– ¿Cómo te acostumbras? -dijo ella-. No sólo a las peleas, sino a que los desconocidos te inviten a copas y a que todos quieran ser tus amigos. Ni siquiera pareces resentido.
– Creo que es lo justo, considerando la escandalosa cantidad de dinero que me pagan por hacer básicamente nada.
Él esperaba que ella estuviera de acuerdo, pero no lo hizo. En su lugar, se lo quedó mirando y él tuvo el presentimiento de que ella sabía con exactitud cuánto esfuerzo le suponía en realidad todo aquello. Incluso en temporada baja, se pasaba tanto tiempo mirando películas de partidos que jugaba en sueños.
– Los deportes son simples entretenimientos -dijo él-. Si alguien cree que son algo más está perdido.
– Pero a veces tiene que ser una lata.
Lo era.
– No me oirás quejarme.
– Es una de las cosas que me gustan de ti. -Ella le apretó el brazo como si fuera su colega, lo que le hizo rechinar los dientes.
– Tiene muchas más cosas positivas que negativas -apuntó Dean con belicosidad-. La gente sabe quién eres. Es difícil sentirte solo cuando eres alguien medianamente famoso.
Ella apartó la mano.
– Porque nunca eres el extraño. No sabes lo que se siente ¿no? -Torció el gesto-. Lo siento. Creciendo como lo hiciste está claro que sí que lo sabes. He dicho una estupidez. -Se frotó la mejilla-. Estoy muerta. Te veré mañana.
– Un momento, yo…
Pero ella ya enfilaba rumbo hacia la caravana, con los abalorios de su blusa brillando en la oscuridad como si fueran estrellas diminutas.
Él quería gritarle que no necesitaba la simpatía de nadie. Pero jamás había perseguido a una mujer en su vida, y ni siquiera Blue Bailey iba a conseguir que comenzara a hacerlo. Entró en la casa.
Estaba tranquila. Vagó por la sala, luego salió un momento por la puerta corredera a la capa de hormigón que sería la base del porche cubierto que los carpinteros comenzarían a levantar cuando regresaran. A un lado, una pila de maderos esperaba su vuelta. Intentó mirar las estrellas, pero no era capaz de poner el corazón en ello. Se suponía que la granja iba a ser su refugio, un lugar donde podría relajarse y descansar, pero ahora Mad Jack y Riley dormían en el piso de arriba, y sólo tenía a Blue para proteger su lado vulnerable. Su vida estaba del revés, y no sabía cómo recuperar el control.
No estaba acostumbrado a dudar de sí mismo, así que volvió dentro y se dirigió hacia las escaleras.
Lo que vio allí arriba le hizo detenerse en seco.
16
Riley estaba sentada en el último escalón agarrando firmemente un enorme cuchillo con su pequeña mano, Puffy estaba a su lado. El cuchillo no podía estar más fuera de lugar con el pijama rosa de corazones de caramelo y la cara redonda de la niña. No quería tener que enfrentarse a eso. ¿Por qué no estaba Blue allí? Ella sabía cómo manejar a Riley. Sabía cómo tratarla.
Tuvo que obligarse a subir las escaleras. Cuando llegó arriba, señaló el cuchillo con la cabeza.
– ¿Qué piensas hacer con eso?
– Es que… es que oí ruidos. -Apretó más las rodillas contra el pecho-. Pensé que podía ser… un asesino o algo así.
– Pues sólo soy yo. -Se inclinó y le quitó el cuchillo. Puffy, considerablemente más limpio y mejor alimentado que el viernes, soltó un suspiro jadeante y cerró los ojos.
– Oí ruidos antes de que tú llegases. -Miró el condenado cuchillo como si pensara que él podía usarlo contra ella-. Fue justo a las diez y treinta y dos minutos. Ava metió mi despertador en la maleta.
– ¿Llevas dos horas aquí sentada?
– Creo que me desperté cuando salió mi padre.
– ¿No está aquí?
– No, creo que fue a ver a April.
No hacia falta mucha imaginación para adivinar qué estaban haciendo Mad Jack y su vieja y querida mamá. Se dirigió a paso vivo por el pasillo hasta la habitación de Jack y arrojó el cuchillo sobre la cama. Que se partiera la cabeza pensado cómo había llegado hasta allí.
Cuando regresó donde estaba Riley, ella seguía en la misma posición que la había dejado, abrazándose las rodillas. Pero el perro la había abandonado.
– Después de que saliera papá, oí varios chasquidos -dijo ella-. Como si alguien estuviera intentando entrar, y pensé que podía tener un arma o algo similar.
– Ésta es una casa vieja. Todas las casas viejas rechinan. ¿De dónde sacaste el cuchillo?
– Me lo llevé a la habitación antes de irme a dormir. En… en mi casa hay alarma, pero aquí no hay nada.
¿Llevaba dos horas allí sentada con un cuchillo de carnicero en la mano? La idea lo sacó de quicio.
– Vete a dormir -le dijo con más dureza de la que pretendía-. Ahora ya estoy yo aquí.
Ella asintió, pero no se movió.
– ¿Qué pasa ahora?
Riley se mordisqueó una uña.
– Nada.
La acababa de encontrar con un cuchillo, estaba disgustado con Blue, y odiaba saber que April estaba montándoselo con Mad Jack, así que se desquitó con la niña.
– Dímelo, Riley. No puedo leerte la mente.
– No tengo nada que decir.
Pero siguió sin moverse. ¿Por qué no se levantaba y se iba a dormir? Puede que tuviera una paciencia infinita hasta con el más incompetente de los novatos, pero ahora sentía que estaba perdiendo la calma.
– Sí, sé que quieres algo. Escúpelo.
– No quiero nada -dijo con rapidez.
– Estupendo. Entonces vete a la cama.
– Vale. -Inclinó la cabeza hacia abajo, la enmarañada masa de cabello crespo le tapaba la cara, y su vulnerabilidad era como una cuerda arrastrándolo de regreso a los rincones más oscuros de su infancia. Sintió que se quedaba sin respiración.
– Ya lo sabes, ¿no?, no se puede contar con Jack más que para que te dé dinero. No esperes nada más de él. Si quieres algo, tendrás que apañártelas tú sola porque él no estará ahí para ayudarte. Si no te buscas la vida, todo el mundo te avasallará.
La pena casi abogó la rápida respuesta de Riley.
– Está bien, lo haré.
La mañana del viernes en la cocina, ella había logrado conseguir lo que quería. A diferencia de él, había logrado imponer su voluntad ante su padre, pero ahora se veía desamparada y aquello lo sacaba de quicio.
– Lo dices porque piensas que es lo que yo quiero oír.
– Lo siento.
– Pues no lo sientas. ¡Lo que quiero es que me digas qué demonios quieres!
Los pequeños hombros de Riley se sacudieron cuando soltó de golpe las palabras.
– ¡Quiero que mires si hay un asesino escondido en mi habitación!
Él contuvo el aliento.
A Riley le cayó una lágrima sobre la pernera del pijama, justo al lado de un corazón de caramelo que decía BÉSAME TONTO.
Se había comportado como el imbécil más grande de la tierra, y ya no podía soportarlo más. No podía seguir ignorándola sólo porque fuera un inconveniente. Se sentó a su lado en el escalón. El perro trotó fuera del dormitorio y olisqueó entre ellos.
Durante toda su vida adulta, había temido que el recuerdo de su infancia volviera para llevarlo a la ruina. Sólo en el campo de fútbol dejaba que el caldero oscuro de sus emociones hirviera en su interior. Pero ahora había permitido que su cólera lastimara a la persona que menos lo merecía. Había castigado a esa niña sensible e indefensa haciendo que se sintiera todavía más vulnerable.
– Soy un imbécil -le dijo con suavidad-. No debería haberte gritado.
– Está bien.
– No, no está bien. No estaba enfadado contigo. Estaba enfadado conmigo mismo. Estaba disgustado con Jack. Tú no has hecho nada malo.