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– ¿Sabes qué, Blue? -le gritó-. ¡No nos vamos a casa mañana! Papá ha dicho que nos quedaremos más días para poder terminar el porche cubierto.

– ¡Oh, Riley! Es genial. No sabes cuánto me alegro.

Riley la empujó hacia la puerta principal.

– April quiere que entres para poder enseñártelo todo. ¿Y sabes qué más? April le dio queso a Puffy, y Puffy empezó a soltar pedos apestosos, pero Dean me echó la culpa a mí y yo no lo hice.

– Sí, claro -dijo Blue con una sonrisa-. Échale la culpa a la perra.

– No, de verdad. Ni siquiera me gusta el queso.

Blue se rió y la abrazó.

April y Puffy las recibieron en la puerta principal. Dentro, el vestíbulo resplandecía como un atardecer gracias a la reciente capa de pintura color cáscara de huevo. Una alfombra estampada con remolinos en tonos terrosos cubría el suelo del vestíbulo. April le señaló a Blue con un gesto de la mano la ostentosa pintura abstracta que habían adquirido en una galería de Knoxville.

– ¿A que queda genial? Tenías razón sobre lo de mezclar arte contemporáneo con las antigüedades.

El sinfonier de debajo era de madera y tenía una bandeja metálica donde reposaba la cartera de Dean y un juego de llaves, junto con una foto de él de niño donde aparecía con pantalones cortos y un casco de fútbol americano tan grande que le rozaba los hombros. Al lado del sinfonier, una percha de hierro forjado esperaba las chaquetas, y una rústica cesta de paja albergaba un par de zapatillas de lona y un balón de fútbol. Había una robusta silla de caoba con el respaldo labrado que ofrecía un lugar acogedor para cambiarse los zapatos o revisar el correo.

– Lo has diseñado todo para él. ¿Se ha dado cuenta de cómo lo has personalizado todo?

– Lo dudo.

Blue miró el espejo oval de la pared con el marco de madera tallada.

– Lo único que falta es un estante para su crema hidratante y el rizador de pestañas.

– No seas mala. ¿No te has dado cuenta de que casi nunca se mira en el espejo?

– Me he fijado. Pero no seré yo quien se lo diga.

A Blue le encantó el resto de la casa, en especial la sala, que estaba totalmente transformada con un par de manos de pintura pálida en tonos crema y una alfombra oriental de gran tamaño. Los paisajes que Blue había descubierto en la trastienda de una tienda de antigüedades combinaban a la perfección con la pintura contemporánea que April había colgado sobre la chimenea. Las sillas de piel que April había comprado ocupaban su lugar, junto con un mueble de nogal para albergar el equipo de música, y una mesita de café muy grande con cajones para los mandos y juegos de mesa. Había más fotos encima, algunas de él con amigos de la infancia, otras de adolescente y universitario. Por alguna razón Blue no creía que las fotos fueran cosa de él.

Dean estaba martilleando sin darse cuenta al ritmo de la música de Black Eyes Peas que salía de la cocina. Jack y él llevaban trabajando en el porche casi todo el día. Ya habían levantado las paredes, y comenzarían con el techo al día siguiente. Miró hacia la ventana de la cocina. Blue le había saludado con una inclinación de cabeza cuando llegó, pero no había salido a decirle hola y él tampoco había entrado. Estaba enfadado consigo mismo por haber perdido el control en las escaleras la noche anterior, pero al menos ahora la tenía en su terreno y no pensaba perder la ventaja. Blue amaba la granja, y si ella era demasiado terca para volver, él podía al menos recordarle lo que se estaba perdiendo. De una manera u otra, estaba determinado a obtener lo que quería… lo que ambos merecían.

Dentro, alguien subió el volumen de la música. Se suponía que April y Riley iban a ayudar con la cena, pero a April no le gustaba cocinar y vio cómo convencía a Riley de que dejara de pelar patatas para bailar con ella. Blue dejó la batidora a un lado y se unió a ellas. Se movía como un hada del bosque, agitando los brazos en el aire, mientras su coleta oscilaba de un lado a otro. Si hubiera estado sola, habría entrado a bailar con ella, pero no con April y Jack dando vueltas alrededor.

– Creía que Blue y tú lo habíais dejado. -La voz de Jack lo tomó por sorpresa. Aparte de pedirse alguna herramienta o sujetar algún tornillo, no se habían dirigido la palabra en toda la tarde.

– No exactamente. -Dean clavó un clavo a fondo. Había estado entrenando con el hombro malo y lo tenía resentido-. Estamos tomándonos un descanso, eso es todo.

– ¿Un descanso de qué?

– Ya lo arreglaremos.

– Chorradas. -Jack se enjugó la cara con la manga-. No la tomas en serio. Para ti es sólo un rollo.

Blue le había estado diciendo eso mismo prácticamente desde el día que se conocieron, y Dean tenía que admitir que tenía parte de razón. Si la hubiera conocido en un bar o en la calle, no se habría fijado en ella, pero sólo porque ella jamás se le habría insinuado. Con tantas mujeres intentando llamar su atención, ¿cómo iba a fijarse en las que no lo hacían?

– Ten cuidado con ella -continuó Jack-. Parece que pasa de todo, pero sus ojos dicen lo contrario.

Dean se enjugó la frente con la manga de la camiseta.

– No confundas la realidad con la letra de tus canciones, Jack. Blue sabe exactamente lo que hay. Jack se encogió de hombros. -Supongo que la conoces mejor que yo. Fue lo último que se dijeron hasta que Dean entró para ducharse.

Jack observó cómo Dean desaparecía mientras se limpiaba el sudor de la frente. Aunque había tenido intención de pasar sólo una semana en la granja, no se iba a ir por el momento. April tenía su método de expiación, y él el suyo. Ese porche que estaba construyendo con Dean era un ejemplo. Mientras crecía, Jack se había pasado varios veranos trabajando con su padre, y ahora hacía lo mismo con Dean. Sabía que a Dean le importaba un bledo ese ritual padre-hijo, pero a Jack sí que le importaba.

Le gustaba cómo estaba quedando el porche. Era sólido. Su viejo habría estado orgulloso.

Blue abrió la ventana de la cocina. A través del cristal, Jack observó bailar a April; se movía con un ritmo ágil y sensual, y los mechones de pelo se agitaban alrededor de su cabeza.

– Nadie con más de treinta años debería bailar como tú -oyó que decía Blue cuando acabó la canción.

Riley comenzó a hablar con voz jadeante tras haber bailado con April.

– Mi padre tiene cincuenta y cuatro años, y baila genial. Encima del escenario, claro. No creo que baile en ningún otro sitio.

– Solía hacerlo. -April se retiró el pelo de la cara-. Después de los conciertos, acabábamos en algún club y bailábamos hasta que cerraba. A veces los dejaban abiertos sólo para él. De toda la gente con la que he bailado él es… -Se detuvo, luego encogió los hombros y se inclinó para acariciar a la perra. Un momento después, sonó su móvil y ella salió de la cocina para atender la llamada.

El día anterior había oído sin querer cómo hablaba con un hombre que se llamaba Marc. Antes, había sido Brad. La misma April de siempre. Y ahí estaba el mismo Jack que se ponía duro cuando la tenía cerca. Quería hacer el amor con ella de nuevo. Quería derribar sus barreras y descubrir dónde residía su fuerza.

Tenía que marcharse para asistir a varias reuniones en Nueva York y quería pedirle que cuidara de Riley unos días mientras él no estaba. Confiaba en ella para cuidar a su hija. Pero no confiaba en ella para cuidar de sí mismo.

Alguien comenzó a aporrear la puerta principal justo cuando Dean bajaba de darse una ducha. Abrió y vio a Nita Garrison. Detrás de ella había un polvoriento sedán negro. Dean se volvió hacia la cocina.

– Blue, tienes visita.

Nita le golpeó la rodilla con el bastón, y él retrocedió por instinto, dejando suficiente espacio para que ella se colara. Blue salió de la cocina seguida por una estela de deliciosos olores.