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En medio de una canción, la música se interrumpió de repente. Se oyó el graznido de un cuervo rompiendo el silencio. Vieron que una Riley enfadada había apagado el reproductor de CD's y los miraba con las manos en las caderas.

– ¡Está demasiado alto!

– Oye, vuelve a ponerlo -dijo April.

– ¿ Qué estáis haciendo? Es hora de almorzar, no de bailar.

– Cualquier momento es bueno para bailar-dijo Dean-. ¿Tú que opinas April? ¿Deberíamos dejar que mi hermanita bailara con nosotros?

April alzó la nariz.

– Dudo que pueda llevar nuestro ritmo.

– Claro que puedo llevarlo -dijo Riley-. Pero tengo hambre. Y vosotros oléis fatal.

Dean se encogió de hombros mirando a April.

– No puede llevar nuestro ritmo. Riley arrugó el ceño ante la afrenta. -¿Quién lo dice?

April y Dean la miraron fijamente. Riley les devolvió la mirada con cólera. Luego puso de nuevo la música, y bailaron todos juntos.

23

Blue se aplicó un poco de colorete en los pómulos. El suave tono rosa se complementaba a la perfección con el nuevo lápiz de labios brillante y el rímel negro. Además se había pintado los ojos con lápiz negro y lo remató con un poco de sombra gris. Estaba guapísima.

Vaya cosa. Esto era una cuestión de orgullo, no de belleza. Tenía que probarle algo a Dean antes de largarse de Garrison.

Cuando salía del cuarto de baño, vio la caja vacía de la prueba del embarazo que había tirado a la papelera el día anterior por la mañana, justo después de que Dean se fuera. No estaba embarazada. Genial. Más que genial. No podía hacerse cargo de un niño, no con su estilo de vida nómada. Lo más probable es que jamás tuviera un hijo, y eso también estaba bien. Al menos nunca haría que un niño pasara por todo lo que ella había pasado. Simplemente era algo más que tendría que superar.

Se dirigió a la habitación de Nita. El dobladillo del vestido veraniego que se había comprado para la fiesta le rozó las rodillas. Tenía el mismo amarillo del sol con el borde desigual y un bustier que resaltaba la línea del busto. Llevaba unas sandalias nuevas de color púrpura brillante atadas a los tobillos con unas delicadas cintas. El color púrpura hacía juego con los pendientes que Dean le había regalado y le confería al vestido un toque vibrante y muy femenino.

Nita se estaba echando un último vistazo delante del espejo. Con su enorme peluca rubia platino, los pendientes de araña de diamantes y un caftán color pastel, parecía salida de un desfile de carrozas patrocinado por los jubilados de un burdel, pero de alguna manera lo llevaba con estilo.

– Vamos, Rayo de sol -dijo Blue desde la puerta-. Y recuerde, debe parecer sorprendida.

– Todo lo que tengo que hacer es mirarte a ti -dijo Nita recorriéndola con los ojos de pies a cabeza.

– Es lo más adecuado, eso es todo.

– Demasiado tarde. -Cuando Blue se acercó más, Nita extendió la mano y ahuecó el pelo de Blue-. Si me hubieras escuchado, habrías permitido que Gary te hiciera un corte así hace mucho tiempo.

– Si la hubiera escuchado, ahora sería rubia platino.

Nita resopló por la nariz.

– Era sólo una idea.

Gary había estado deseando poner las manos en el pelo de Blue desde la noche que la había conocido en el Barn Grill. Una vez que la tuvo sentada en la silla de la peluquería, le había cortado el pelo en pequeñas capas, justo por debajo de las orejas, y le había dejado un flequillo desfilado que le resaltaba los ojos. El corte era demasiado bonito para que Blue se sintiera cómoda, pero había sido necesario.

– Deberías haberte arreglado así para ese jugador de fútbol americano desde el principio -dijo Nita-. Quizá entonces te habría tomado en serio.

– Él me toma en serio.

– Sabes exactamente a qué me refiero. Podría haberse enamorado de ti. Igual que tú lo estás de él.

– Estoy loca por él, pero no enamorada. Hay una gran diferencia. Yo no me enamoro. -Nita no lo entendía. Toda esa charada era la manera que Blue tenía de salir con la cabeza bien alta. Tenía que asegurarse de que Dean jamás volviera a sentir por ella ni la más leve pizca de piedad.

Blue condujo a la anciana hasta el coche. Nita se miró el lápiz de labios en el espejo retrovisor mientras Blue salía marcha atrás del garaje.

– Deberías avergonzarte de huir por culpa de ese jugador de fútbol americano. Deberías quedarte en Garrison, y dejar de dar tumbos por la vida.

– No puedo ganarme la vida en Garrison.

– Ya te dije que yo te pagaría si te quedabas. Bastante más de lo que puedes ganar pintando esos estúpidos cuadros.

– A mí me gusta pintar esos estúpidos cuadros. Lo que no me gusta es pasarme la vida siendo una sirvienta.

– Yo soy aquí la única sirvienta -la contradijo Nita- por la manera en que me mangoneas. Eres tan terca que le estás dando la espalda a una oportunidad de oro. No viviré para siempre, y sabes que no tengo a nadie a quien dejar mi dinero…

– Vamos, usted es un vampiro. Nos sobrevivirá a todos.

– Haz todos los chistes que quieras, pero valgo millones, y cada uno de ellos podría ser tuyo algún día.

– No quiero sus millones. Si tuviera un poco de decencia, se lo dejaría todo al pueblo. Lo que quiero es irme de Garrison. -Blue frenó en un stop antes de tomar la calle de la iglesia. Había llegado justo a tiempo-. Recuerde -dijo-. Sea amable.

– Trabajé en Arthur Murray. Sé comportarme.

– Pensándolo bien, limítese a mover los labios y yo seré la que hable por usted. Será más seguro de ese modo.

El bufido de Nita sonó parecido a una carcajada, y Blue supo en ese momento que echaría de menos a ese viejo murciélago. Con Nita, Blue podía ser ella misma.

Igual que con Dean.

La pancarta adornada con globos cruzaba la calle de la iglesia y en ella se podía leer FELIZ 73 CUMPLEAÑOS SEÑORA GARRISON. Dean sabía que Nita tenía setenta y seis, y no le cabía duda de que Blue había contribuido a esa mentirijilla.

En el parque se habían reunido cerca de cien personas. Había más globos entre los árboles, que se mezclaban con las serpentinas rojas, azules y blancas que habían quedado de la celebración del Cuatro de Julio de la semana anterior. Un grupo de adolescentes con camisetas negras y lápiz de ojos a juego terminó de cantar una versión punk del «Cumpleaños feliz». Riley le había dicho a Dean que era la banda de rock del sobrino de Syl, los únicos que cantarían ese día.

En la parte delantera del parque, cerca de una pequeña rosaleda, Nita había comenzado a cortar una tarta de cumpleaños del tamaño de un campo de minigolf. Dean se había perdido todos los discursos de la celebración, pero a juzgar por las caras de todo el mundo, no habían sido memorables. Había más serpentinas en las largas mesas donde estaban las jarras de ponche y té helado. Divisó a April y a Riley cerca de la mesa del pastel, hablando con una mujer con un vestido amarillo. Algunos de los habitantes del pueblo lo llamaron a gritos, y él los saludó con la mano, pero lo único que quería era encontrar a Blue.

El día anterior había sido uno de los peores y mejores días de su vida. Primero estaba aquel desagradable encuentro con Blue; luego su dolorosa y liberadora conversación con Jack; y finalmente el maratónico baile con April. Después, April y él no habían hablado demasiado, y no había habido ningún «jodido abrazo», como Jack había dicho, pero los dos sabían que las cosas habían cambiado. Él no sabía cómo sería exactamente esa nueva relación, sólo que era el momento adecuado para que madurara y conociera a la mujer en la que se había convertido su madre.