– Usaremos tu camiseta. Puedes quemarla mañana. Ojala, Dios mío.
– Si dices algo más sobre mi camiseta…
– Dámela.
– Oye, mira que… -ella contuvo el aliento cuando él le mostró un uso más imaginativo de la camiseta.
Tampoco estuvo encima la segunda vez. Pero la tercera vez, sin embargo, logró invertir los términos. O eso creía, ya que era ella quién estaba en posesión de la linterna. La verdad era que no sabía quién dominaba a quién y a dónde conducía todo aquello. Sólo tenía clara una cosa. No podría burlarse de él nunca más llamándole Speed Racer.
Se quedaron dormidos. La pequeña litera de la caravana no era lo suficientemente larga para albergar la estatura de Dean, pero se quedó allí de todas maneras, rodeándole los hombros con el brazo.
Blue se despertó muy temprano y pasó a gatas sobre Dean con tanto cuidado como pudo. Un sentimiento de ternura hizo que demorase un momento la mirada sobre él. La luz del amanecer entraba por la ventana de atrás, esculpiendo cada curva de sus músculos y tendones. Durante toda su vida, Blue siempre se había conformado con menos. Pero no había sido así la noche anterior.
Recogió su ropa y se dirigió hacia la casa donde se duchó rápidamente, se puso unos vaqueros y una camiseta y se metió todo lo que iba a necesitar en los bolsillos. Cuando volvió a salir, le echó una última mirada a la caravana gitana debajo de los árboles. Dean había sido el amante desinteresado y audaz con el que siempre había soñado. No se arrepentía ni en lo más mínimo de lo sucedido la noche anterior, pero el tiempo de los sueños había llegado a su fin.
Sacó la bicicleta más pequeña del granero y pedaleó hacia la carretera. Cada colina parecía una montaña, y pronto comenzó a faltarle la respiración. Cuando coronó la última colina y comenzó a descender hacia Garrison, tenía las piernas como espagueti recocido.
Como suponía, a Nita Garrison también le gustaba madrugar.
Blue entró en la desordenada cocina y la observó prepararse unos gofres en la tostadora.
– Cobro cuatrocientos dólares por un cuadro de uno por uno -dijo Blue-, con un adelanto de doscientos dólares a pagar hoy mismo. Tómelo o déjelo.
– Trato hecho -dijo Nita-. Estaba dispuesta a pagar bastante más.
– Además debe darme alojamiento y comida mientras hago el trabajo. -Apartó de su mente las imágenes de lo acontecido en la caravana gitana-. Tengo que conocer a Tango para captar su verdadera personalidad.
Tango levantó un párpado y la miró con un ojo legañoso.
Nita volvió tan rápido la cabeza que Blue llegó a pensar que se le caería la peluca.
– ¿Quieres hospedarte aquí? ¿En mi casa?
Era lo último que Blue quería, pero, tras lo sucedido, no tenía más remedio.
– Es la mejor manera de pintar algo de calidad.
Un diamante y un rubí brillaron intensamente en el dedo nudoso de Nita cuando señaló hacia la cocina.
– No quiero ver ningún desorden en la cocina.
– Puedo asegurarle que su cocina no podría estar en mejores manos.
Nita le dirigió una mirada calculadora que no auguraba nada bueno.
– Ve y tráeme el jersey rosa. Está encima de la cama. Y no me toques el joyero. Si lo haces, lo sabré.
Blue asestó una puñalada mental en el negro corazón de Nita y atravesó la recargada sala de la anciana para dirigirse al piso de arriba. Podía acabar el retrato en una semana y salir de allí pitando. Había sobrevivido a cosas mucho peores que pasar unos días con Nita Garrison. Era la manera más rápida de salir del pueblo.
Todas las puertas que daban al pasillo del primer piso estaban cerradas menos una. Estaba todo más limpio que abajo, aunque la alfombra rosa no había visto una aspiradora en mucho tiempo y había un buen puñado de insectos muertos en el fondo del plafón del techo. La habitación de Nita, empapelada en tonos rosas y dorados, tenía muebles blancos, y las cortinas rosas que colgaban en las ventanas le recordaron a Blue a una funeraria de Las Vegas. Cogió el jersey rosa de una silla de terciopelo dorado y lo llevó abajo atravesando la sala decorada en tonos dorados y blancos, donde había un sofá de terciopelo, lámparas de cristal y moqueta rosa de pared a pared.
Nita la esperaba en la puerta, con los tobillos hinchados sobre unos zapatos ortopédicos Oxford; le tendió a Blue unas llaves.
– Antes de empezar a trabajar, tienes que llevarme a un sitio.
– Por favor que no sea al Piggly Wiggly.
Por lo visto Nita no había visto nunca Paseando a Miss Daisy porque no entendió el chiste.
– En Garrison no hay Piggly Wiggly. No permito que se instalen las cadenas multinacionales. Si quieres el dinero, tienes que llevarme al banco.
– Antes de que la lleve a ningún sitio -dijo Blue-, llame a sus perros y ponga fin al boicot. Dígales que vuelvan a trabajar en la granja de Dean.
– Más tarde.
– Ahora. La ayudaré a buscar los números de teléfono.
Nita asombró a Blue por la poca resistencia que ofreció, aunque le llevó una hora hacer las llamadas, durante la cual, le ordenó a Blue vaciar todos los cubos de basura de la casa, buscar sus Maalox antiácido, y bajar una pila de cajas a un sótano aterrador. Al final, sin embargo, Blue se situó detrás del volante de un deportivo Corvette Roadster rojo que tenía menos de tres años.
– ¿Te esperabas un sedán azul de cuatro puertas, no? -Nita alzó la nariz en el asiento del pasajero-. O un Crown Victoria. El coche de una vieja.
– Esperaba un palo de escoba -masculló Blue, observando el polvoriento salpicadero-. ¿Cuánto tiempo lleva esta cosa sin salir del garaje?
– Ahora no puedo conducir por la cadera, pero pongo el motor en marcha una vez a la semana para que no se quede sin batería.
– Debería bajar la puerta del garaje mientras lo hace. En unos treinta minutos quedaría todo resuelto.
Nita chasqueó la lengua como si fuera a escupir fuego.
– ¿Quién la lleva al pueblo? -preguntó Blue.
– El loco de Chauncey Crole. Conduce el taxi del pueblo. Pero siempre escupe por la ventanilla, y eso me revuelve el estómago. Su esposa dirigía el Club de Mujeres de Garrison. Me odian desde el día en que llegué.
– Menuda sorpresa. -Blue giró y enfiló por la calle mayor del pueblo.
– Lo pagaron caro.
– Júreme que no se ha comido a sus hijos.
– ¿Tienes un comentario sarcástico para todo? Dirígete a la farmacia.
Blue deseó haber contenido la lengua. Oír más sobre la relación de Nita con las buenas mujeres de Garrison habría sido una buena distracción.
– Pensé que iba al banco.
– Primero tienes que recogerme una receta.
– Soy artista, no una recadera.
– Necesito mi medicina. ¿O traer la medicina de una anciana es demasiado trabajo para ti?
El estado de ánimo de Blue pasó del abatimiento al sufrimiento.
Después de parar en la farmacia -que tenía un letrero en el escaparate donde ponía que se hacían entregas a domicilio-, Nita la hizo entrar en un ultramarinos para comprar comida para perros y salvado, luego pararon en la panadería para comprar magdalenas de nueces. Al final, Blue tuvo que esperar mientras a Nita le hacían las uñas en la Peluquería-Spa de Barb. Blue aprovechó el tiempo para comprarse una magdalena de nueces para ella y una taza de café, con lo que gastó sus últimos doce dólares.
Quitó la tapa del vaso de café y esperó a que pasara una camioneta Dodge plateada para cruzar. Pero la camioneta no pasó. Frenó, y aparcó delante de una boca de incendios. Se abrió la puerta y salieron un par de familiares botas de gay, seguidas por un par de piernas delgadas igual de familiares embutidas en unos vaqueros.