Выбрать главу

– Tengo hambre. -Él volvió a adoptar su rol ocultando esa faceta que no quería que ella viera-. Espero que no te importe ir a un autoservicio. Así no tendré que contratar a nadie para que me vigile el coche.

– ¿Tienes que contratar a gente para que te vigile el coche?

– La llave de contacto está codificada, así que no lo pueden robar, pero llama mucho la atención, lo que lo convierte en el blanco perfecto de los gamberros.

– ¿No crees que la vida ya es demasiado complicada sin tener que contratar una niñera para el coche?

– Es duro llevar un estilo de vida elegante. -Pulsó un botón en el salpicadero y alguien llamado Missy le dio una lista de lugares donde comer en esa zona.

– ¿Cómo te ha llamado? -preguntó Blue cuando terminó de hablar.

– Boo. Es el diminutivo de Malibú. Crecí en el sur de California, y pasé mucho tiempo en la playa. Mis amigos me pusieron ese mote.

Boo era uno de esos apodos del fútbol americano. Eso también explicaba por qué los de People lo habían fotografiado caminando descalzo por la playa. Blue señaló con el pulgar el altavoz del coche.

– Tienes a todas esas mujeres a tus pies, ¿no te remuerde la conciencia al engañarlas?

– Intento compensarlo siendo un buen amigo.

Él no cedía. Ella giró la cabeza y fingió contemplar el paisaje. Aunque aún no le había dicho que se bajara del coche, tarde o temprano lo haría. A menos que consiguiera que le interesara tenerla a su lado.

Dean pagó la comida rápida con un par de billetes de veinte dólares y le dijo al chico de la ventanilla que se quedara con el cambio. Blue contuvo las ganas de saltar y quitarle el dinero. Había trabajado en sitios como ése bastantes veces, y las propinas eran bienvenidas, pero ésa era demasiado.

Unos kilómetros más adelante encontraron un merendero al lado de la carretera, con varias mesas dispuestas bajo la sombra de los álamos. El aire se había vuelto frío y ella cogió una sudadera de la bolsa mientras Dean se encargaba de sacar la comida. Blue no había comido desde la noche anterior y el olor de las patatas fritas le hizo la boca agua.

– Aquí tienes el perrito caliente -le dijo él cuando se acercó.

Había pedido lo más barato del menú, así que supuso que con dos dólares y treinta y cinco centavos debería llegar.

– Esto debería cubrir mi parte.

Él observó con manifiesta aversión el montón de monedas.

– Invito yo.

– Siempre pago mi parte -insistió ella con terquedad.

– No esta vez -le devolvió el dinero-. Sin embargo, puedes hacerme un retrato.

– Mis bocetos valen mucho más que dos dólares con treinta y cinco centavos.

– No te olvides que la gasolina va a medias.

Quizá no era un mal trato después de todo. Mientras los coches volaban por la carretera, ella saboreó otro mordisco del grasiento perrito. Él dejó a un lado su hamburguesa y sacó una BlackBerry. Miró frunciendo el ceño a la pequeña pantalla mientras comprobaba su correo electrónico.

– ¿Algún antiguo novio te está dando la lata? -preguntó ella.

Por un momento se la quedó mirando con una expresión vaga, luego negó con la cabeza.

– Es el ama de llaves de mi casa de Tennessee. Me tiene al corriente de todo a través de correos electrónicos, no importa las veces que la llame, sólo consigo comunicarme con ella por e-mails. Llevamos así dos meses, y aún no he hablado con ella en persona. Es muy raro.

Blue no podía ni imaginarse lo que sería ser dueña de una casa, y mucho menos tener contratada a un ama de llaves.

– Mi administradora me ha asegurado que la señora O'Hara es estupenda, pero estoy hasta las narices de comunicarme por ínternet. Me gustaría que, aunque sólo fuera por una vez, esa mujer cogiera el maldito teléfono. -Siguió revisando sus mensajes.

Blue quería saber más cosas de él.

– Si vives en Chicago, ¿cómo has terminado comprando una casa en Tennessee?

Pasé por allí con algunos amigos el verano pasado. Había estado buscando algo en la costa oeste, pero vi la granja y la compré.

– Colocó la BlackBerry encima de la mesa-. Está en medio del valle más hermoso que he visto nunca. Es un lugar muy privado. Tiene un estanque y un granero con establos, lo que me viene muy bien pues siempre he querido tener caballos. La casa necesita algunas reformas, así que la administradora buscó a un contratista y contrató a la señora O'Hara para supervisarlo todo.

– Si tuviera una casa, me ocuparía de ella personalmente.

– No puedo quejarme. Le envío fotos por correo con muestras de pintura. Tiene un gran gusto y me guío mucho por sus ideas.

– Aun así, no es lo mismo que estar allí.

– Exacto, por eso he decidido hacerle una visita sorpresa. -Abrió otro correo electrónico, frunció el ceño y sacó el móvil. Unos momentos después, tenía a su presa al teléfono-. Heathcliff, he recibido tu e-mail, y no quiero hacer ese anuncio de colonia. Después del asunto de Zona de Anotación, esperaba mantenerme alejado de toda esa mierda. -Se levantó y se alejó dos pasos de la mesa-. Puede que alguna bebida deportiva o… -Se interrumpió. Segundos después, su boca se curvaba en una lenta sonrisa-. ¿Tanto? Joder. Tener esta cara bonita es como abrir una caja registradora.

Fuera lo que fuese lo que le contestó la otra persona hizo reír a Dean; un sonido ronco y muy masculino. Él apoyó una de las botas en un tocón.

– De acuerdo. Mi peluquero odia que me retrase, y tengo que ponerme reflejos. Dales besos a tus pequeños diablillos. Y dile a tu esposa que la invito a lo que sea cuando regrese. Sólo Annabelle y yo. -Con una risita satisfecha, cerró el teléfono y se lo metió en el bolsillo-. Era mi agente.

– Me encantaría tener un agente -dijo Blue-. Así podría hablar de mí por ahí. Pero supongo que no soy el tipo de persona que interesaría a un agente.

– Seguro que tienes otras cualidades.

– Cientos -dijo ella sombríamente.

Dean tomó la interestatal tan pronto como se incorporaron a la carretera. Blue se percató de que se estaba mordiendo la uña del pulgar y con rapidez dejó las manos en el regazo. Él conducía muy rápido, pero mantenía la mano firme sobre el volante, tal como a ella le gustaba conducir.

– ¿Dónde quieres que te deje? -preguntó él.

Ahí estaba la pregunta que había estado temiendo todo el rato. Fingió considerar la idea.

– Por desgracia no hay ciudades demasiado grandes entre Denver y Kansas City. Supongo que Kansas City servirá.

Dean le dirigió una de esas miradas de «¿a quién crees que estás engañando?».

– Estaba pensando en la próxima gasolinera.

Ella tragó saliva.

– Pero eres el tipo de persona que disfruta con la compañía, y te aburrirás si viajas solo. Yo puedo entretenerte.

Los ojos de Dean bajaron a sus pechos. ¿ A qué clase de entretenimiento te refieres exactamente? -Juegos para viajes -dijo ella con rapidez-. Conozco un montón, -Él bufó, y ella siguió hablando muy deprisa-. Además soy una gran conversadora, y puedo librarte de los admiradores. Evitaré que todas esas mujeres pierdan el tiempo lanzándose sobre ti.

Sus ojos grises azulados destellaron, pero ella no supo si fue por irritación o por diversión.

– Me lo pensaré -dijo él.

Para sorpresa de Dean, Castora continuaba en el coche cuando esa noche abandonó la interestatal en algún lugar al oeste de Kansas para seguir las indicaciones de un cartel que llevaba al hostal Los Buenos Tiempos. Ella se incorporó cuando él entraba en el aparcamiento. Mientras había estado dormida, Dean había tenido tiempo de sobra para observar el tamaño y movimiento de los pechos ocultos por la camiseta. La mayoría de la mujeres con las que pasaba el tiempo se los habían aumentado hasta cuatro veces el tamaño original, pero Castora no era una de ellas. Conocía a tíos que les gustaban así -caramba, él había sido uno de ellos-, pero hacía mucho tiempo que Annabelle Granger Champion le había aguado la diversión.