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Se mantuvo inmóvil cuando él levantó las manos y le pasó los dedos por el pelo. La goma elástica que apenas le sujetaba la coleta se soltó cuando llegó a ella.

El beso fue duro y apasionado. Ella se olvidó de todo y le deslizó los brazos alrededor del cuello. Ladeando la cabeza, Blue abrió la boca para él. Él le ahuecó el trasero y lo apretó. Ella se acercó más y sus caderas se rozaron contra las de él.

Dean se apartó tan bruscamente que ella perdió el equilibrio y tuvo que agarrarse a la barandilla metálica para no caer. Por supuesto, él lo notó. Blue se pasó la mano por la cabeza, haciendo caer la goma que se le había enredado en el pelo.

– Estás demasiado aburrido.

– No estoy aburrido. -Su voz baja y áspera le rozó la piel como si fuera papel de lija-. Lo que siento es… -cerró la mano en torno al desnudo muslo de Blue, por debajo del dobladillo de los pantalones cortos-. Lo que siento es… un cuerpecillo cálido y apetecible…

Sus palabras se interrumpieron justo en los labios de Blue. Ella se relamió para saborearlo.

– Lo siento. Ahora que lo hemos hecho, he satisfecho mi curiosidad y ya no estoy interesada. No te ofendas.

Dean le sostuvo la mirada. Con toda intención le rozó el pecho con la yema de los dedos.

– No me siento ofendido.

Cuando el pezón de Blue se puso como un guijarro, él le dirigió una sonrisa satisfecha y se dio la vuelta para salir de la casa.

A la mañana siguiente, cuando salió a la acera para coger el periódico dominical de Nita, Blue sintió como si tuviera resaca. La noche anterior, Dean había intentado cambiar las reglas. No tenía derecho a estar enfadado con ella sólo porque no le besaba el culo como todos los demás. Ya se vengaría esa tarde cuando fuera a la granja. Lo provocaría y le haría perder la cabeza.

Al inclinarse para coger el periódico, oyó un siseo al otro lado de la cerca. Levantó la vista y vio a Syl, la dueña de la tienda de segunda mano, mirando nerviosa a un lado y otro de los arbustos a través de unas gafas rojas de ojos de gato. Syl tenía el pelo entrecano y unos labios finos que había perfilado con un lápiz de labios rojo oscuro. A Blue le había gustado su sentido del humor cuando se habían conocido en el Barn Grill después de la pelea, pero ahora parecía muy seria y siseaba como una manguera para que Blue se acercara.

– Ven, acércate. Tenemos que hablar contigo.

Blue se metió el periódico bajo el brazo y siguió a Syl donde le indicaba. Había un Impala dorado aparcado al otro lado de la calle de donde salieron dos mujeres: la administradora de Dean, Mónica Doyle; y una delgada mujer afroamericana de mediana edad a la que Syl presentó con rapidez como Penny Winter, la propietaria de la tienda de antigüedades El Ático de Tía Myrtle.

– Llevamos toda la semana intentando hablar contigo -dijo Syl cuando las mujeres se agruparon alrededor-. Pero cada vez que vas al pueblo, ella está contigo, así que decidimos vigilar la casa antes de ir a la iglesia.

– Todo el mundo sabe que Nita se pone histérica si no puede leer el periódico dominical. -Mónica sacó un pañuelo del bolso azul y amarillo de Vera Bradley que hacía juego con un elegante traje azul-. Eres nuestra última esperanza, Blue. Tienes que utilizar tu influencia con ella.

– Yo no tengo ninguna influencia-dijo Blue-. Ni siquiera me soporta.

Penny jugueteó con la cruz de oro que llevaba al cuello.

– Si eso fuera verdad, ya se habría librado de ti a estas alturas como ha hecho con todo el mundo.

– Sólo llevo aquí cuatro días -contestó Blue.

– Todo un récord. -Mónica se pasó el pañuelo por la nariz con un delicado toque-. No tienes ni idea de cómo avasalla a la gente.

A ella se lo iba a decir.

– Tienes que convencer a Nita para que apoye el proyecto Garrison Grow. -Syl se ajustó las gafas de ojos de gato-. Es la única manera de salvar este pueblo.

El proyecto Garrison Grow, según le contaron a Blue, era el plan que los dirigentes de la ciudad habían ideado para intentar levantar el pueblo.

– Los turistas pasan por el pueblo cada dos por tres camino de las Smokies -dijo Mónica-, pero no hay restaurantes decentes, ni hoteles, ni sitios donde comprar, y nunca se detienen. Si Nita nos dejara llevar a cabo el proyecto Garrison Grow, podríamos cambiar eso.

Penny jugueteó con el botón negro de la pechera de su vestido.

– Incluso sin las franquicias nacionales, podríamos aprovechar el factor nostalgia y convertir a Garrison en el reflejo de los antiguos pueblos americanos antes de que fueran invadidos por las grandes cadenas multinacionales como KFC.

Mónica volvió a colocarse el bolso en el hombro.

– Naturalmente, Nita se niega a cooperar.

– Sería muy fácil captar a los turistas si ella nos dejara hacer algunas mejoras -dijo Syl-. Nita no tendría que poner ni un centavo.

– Syl lleva años intentando abrir una auténtica tienda de regalos en el local junto a la tienda de segunda mano -dijo Penny-, pero Nita odiaba a su madre y no quiere alquilársela.

Cuando las campanas de la iglesia comenzaron a doblar, las mujeres le explicaron a grandes rasgos otras partes del proyecto Garrison Grow, que incluía un Bed & Breadfast, transformar Josie's en un restaurante decente, y dejar que alguien que se llamaba Andy Berilio añadiera una cafetería a la panadería.

– Nita dice que las cafeterías son sólo para los comunistas -dijo Syl con indignación-. Pero, ¿qué iba a hacer un comunista en el este de Tennessee, por Dios Bendito?

Mónica se cruzó de brazos.

– Y de todas formas, ¿a quién le preocupan los comunistas en estos tiempos?

– Lo único que Nita quiere es asegurarse de que todos los habitantes del pueblo sepan lo que ella opina de nosotros -dijo Penny-. No me gusta hablar mal de nadie, pero está dejando morir el pueblo sólo por despecho.

Blue recordó la expresión ansiosa que Nita mostraba en las fotos de sus primeros días en Garrison y se preguntó cómo serían las cosas ahora si las mujeres del pueblo le hubieran dado la bienvenida con los brazos abiertos en vez de rechazarla. No importaba lo que Nita dijera, Blue no creía que tuviera intención de vender el pueblo. Puede que odiara Garrison, pero no tenía otro lugar a donde ir.

Syl apretó el brazo de Blue.

– Eres la única persona que tiene influencia en ella ahora mismo. Convéncela de que estas reformas le llenarán los bolsillos. A ella le gusta el dinero.

– Os ayudaría si pudiera-dijo Blue-, pero la única razón por la que sigo aquí es porque le gusta torturarme. No escucha nada de lo que le digo.

– Puedes intentarlo -dijo Penny-. Es todo lo que te pedimos.

– Inténtalo -repitió Mónica con firmeza.

Nita se puso en pie de guerra por la tarde cuando Blue le anunció que iba a salir, pero Blue no flaqueó y, sobre las cuatro, en medio de amenazas de que llamaría a la policía, se dirigió a la granja en el Corvette descapotable. Desde su última visita habían cortado la hierba y reparado la cerca. Aparcó en el granero, junto al SUV de Jack. El aire caliente le golpeó la cara cuando cruzó el patio.

Riley salió disparada de la casa. La enorme sonrisa que lucía en la cara la hacía parecer una niña distinta de la triste niñita que Blue había encontrado dormida en el porche hacía tan solo una semana.