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– Tienes una voz única. Lo sabes, ¿no? -Ella se encogió de hombros.

De pronto, recordó las palabras que Marli había pronunciado en una breve conversación telefónica el año anterior.

«Su profesor dice que tiene una voz maravillosa, pero nunca la he oído. Ya sabes cómo te besa el culo todo el mundo cuando eres una celebridad. Incluso utilizan a tus hijos para llegar hasta ti.»

Sí, aquél era un error más que añadir al equipaje. Había asumido sin cuestionarlo que Riley estaría mejor con su ex esposa que con él, aunque sabía con exactitud lo egocéntrica que era Marli. Jugó con la púa entre los dedos.

– Riley, cuéntame algo.

– ¿Sobre qué?

– Sobre tu voz.

– No tengo nada que decir.

– No me vengas con ésas. Tienes una voz increíble, pero cuando te pedí que cantaras conmigo me dijiste que no podías. ¿Pensabas que no me gustaría?

– Sigo siendo yo -masculló ella.

– ¿Qué quieres decir?

– Que sepa cantar no me convierte en una persona diferente.

– No comprendo lo que quieres decir. -Lanzó la púa hacia los restos de madera-. Riley, explícamelo. Dime lo que piensas.

– Nada.

– Soy tu padre. Te quiero. Puedes contármelo.

La incredulidad asomó a esos ojos tan parecidos a los suyos. Las palabras no la convencerían de lo que él sentía. Con la guitarra entre los brazos, se levantó de un salto. Los pantalones que April le había comprado le cayeron hasta las caderas.

– Tengo que darle de comer a Puffy-

Cuando se alejó corriendo, él se apoyó contra una de las columnas del porche. Riley no creía que la quería. ¿Y por qué debería hacerlo?

Unos minutos más tarde, April emergió del bosque haciendo footing con un ceñido top deportivo color carmesí y unos pantalones cortos ajustados de color negro. April sólo se sentía segura con él si había otras personas cerca, y sus pasos vacilaron. Él pensó que pasaría de largo, pero ella aminoró el ritmo y se dirigió hacia él. Ese cuerpo firme, con el estómago desnudo brillante de sudor, le hizo hervir la sangre.

– Pensaba que llegarías más tarde -dijo ella, intentando recobrar el aliento.

A Jack le crujió una de las rodillas cuando se puso de pie.

– Solías decir que el ejercicio era para perdedores que no tenían otras maneras más creativas de perder el tiempo.

– Solía decir un montón de tonterías.

Jack clavó los ojos en la gotita de sudor que se deslizaba por el valle entre sus pechos.

– No te detengas por mí.

– Estaba bajando el ritmo.

– Te acompaño.

Jack se colocó a su lado. Ella se interesó por su viaje. En otra época, le hubiera preguntado por las mujeres que viajarían con la banda y dónde se alojarían. Ahora hacía las típicas preguntas de una mujer de negocios sobre la venta anticipada de entradas y gastos generales. Se dirigieron hacia la cerca de madera recién pintada de blanco que rodeaba el pasto recién segado.

– Oí cómo Dean le decía a Riley que iba a comprar unos caballos en primavera.

– Siempre le han gustado -dijo ella.

Jack apoyó el pie en el travesaño inferior.

– ¿Sabías que Riley canta estupendamente?

– Acabas de enterarte, ¿no?

Jack ya estaba harto de que todo el mundo le señalara sus errores cuando él era el primero en percatarse de ellos.

– ¿ Qué opinas?

April se tomó un momento antes de ir directa al grano.

– La oí la semana pasada por primera vez. -Apoyó los brazos en la cerca-. Riley estaba escondida detrás de las parras. Me quedé impresionada.

– ¿Has hablado con ella sobre eso?

– No me dio oportunidad. En cuanto me vio, dejó de cantar y me pidió que no te lo dijera. Es difícil imaginar una voz así en alguien tan joven.

Jack no lo dudaba.

– ¿Por qué está tratando de ocultármelo?

– No lo sé. Puede que haya hablado del asunto con Dean.

– ¿Podrías preguntarle?

– Eres tú el que tiene que dar la cara.

– Sabes que Dean no hablará conmigo -dijo él-. Caramba, hemos levantado ese jodido porche sin intercambiar más de veinte frases.

– Tengo la BlackBerry en la cocina. Mándale un correo electrónico cuando entres.

Bajó el pie de la cerca.

– ¿No te parece patético?

– Lo estás intentando, Jack. Eso es lo que importa.

Jack quería más. Quería más de Dean. Más de Riley. Más de April. Quería lo que ella solía darle libremente, y le rozó la mejilla suave con los nudillos.

– April, yo…

Ella sacudió la cabeza y se alejó.

Dean no vio el correo electrónico sobre las aptitudes de canto de Riley hasta bastante más tarde, y le llevó un momento darse cuenta de que provenía de Jack y no de April. Lo leyó rápidamente y luego escupió la respuesta.

«Averígualo por ti mismo.»

Mientras salía, pensó en Blue, algo que llevaba haciendo con cierta frecuencia. Muchas mujeres pensaban que tenían que actuar como actrices porno para excitarlo y volverlo loco, pero en realidad todo se volvía muy artificial. Blue, por el contrario, parecía no haber visto nunca una película porno. Era torpe, espontánea, impulsiva, estimulante y siempre ella misma… tan imprevisible en la cama como en todo lo demás. Pero no confiaba en ella, y no le cabía, duda de que no podía depender de ella.

Apoyó la escalera de mano contra un lateral del porche para subir y comprobar el tejado. En esta ocasión no le dolió el hombro. A un mes de comenzar los entrenamientos, nunca había tenido en mente más que una relación a corto plazo. Y era lo mejor, ya que Blue era, fundamentalmente, una chica solitaria. Quería llevarla a montar a caballo la semana siguiente, pero ¿quién sabía si ella aún estaría por allí para entonces? Una noche treparía por el balcón y ya se habría ido.

Mientras se abrochaba el cinturón de herramientas para subir por la escalera de mano, tuvo clara una cosa. Puede que Blue le estuviera ofreciendo su cuerpo, pero se guardaba todo lo demás para ella, y eso no le gustaba nada.

Dos noches más tarde, Jack encontró a April bailando descalza al borde del estanque con el pelo recogido. Sólo la acompañaban el chirriar de los grillos y el susurro de los juncos. Agitaba los brazos en el aire y su pelo ondeaba como filamentos de oro alrededor de su cabeza, y sus caderas, esas caderas seductoras, enviaban un telegrama sexuaclass="underline" ven, nene…, dámelo todo, nene.

Toda la sangre se le concentró en la ingle. La ausencia de música la hacía parecer un hada: misteriosa, bella y algo chalada. April, con esa mirada de diosa y ese coqueto mohín…, era la chica que se había pasado los setenta sirviendo a los dioses del rock'n'roll. Él conocía ese baile mejor que nadie. Sus excesos, sus exigencias alocadas, sus desmanes sexuales habían sido un polvorín para un chico de veintitrés años. Un chico que él había dejado atrás hacía mucho tiempo. Ahora no podía imaginarla doblegando su voluntad a nadie que no fuera ella misma.

Mientas se mecía con ese ritmo imaginario, la luz que provenía de la puerta trasera de la casita de invitados iluminó brevemente el cable de los auriculares. No estaba imaginando la música después de todo. Estaba bailando al son de una canción de su iPod. No era más que una mujer de mediana edad echando una cana al aire. Pero saberlo no rompió el hechizo.

Sus caderas se contonearon una última vez. Su pelo brilló tenuemente antes de bajar los brazos y quitarse los auriculares. Él se volvió sigilosamente de vuelta al bosque.

21

Blue contempló el retrato acabado antes de salir de la casa. En él, Nita aparecía con un traje de noche azul claro de una exhibición de danza de los años cincuenta, y tenía el pelo recogido en un moño estilo años sesenta que dejaba a la vista unos pendientes de diamantes que Marshall le había regalado el día de su boda, en los setenta. Se veía delgada y encantadora. Tenía la piel perfecta y estaba maquillada sólo lo justo. Blue la había pintado posando en una majestuosa escalinata con Tango a sus pies. Nita había intentado que eliminara al perro del retrato.