

– Tal vez al principio, pero, ¿y después? ¿Qué sentido tenía?

Él buscó su mirada y la encontró.

– Me conformaba con firmarte los cheques a tiempo.

– Jamás te perdonaré que pidieras esa prueba de paternidad.

Él soltó una risita carente de humor.

– Dame un respiro. ¿Cómo podía fiarme de ti? Eras una salvaje fuera de control.

– Y Dean fue quien pagó el pato.

– Sí, él fue quien lo pagó.

Ella se frotó los brazos. Estaba harta de que el pasado se entrometiera en el presente. «Finge que no te afecta». Era el momento de seguir sus propios consejos.

– ¿Dónde está Riley?

– Durmiendo.

Ella dirigió la mirada hacia las ventanas de la casita de invitados.

– ¿Dentro?

– No. En la casa de la granja.

– Creía que Dean y Blue habían salido a cenar.

– Y lo hicieron. -Jack cogió el taburete para llevarlo a la cocina.

– ¿Has dejado sola a Riley?

Él se dirigió hacia la puerta trasera.

– Ya te he dicho que estaba dormida.

– ¿Qué pasa si se despierta?

Subieron las escaleras.

– No lo ha hecho.

– Eso no lo sabes. -Lo siguió-. Jack, no puedes dejar sola a una niña de once años tan asustadiza como Riley en una casa tan grande.

A él jamás le había gustado que lo pusieran a la defensiva, y soltó el taburete en el suelo con un golpe.

– No le va a pasar nada. Está más segura aquí que en la ciudad.

– Ella no se siente segura.

– Creo que conozco a mi hija mejor que tú.

– No sabes qué hacer con ella.

– Ya lo arreglaré -dijo él.

– Hazlo rápido. Hazme caso, ya tiene once años, se te acaba el tiempo.

– ¿No me digas que ahora te consideras una experta en niños?

La cólera hizo otra grieta en el muro de serenidad de April.

– Sí, Jack, lo soy. Qué mejor experto que el que lleva toda una vida de errores.

– En eso tienes razón. -Volvió a coger el taburete para meterlo en la cocina.

La grieta se convirtió en abismo. Sólo una persona tenía derecho a condenarla, y esa persona era Dean. Así que le desafió.

– No te atrevas a convertirte en mi juez. Eres la persona menos indicada.

Él no se amilanó.

– No necesito que me des consejos de cómo tratar a mi hija.

– Eso es lo que tú crees. -Riley le había llegado al corazón, y no podía dejar el tema, no cuando el futuro de esa niña estaba en juego, y no cuando tenía tan claro que Jack estaba equivocado-. La vida no suele dar una segunda oportunidad, pero a ti te la ha dado con ella. Aunque estás echándola a perder. Ya lo estoy viendo. El señor Estrella del Rock tiene cincuenta y cuatro años, y aún no es lo suficiente maduro para adaptar su vida a las necesidades de un niño.

– No intentes que yo pague por tus pecados. -Sus palabras eran duras, pero la falta de convicción en su voz le dijo a April que algo de lo que le había dicho le había tocado la fibra sensible. Él dejó con brusquedad el taburete debajo de la mesa y rozó a April al pasar por su lado. Cerró la puerta de un portazo. April observó por la ventana cómo él cogía la guitarra y soplaba para apagar la vela. Al momento, el jardín se quedó a oscuras.

A Dean le gustaba observar cómo Blue se divertía con el Vanquish. Ella aún estaba tras el volante cuando llegaron a la granja.

– Vuelve a explicármelo -dijo ella-. Explícame cómo sabías que una loca que me lleva veinte centímetros y veinte kilos no me iba a dejar parapléjica.

– Eres una exagerada -dijo él-. Te llevaba diez centímetros y quince kilos. Y yo sé cómo peleas. Y ella no está loca. Estaba tan borracha que apenas se mantenía en pie.

– Aun así…

– Alguien tenía que enseñarle modales. Yo no podía hacerlo. Y esto era un trabajo en equipo. -Sonrió ampliamente-. Y debes admitir que te encantó.

– No puedo negarlo.

– En serio, Blue. Tienes talento natural para meterte en líos.

Dean notó que ella apreciaba el cumplido.

Él se bajó del coche y abrió la puerta del granero para que ella pudiera aparcar el Vanquish. Estaba comenzando a entender sus extraños razonamientos. Crecer sin poder confiar en nadie más que en sí misma la había hecho ferozmente independiente, por lo que no soportaba sentirse agradecida. Todas sus antiguas novias daban por supuesto cenas en restaurantes de lujo y regalos caros. Pero Blue se sentía incómoda incluso con esos pendientes baratos. La había visto mirarse a hurtadillas en el espejo retrovisor, así que sabía que le habían gustado, pero también sabía que se los habría devuelto en un periquete si se le hubiera ocurrido cómo hacerlo sin perder la dignidad. No sabía tratar a una mujer que quería tan poco de él, especialmente cuando él quería tanto de ella.

Blue aparcó el Vanquish y salió. Ese mismo día él había acarreado varias carretillas de pienso y escombros del granero y los establos para dejar sitio al coche. No podía hacer nada con las palomas que anidaban en las viguetas salvo cubrir el coche con una lona, pero en cuanto construyera un garaje eso ya no sería un problema.

Deslizó la puerta del granero para cerrarlo. Blue se acercó a él con los pendientes púrpuras brillando en las orejas. Quería metérsela en el bolsillo, entre otras cosas.