– No es tan malo como esperaba -dijo Nita la primera vez que vio el retrato colgado sobre el empapelado dorado del vestíbulo.
Blue tomó eso como que le había encantado, y, a pesar de lo ostentoso que resultaba el cuadro, estaba muy orgullosa de lo bien que había captado la imagen que tenía Nita de sí misma: la mirada de gatita sexy en los ojos, la provocativa sonrisa de los labios rosados, y el toque perfecto de platino del peinado. Más de una vez había pillado a Nita estudiando el retrato en el pasillo, con una expresión de nostalgia en sus viejos ojos.
Ahora que Blue disponía de efectivo en la cartera no había ninguna razón para quedarse. Podía marcharse de Garrison cuando quisiera.
Nita apareció a sus espaldas y juntas partieron hacia la granja para la cena de los domingos. Dean y Riley hicieron hamburguesas en la parrilla y Blue se encargó del acompañamiento: frijoles con ensalada de sandía condimentada con menta y zumo de lima. No le había dado el primer bocado a la hamburguesa, cuando Dean empezó a incordiarla para que le hiciera los murales, acusándola de ingratitud, de cobardía artística, y alta traición; cosas fáciles de ignorar. Hasta que April metió baza.
– Sé lo mucho que amas esta casa, Blue. Me sorprende que no quieras dejar tu impronta en ella.
A Blue se le puso la piel de gallina, y mientras todos se dedicaban a tomar otra ración, ella supo que tenía que pintar los murales. No sólo para dejar su impronta en la casa como había dicho April, sino que también quería dejar su huella en Dean. Los murales durarían años. Cada vez que Dean entrara en esa habitación, él se vería forzado a recordarla. Podía olvidar el color de sus ojos, incluso su nombre, pero mientras esos murales estuvieran en las paredes, no podría olvidarla a ella. Blue empujó la comida a un lado del plato, se había quedado sin apetito.
– Vale, los haré.
A April se le cayó un trozo de sandía del tenedor.
– ¿De verdad? ¿No cambiarás de idea?
– No, pero recuerda que te lo advertí. Mis paisajes son…
– Mierdas sentimentaloides. -Apuntó Dean con una sonrisa-. Lo sabemos. Enhorabuena, campanilla.
Nita levantó la vista de sus frijoles. Para sorpresa de Blue no protestó.
– Con tal de que me hagas el desayuno, y vuelvas a tiempo de hacerme la cena, no me importa lo que hagas.
– Blue se quedará ahora en la caravana -dijo Dean sin tapujos-. Será lo más conveniente para ella.
– ¿No querrás decir que es más conveniente para ti? -replicó Nita-. Blue es tonta, pero no estúpida.
Blue podría habérselo rebatido. Pero no sólo era tonta, era completamente estúpida. Cuanto más tiempo permaneciera allí, mucho más le costaría luego marcharse. Lo sabía por experiencia, Bueno, tenía los ojos bien abiertos. Echaría muchísimo de menos a Dean cuando se fuera, pero se había pasado toda una vida diciéndole adiós a la gente que le importaba, así que ya debería estar acostumbrada.
– No hay motivos para que sigas viviendo en ese mausoleo -dijo Dean la noche siguiente cuando cenaban en el Barn Grill-. No cuando vas a trabajar todos los días en la granja. Sé cuánto te gusta dormir en la caravana. Incluso te instalaré un retrete portátil de Porta Potti para ti sola.
Ella quería quedarse en la granja. Quería escuchar el débil repiqueteo de la lluvia de verano sobre el techo de la caravana mientras se quedaba dormida, hundir los pies descalzos en la hierba mojada cuando saliera por la mañana, dormir toda la noche acurrucada junto a Dean. Quería todo aquello que sabía que la torturaría cuando se marchara de allí.
Blue dejó la jarra de cerveza sobre la mesa sin haber bebido ni un solo sorbo.
– De ninguna manera pienso renunciar a que mi Romeo trepe por el balcón todas las noches en busca de su golosina preferida.
– Cualquier día me partiré la cabeza por catar esa golosina.
Eso no ocurriría. Sin que Romeo lo supiera, Julieta había contratado a Chauncey Crole, que era el hombre para todo del pueblo, para reforzar la barandilla de hierro.
Syl apareció de pronto en la mesa. Una vez más quería conocer los progresos de Blue para convencer a Nita de que accediera al plan de mejora del pueblo. Por enésima vez, Blue intentó convencerla de lo inútil de esa tarea.
– Si yo digo blanco, ella dice negro. Cada vez que intento hablar con ella del tema, empeoro las cosas.
Syl le birló a Blue una patata frita y comenzó a mover el pie al ritmo de la canción «Honky Tonk Badonkadonk» de Trace Adkins.
– Tienes que adoptar una actitud más positiva, Blue. Díselo, Dean. Dile que nadie consigue nada sin una actitud positiva.
Dean le dirigió a Blue una mirada larga y penetrante.
– Syl tiene razón, Blue. Una actitud positiva es la clave del éxito.
Blue pensó en los murales. Pintarlos sería como mudar de piel, pero no de una manera natural como cuando uno se quema por el sol, sino de una manera dolorosa, como si la piel estuviera en carne viva.
– No puedes darte por vencida -dijo Syl-. No cuando todo el pueblo depende de ti. Eres nuestra última esperanza.
Cuando Syl se marchó, Dean pasó un trozo de perca asada al plato de Blue.
– Las buenas noticias son que la gente está tan ocupada dándote la lata que han dejado de prestarme atención a mí -dijo él-. Ahora ya puedo comer tranquilo.
No mucho después, Karen Ann arrinconó a Blue en el aseo de señoras. En el Barn Grill ya no le servían alcohol, pero eso no había mejorado su carácter.
– No sé si lo sabes Blue, pero Mister Perfecto se está tirando a todo el pueblo a tus espaldas.
– Ya lo sabía. De lo que no estoy tan segura es de si sabes que yo también me estoy tirando a Ronnie a tus espaldas.
– Gilipollas.
– Deberías intentar centrarte, Karen Ann. -Blue arrancó una toalla de papel del dispensador-. Tu hermana fue quien te robó el Trans Am., no yo. Yo soy la que te pateó el culo, ¿recuerdas?
– Sólo porque estaba borracha. -Se apoyó una mano en la cadera huesuda-. ¿Obligarás a esa vieja bruja a abrir el pueblo, sí o no? Ronnie y yo queremos poner una tienda de cebos.
– No puedo hacer nada. ¡Nita me odia!
– ¿Y qué más da? Yo también te odio. Pero eso no quiere decir que debas hundirte en la miseria y dejarnos en la estacada.
Blue soltó la toalla de papel mojada en las manos de Karen Ann y regresó a la mesa.
El último día de junio, Blue cargó sus utensilios de pintura en el asiento de atrás del Vanquish de Dean, lo sacó del garaje de Nita, y enfiló hacia la granja. En lugar de abandonar Garrison, iba a comenzar a trabajar en los murales del comedor. Se había puesto tan nerviosa que no pudo desayunar y llevó todas las cosas adentro con el estómago revuelto. Simplemente con mirar las paredes en blanco, sentía que las manos se le ponían húmedas y pegajosas.
Todos excepto Dean asomaron la cabeza por allí mientras hacía los preparativos. Incluso apareció Jack. Blue lo había visto media docena de veces en las últimas semanas, pero aún se tropezaba con la escalera de mano cuando él andaba cerca.
– Lo siento -dijo él-. Creí que me habías oído llegar.
Ella suspiró.
– No habría servido de nada. Nunca dejaré de ponerme en ridículo en tu presencia.
Él sonrió ampliamente y la abrazó.
– Genial -masculló Blue-. Ahora no podré lavar esta camiseta en lo que me queda de vida, y era mi favorita.