– Lo superará. -Le echó una mirada al bidón de gasolina donde quemaban la basura. Estaba lleno. Encendió una de las cerillas que April guardaba en una caja y la tiró dentro-. ¿Por qué no se largan todos? Jack no hace más que meter las narices en todos lados. April no se irá hasta que lo haga Riley. Y lo de esa vieja bruja ya es el colmo. ¡Quiero que se larguen todos de mi casa ya! Todos menos tú.
– Pero no es tan fácil, ¿verdad?
No, no era fácil. Mientras el fuego ardía, él se sentó en la hierba para observar las llamas. Esa semana había visto cómo crecía la confianza de Riley en sí misma. Su palidez había desaparecido, y las ropas que April le había comprado habían hecho el resto. También le gustaba trabajar en el porche, incluso aunque tuviera que hacerlo con Jack. Cada vez que clavaba un clavo sentía que imprimía su firma en esa vieja granja. Y no podía olvidarse de Blue.
Ella se movió a sus espaldas. Él recogió un trozo de plástico que había caído en la hierba y lo lanzó al fuego.
Blue observó cómo el trozo de plástico caía fuera del bidón, pero a Dean no pareció importarle haber errado el tiro. Su amenazante perfil estaba perfectamente silueteado contra la luz del crepúsculo. Se acercó para sentarse en la hierba a su lado. Tenía otro vendaje en la mano, éste en los nudillos. Se lo tocó.
– ¿Un accidente de trabajo?
Él apoyó el codo en la rodilla.
– También tengo un chichón del tamaño de un huevo en la cabeza.
– ¿Cómo van las cosas con tu compañero de trabajo?
– Él no habla conmigo, y yo no hablo con él.
Ella cruzó las piernas y miró al fuego.
– Al menos debería admitir lo que te ha hecho.
– Lo hizo. -Giró la cabeza hacia ella-. ¿Has tenido tú ese tipo de conversación con tu madre?
Ella arrancó una brizna de hierba.
– Las cosas son distintas con ella. -El fuego chisporroteó-. Mi madre es algo así como Jesús. ¿Habría tenido derecho la hija de Jesús a quejarse si él le hubiera arruinado la infancia porque estaba demasiado ocupado salvando almas?
– Tu madre no es Jesús, y si la gente tiene niños, debería estar con ellos para criarlos, o si no darlos en adopción.
Ella se preguntó si él tendría intención de criar a sus propios hijos, pero la idea de que él tuviera familia mientras ella andaba dando tumbos por el mundo la deprimía.
Él le deslizó un brazo alrededor de los hombros, pero ella no dijo nada. Las llamas brincaron más alto. A Blue se le calentó la sangre. Estaba harta de hacer siempre lo que fuera más conveniente. Por una vez en la vida, quería olvidarse de todo y dejarse llevar. La brisa de la noche le agitó el pelo. Se puso de rodillas y lo besó. Más tarde lo pondría en su lugar. Pero ahora, quería vivir el momento.
Él no necesitaba que lo animaran para devolverle el beso, y antes de que pasara mucho tiempo, estaban detrás del granero, ocultos entre la maleza y fuera de la vista de la casa.
Dean no sabía qué había hecho que Blue cambiara de opinión, pero como ella tenía la mano dentro de la cinturilla de sus pantalones, no pensaba preguntar.
– No quiero hacerlo -dijo ella abriéndole el botón de los vaqueros.
– A veces, uno debe asumir la responsabilidad en nombre del equipo. -Le bajó los pantalones cortos y las bragas hasta los tobillos, se puso de rodillas para acariciarla con la nariz. Ella era dulce y cálida, un perfume embriagador para los sentidos. Mucho antes da que él hubiera tenido suficiente de ella, Blue se separó. Dean la sujetó ytiró de ella hacia abajo, sosteniéndola para protegerla de la maleza que pinchaba su propio trasero. Era un pequeño sacrificio a cambio de la recompensa de conseguir ese cuerpo cálido y maleable.
Blue le sujetó la cabeza entre las manos, y rechinando los dientes, le dijo con ferocidad:
– ¡Ni se te ocurra apurarte!
Él la comprendía, pero ella estaba demasiado excitada, demasiado húmeda, y él había llegado demasiado lejos para contenerse; le hundió los dedos en las caderas, la acercó hacia su erección y la penetró.
Luego, Dean, temiendo que ella tomara el control, la levantó contra su cuerpo y enganchó una de las piernas de Blue sobre su propia cadera. Besándola profundamente, penetró en su cuerpo. Ella se arqueó y tembló entre sus brazos. Sintió la necesidad de protegerla. Movió la mano y la hizo volar libremente.
Cuando terminaron, él le acarició el pelo que se le había soltado de la coleta.
– Sólo para refrescarte la memoria… -Le rozó el trasero bajo la camiseta-. Dijiste que yo no te excitaba.
Ella le mordió la clavícula,
– Y no me excitas… por lo menos no excitas a mi parte racional. Por desgracia, también tengo una parte de mujerzuela. Y a esa parte de mí, la vuelves loca.
Él no pensaba discutírselo, sino que se propuso acceder a esa parte de mujerzuela una vez más, pero ella rodó sobre él entre la maleza.
– No podemos quedarnos aquí fuera fornicando toda la noche.
Él sonrió ampliamente. Fornicando, no cabía duda.
Blue aún llevaba puesta la camiseta, pero por lo demás estaba desnuda. Se inclinó para buscar las bragas, y Dean tuvo una magnífica vista de su trasero mientras le hablaba.
– Riley es la única persona de esa casa que no sabe lo que hemos estado haciendo.
Blue encontró las bragas, se incorporó para ponérselas y tuvo el descaro de sonreírle con desdén.
– Boo, voy a dejarte las cosas bien claras. He decidido que tú y yo vamos a tener un rollo… breve y lujurioso. Te voy a utilizar, simple y llanamente, así que no te cuelgues demasiado por mí. No me importa lo que pienses. No me voy a preocupar por tus sentimientos. Todo lo que me va a importar es tu cuerpo; ¿estás de acuerdo o no?
Era la mujer más pirada que había conocido nunca. Cogió los pantalones cortos de Blue antes que ella.
– ¿Y qué consigo yo a cambio de la humillación de ser utilizado?
La sonrisa desdeñosa reapareció.
– Me consigues a mí. El objeto de tus deseos.
Él fingió considerar la idea.
– Añade más cenas como la de hoy, y cerramos el trato. -Metió un dedo bajo el borde de las bragas-. En todos los sentidos.
Jack se sentó en una silla de la cocina de la casita de invitados y comenzó a afinar su vieja Martin. Había compuesto «Nacido en pecado» con ella, y en ese momento deseaba no haber sido tan impulsivo como para regalarla. Esos sonidos y rasgueos representaban los últimos veinticinco años de su vida. Pero saber que Marli no había dejado que Riley se acercara a sus guitarras lo había sacado de qui cio. Debería haberse dado cuenta de cosas así, pero se había mantenido deliberadamente al margen.
Riley cogió otra silla, sentándose tan cerca que sus rodillas casi se tocaban. Con los ojos llenos de admiración miró el desafinado instrumento.
– ¿Es mía de verdad?
El pesar se evaporó.
– Es tuya.
– Es el mejor regalo que me hayan hecho nunca.
La expresión soñadora de la cara de Riley le puso un nudo en la garganta.
– Deberías haberme dicho que querías una guitarra. Te habría enviado una.
Ella masculló algo que él no pudo entender.
– ¿Qué?
– Te lo dije -dijo ella-. Pero estabas de gira y no me hiciste ni caso.
Él no recordaba que hubiera mencionado nunca una guitarra, pero rara vez prestaba atención a esas tensas conversaciones telefónicas. Aunque enviaba a Riley regalos con frecuencia -ordenadores, juegos, libros, CD's-, jamás había escogido personalmente ninguno de ellos.
– Lo siento, Riley. Supongo que se me pasó.
– No importa.
Riley tenía la costumbre de decir que no importaba cuando en realidad sí lo hacía, algo en lo que no se había fijado hasta ahora. Ésa era una de las muchas cosas que había pasado por alto. Con pagar las facturas y asegurarse de que asistía a una buena escuela, había creído que cumplía con su parte. No había querido ver más allá porque involucrarse más a fondo habría interferido en su vida.