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Sin perder el ritmo, le tendió la mano.

Dean se quedó inmóvil. Se acercó bailando hacia él, moviendo los brazos, incitándolo para que se uniera a ellos.

Él se quedó paralizado, aturdido, prisionero de su ADN. La música, el baile lo atraían a un lugar donde no quería estar. Esas hélices de material genético que había heredado habían sido canalizadas hacia el deporte, pero ahora, esas estructuras entrelazadas lo arrastraban a sus orígenes. Al baile.

Su padre bailaba.

Su madre bailaba y quería que él también se uniera a ellos.

Les volvió la espalda y se dirigió a paso vivo hacia la casa.

Jack se rió cuando April dejó de bailar de repente.

– Mira, Riley. Somos demasiado para ella.

Jack no había visto a Dean. April forzó una sonrisa. Jack y Riley estaban aprendiendo a divertirse juntos, no iba echarlo a perder todo ahora con su tristeza.

– Tengo sed -dijo ella-. Iré a por algo de beber.

Al llegar a la cocina, cerró los ojos. Era dolor lo que había visto en la cara de Dean, no desprecio. Había querido unirse a ellos -lo había sentido-, pero no había sido capaz de dar el primer paso.

Se concentró en hacer un zumo de naranja para Riley y ella. No podía controlar los sentimientos de Dean, sólo los suyos. «Que sea lo que Dios quiera.» Sirvió un té helado para Jack. Él quería una cerveza, pero no era su día de suerte. Ella no había contado con él esa noche. Riley y ella habían estado sentadas en el patio trasero hablando de chicos y escuchando un viejo álbum de Prince cuando apareció Jack. Antes de saber cómo, los tres se habían puesto a bailar.

Jack y ella siempre habían sido la pareja de baile perfecta. Tenían el mismo estilo y energía. Cuando se encontraba bajo el hechizo de la música, no pensaba en la insensatez de tener cincuenta y dos años y seguir fascinada todavía por Jack Patriot. Fuera, la música trepidante dio paso a una balada. Ella salió con las bebidas y se detuvo en los escalones al ver cómo Jack intentaba convencer a Riley para que bailara esa canción lenta.

– Pero si no sé -protestó ella.

– Súbete a mis pies.

– ¡No puedo hacer eso! Soy demasiado pesada. Te aplastaría los dedos.

– ¿Una pollita flaca y huesuda como tú? A mis dedos no les pasará nada. Venga. Súbete. -Él la tomó entre los brazos y ella subió sus pies desnudos encima de las zapatillas de lona de su padre. Se la veía muy pequeña al lado de él. Y hermosa, con ese pelo rizado, los ojos brillantes y la piel dorada. April se había quedado prendada de ella.

Se sentó en los escalones y los observó. Cuando era niña, había visto a una chica de su edad bailar con su padre de esa manera. Su propio padre, sin embargo, la había tratado como si no fuera más que un estorbo, y recordaba haberse encerrado en el baño para que nadie la viera llorar. Pero se había vengado bien de él cuando se hizo mayor. Había conocido a un montón de chicos a los que darle todo el amor que él había rechazado. Uno de ellos había sido Jack Patriot.

Riley tenía sentido del ritmo y finalmente se sintió lo suficientemente confiada para bajarse de los pies de su padre e intentar dar los pasos ella sola. Jack la guiaba con facilidad. Al final, la hizo girar sobre sí misma y le dijo que era una campeona, dejando a Riley mareada y orgullosa. April sirvió las bebidas. Cuando terminaron, Jack anunció que ya era muy tarde y que Riley debía acostarse, así que la llevó de vuelta a la casa. April estaba demasiado intranquila para entrar en la casita y acostarse, así que cogió una manta y se tumbó para mirar las estrellas. Blue se marcharía en cuatro días, Dean en una semana y media, y ella volvería a Los Angeles justo después. En cuanto estuviera allí, se dedicaría por entero al trabajo, al fin había logrado su propósito en la vida.

– Dean está en la casa con Riley -dijo una voz ronca y familiar -. No la he dejado sola.

Ella levantó la vista y vio que Jack se dirigía hacia ella a través del césped.

– Pensé que te habías ido a dormir.

– No soy tan viejo. -Se acercó al radiocasete y buscó entre los CD's dispersos en el escalón. Lucinda Williams comenzó a cantar «Like a rose»-. Se acercó a la manta y le tendió la mano-. Baila conmigo.

– Es una mala idea, Jack.

– Algunos de nuestros mejores momentos han sido el resultado de malas ideas. Deja de comportarte como una anciana.

A ella le sentó fatal que le dijera eso -algo que él ya esperaba- y rápidamente se puso en pie.

– Si intentas meterme mano…

Los dientes de Jack brillaron cuando esbozó una amplia sonrisa de pirata, y la tomó entre sus brazos.

– Mad Jack sólo se aprovecha de las mujeres menores de treinta años. Aunque, ahora está oscuro y…

– Cállate y baila.

Él solía oler a sexo y cigarrillos. Ahora olía a roble, a bergamota, y a la noche. Su cuerpo también era diferente al de aquel chico flaco que ella recordaba. Todavía era delgado, pero había desarrollado músculo. Su rostro también había perdido esa apariencia demacrada que tenía cuando había llegado. La letra de la canción de Lucinda los envolvió. Se acercaron más hasta que sólo una brizna de aire separaba sus cuerpos. De pronto ni siquiera fue eso. Ella le rodeó el cuello con los brazos. El le colocó los suyos en torno a la cintura. April se permitió descansar contra él. Tenía una erección, pero era algo que estaba ahí. Manifestándose sin exigir nada.

April se dejó llevar por la música. Estaba muy excitada, sentía que flotaba en un mar húmedo y resbaladizo. Él le acarició el pelo de la nuca y enterró los labios en el hueco de la oreja. Ella giró la cabeza y dejó que la besara. Fue un beso profundo, dulce, mucho más excitante que otros besos de borrachos que se habían dado. Cuando por fin se separaron, la pregunta implícita en los ojos de Jack atravesó el estado de ensueño de April. Ella negó con la cabeza.

– ¿Por qué? -susurró él, acariciándole el pelo.

– Ya no tengo rollos de una noche.

– Te prometo que esto durará más de una noche. -Le acarició la sien con el pulgar-. ¿Acaso no te preguntas cómo sería si nos dejáramos llevar?

Más de lo que él podía imaginar.

– Siempre me hago preguntas sobre cosas que no son buenas para mí.

– ¿Estás segura? No somos crios.

Ella se apartó.

– Ya no me atraen los rockeros guapos.

– April…

Sonó el móvil en los escalones. «Gracias, Dios mío.» Ella se apresuró hacia el porche.

– No irás a contestar… -dijo él.

– Tengo que hacerlo. -Mientras se acercaba a los escalones, se apretó los labios con el dorso de la mano, pero no sabía si era para borrar el beso o para conservarlo-. ¿Sí?

– April, soy Ed.

– Ed. Estaba esperando tu llamada. -Entró con rapidez en la casita de invitados.

Transcurrió media hora antes de que ella dejase de hablar por teléfono. Salió para recoger las cosas y se quedó sorprendida al ver a Jack todavía allí, tumbado sobre la manta, mirando las estrellas. Tenía una rodilla doblada y el brazo bajo la cabeza. Se sintió demasiado feliz al ver que la había esperado.

Jack le habló sin mirarla.

– Háblame de él.

Ella oyó el tono áspero de su voz y recordó aquellos viejos ataques de celos. Si no hubiera dejado esos juegos hacía mucho tiempo, le habría dicho que se fuera al infierno, pero se sentó en la manta y dejó que la falda formara pliegues alrededor de sus rodillas.

– Ellos.

– ¿Cuántos?

– ¿Ahora mismo? Tres.

Ella se puso rígida cuando él se giró para mirarla de frente. Pero no la atacó.

– Entonces no son tus amantes.

Fue una afirmación, no una pregunta.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo sé.

– Esos hombres me llaman a todas horas.