Tuvo una ridícula sensación de vértigo antes de mirar con el ceño fruncido la brillante camioneta.
– No digas nada.
17
– ¿Dónde coño te has metido? -Dean llevaba un Stetson y unas gafas de sol de alta tecnología con los cristales amarillos y la montura metálica. Varias horas antes, él había sido su amante, pero ahora se había convertido en un obstáculo en su camino. Desde el principio, le había entregado pequeños retazos de sí misma, pero la noche anterior le había entregado una parte importante, y ahora tenía intención de recuperarla.
Dean cerró la puerta de la camioneta con un portazo.
– Si querías montar en bicicleta esta mañana, deberías haberme despertado. Pensaba salir a dar una vuelta de todas maneras.
– ¿Esta camioneta es tuya?
– No puedes tener una granja sin tener una camioneta. -La gente comenzó a asomar la cabeza por los escaparates de las tiendas. La agarró del brazo y la apoyó contra el lateral de la camioneta-. ¿Qué estás haciendo aquí, Blue? Ni siquiera me has dejado una nota. Estaba preocupado.
Ella se puso de puntillas y le plantó un beso rápido en esa mandíbula beligerante.
– Tenía que venir al pueblo para mi nuevo trabajo, y no tenía ningún medio de transporte, así que tomé prestada la bici. Te la devolveré.
Él se arrancó las gafas de sol.
– ¿Qué nuevo trabajo? -Entrecerró los ojos-. No me lo digas.
Ella señaló con el vaso de café al deportivo Corvette descapotable de la acera de enfrente.
– No es un mal trato. Tiene un coche genial.
– No vas a pintar el perro de esa vieja.
– No tengo dinero suficiente ni para cubrir una de tus propinas en el MacDonald.
– Nunca he conocido a nadie tan obsesionado con el dinero como tú. -Se volvió a poner las gafas de sol-. Admítelo, Blue. Le das demasiada importancia al dinero.
– Bueno, vale, en cuanto me convierta en una deportista millonaria dejaré de hacerlo.
Él sacó bruscamente la cartera, cogió un fajo de billetes y se los metió en los bolsillos de los vaqueros.
– Tu fortuna acaba de dar un giro inesperado. Ahora, ¿dónde está la bicicleta? Tenemos cosas que hacer.
Ella sacó el dinero. Un montón de billetes de cincuenta. Su mirada resentida se reflejó en las lentes amarillas de Dean.
– ¿Para qué es esto exactamente?
– ¿Cómo que para qué es? Es para ti.
– Eso ya lo tenía claro, pero ¿qué he hecho para merecerlo?
Dean sabía con exactitud a dónde quería ir a parar, pero él era experto en hacer pases de touchdown a contrapié para despistar, así que lanzó uno.
– Te has pasado el fin de semana en Knoxville eligiendo muebles para mí.
– Acompañé a April a elegir tu mobiliario. Y me compensaron adecuadamente con grandes raciones de comida, un hotel de primera y un masaje. A propósito, gracias. Fue genial.
– Ahora eres mi cocinera.
– ¿Cocinera? Si sólo te has comido tres tortitas y algunas sobras.
– ¡Me has pintado la cocina!
– Pinté parte de la cocina y el techo del comedor.
– Ahí lo tienes.
– Y tú a cambio me has dado, comida, casa y transporte durante una semana -dijo ella-. Eso nos deja a la par.
– ¿Llevas la cuenta? ¿Y que hay del mural que vas a pintar en el comedor? Murales. Quiero cuatro, uno en cada pared. Voy a hacer que Heath redacte hoy un jodido contrato.
Ella le metió los billetes en el bolsillo.
– Deja de intentar manipularme. No te importan nada esos murales. Eso fue idea de April.
– Sí que me importan. Me gustó la idea desde el principio, y me gusta cada vez más. Y es la solución perfecta. Pero por alguna razón, te da miedo pintarlos. Explícamelo. Explícame por qué te asusta tanto la idea de pintar unos murales para un hombre con el que estás en deuda.
– Porque no quiero hacerlo.
– Te estoy ofreciendo un trabajo digno. Tiene que ser mejor que trabajar para ese viejo murciélago loco.
– Ahórrate la saliva, ¿vale? Hasta ahora, el único servicio de verdad que te he proporcionado ocurrió anoche, e incluso un asno estúpido como tú tiene que darse cuenta de que no puedo aceptar tu dinero después de eso.
Él tuvo la desfachatez de burlarse.
– ¿Estábamos en la misma cama? Porque tal y como yo lo recuerdo, yo fui el único que proporcionó un jodido servicio. ¿Quieres reducirlo todo a dinero? Maravilloso. Entonces deberías pagarme. De hecho, te voy a enviar la factura. ¡Mil dólares! Eso es. Me debes un montón de pasta por los servicios prestados.
– ¿Mil dólares? Sí, ya. Cuando he tenido que fantasear con mis antiguos novios para poder excitarme.
No fue el golpe contundente que ella había esperado dar porque él se rió. No era una risa pesarosa, que le habría levantado el ánimo, sino una risa absolutamente divertida.
– ¡Chica!
Blue se sobresaltó cuando Nita escogió ese momento para salir de la Peluquería-Spa de Barb con las garras recién pintadas en color carmín aferradas al bastón.
– ¡Chica! Ven a ayudarme a cruzar la calle.
Dean le dirigió a Nita una sonrisa odiosamente alegre.
– Buenos días, señora Garrison.
– Buenos días, Señor Farsante.
– No soy farsante, señora. Soy Dean.
– No lo creo. -Le pasó el bolso a Blue-. Chica, llévame esto, es muy pesado. Y mira mis uñas. Será mejor que no hayas malgastado la gasolina mientras estaba ahí dentro.
Dean enganchó el pulgar en el bolsillo de los vaqueros.
– Me siento mucho mejor ahora que veo lo bien que os lleváis las dos.
Blue agarró a Nita por el codo y la ayudó a cruzar.
– Su coche está aquí.
– Ya lo veo.
– Pasaré por su casa para recoger la bicicleta cuando vuelva a la granja -gritó Dean-. Que tengan un buen día.
Blue fingió no escucharlo.
– Llévame a casa -dijo Nita mientras se volvía a sentar en el asiento del acompañante.
– ¿Y el banco?
– Estoy cansada. Te haré un cheque.
«Sólo serán tres días», se dijo Blue a sí misma, mientras echaba un último vistazo a la camioneta.
Dean había apoyado un pie en la boca de incendio y una de las bellezas locales se le había colgado del brazo.
Cuando regresaron a la casa de Nita, la anciana insistió en que Blue llevara a Tango a dar un paseo para que se fueran conociendo. Como Tango debía tener unos mil años y no estaba por la labor, Blue lo dejó dormitar bajo un seto de hortensias mientras ella se sentaba a su lado fuera de la vista de la casa e intentaba no pensar en el futuro.
Nita la manipuló para que le hiciera el almuerzo, pero primero, Blue tuvo que limpiar la cocina. Mientras secaba la última cacerola, una camioneta plateada aparcó detrás de la casa. Observó cómo Dean salía y recogía la bici que había dejado en la puerta trasera. La tiró sobre la parte posterior de la camioneta y luego se volvió hacia la ventana donde ella permanecía de pie y la saludó con el Stetson.
Jack oyó primero la música y luego vio a April. Era de noche, pasaban de las diez, y ella estaba sentada en el porche delantero de la casita de invitados encorvada sobre una lámpara metálica, pintándose las uñas de los pies. Los años se evaporaron. Con el top negro y los pantalones cortos rosas se parecía tanto a la veinteañera que él recordaba que se olvidó por dónde iba y tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía de la cerca de madera.
April levantó la vista. De inmediato volvió a bajarla. Se había pasado de rosca con ella la noche anterior, y a ella no se le había olvidado.
Durante todo el día había sido testigo de su implacable eficiencia mientras dirigía a los pintores que, al fin, habían aparecido, había discutido con el fontanero, había supervisado la descarga de un camión lleno de muebles y lo había evitado con total deliberación. Sólo las miradas que le dirigían los hombres le eran familiares.