Primero Elise le cortó una trenza. Después Hussein le cortó otra. Tuvieron que forcejear porque las tijeras
eran malas y su pelo era tupido. Tardaron veinte minutos en cortarle las seis. Después Rikke-Ursula parecía una persona de esas que andan extraviadas y deberían estar encerradas en un manicomio.
Las trenzas cortadas se colocaron bellamente apiñadas encima del montón de significado.
Azul. Más azul. Azulísimo.
Rikke-Ursula miró mucho rato sus trenzas.
Ya no resbalaban lágrimas por sus mejillas. En su lugar sus ojos brillaban de rabia. Se volvió tranquilamente hacia Hussain y dijo con voz amistosa y con los dientes un poco apretados:
– Tu alfombra de rezos.
XII
Hussain protestó.
Protestó tanto que al final tuvimos que arrearle. Es decir que Ole y el gran Hans le arrearon. Los demás estuvimos mirándolo. Llevó su tiempo, pero al final, Hussain, en el suelo con las narices pegadas al serrín y Ole encima de él, ya no dijo nada más. Cuando permitieron que se levantara tenía cara de estar muy asustado, casi parecía que temblaba. Pero no era de Ole o del gran Hans de quien tenía miedo.
De quien tenía miedo lo descubrimos después de que llorando entregara su alfombra de rezos y luego no asistiera a la escuela durante una semana. Cuando finalmente volvió, todo su cuerpo era de color azul, amarillo y verde, y tenía un brazo roto. No era un buen musulmán, había dicho su padre, y le había dado una terrible paliza.
La paliza no fue lo peor.
Lo peor fue no ser un buen musulmán.
¡Un mal musulmán! ¡Ni la sombra de musulmán! ¡Ni la sombra!
Algo en Hussain parecía haber sido destruido.
Andaba por ahí arrastrando los pies y con la cabeza gacha, y mientras que antes había sido más bien bueno repartiendo golpes y empujones, ahora ni se defendía aunque otros lo buscaran.
Tengo que reconocer que era una alfombra hermosa, tejida en un entramado de azules, rojos y grises, y era.tan blanda y fina que Cenicienta estuvo a punto de abandonar el ataúd de Emil por ella. Entonces Jan-Johan la colocó en lo más alto del montón de significado, donde la perra no pudiera trepar, y funcionó. Cenicienta permaneció en su sitio.
Primero Hussain no quería decir quién sería el siguiente. Sólo meneaba la cabeza con tristeza cuando intentábamos presionarlo.
El aullido de Pierre Anthon había empezado a alcanzarnos de nuevo y Hussain debía ponerse las pilas. Ya estábamos en el mes de octubre y aún lejos del final, pronto debería estar todo listo y todavía nos faltaban seis.
Al fin, cuando Hussain ya no pudo excusarse más, señaló al gran Hans y le dijo calmado:
– La bicicleta amarilla.
No era gran cosa, aunque la bicicleta fuera flamante y nueva, amarillo neón y de carreras, y el gran Hans, con un gran disgusto, tardara dos días enteros en depositarla en el montón de significado, allí, en la serrería. Pero un poco era mejor que nada y ahora por lo menos podíamos continuar.
Si hubiéramos sabido que esto de la bicicleta encolerizaría tanto al grande de Hans que daría con algo del todo horripilante, seguro que algunos de nosotros le hubiéramos rogado a Hussain que le pidiera otra cosa. Pero no lo sabíamos e insistimos sólo para que el gran Hans entregara la bicicleta amarillo neón tal y como había pedido Hussain.
Sofie fue una de las que más presionó. No debería haberlo hecho.
XIII
Casi no soy capaz de explicar lo que Sofie debía entregar. Era algo que sólo un chico podía haber pedido, y era tan asqueroso y repugnante que casi todos los demás intercedimos por ella. Sin embargo, ella no dijo prácticamente nada, sólo no y no y no, meneando la cabeza una y otra vez, y casi se le iba también el cuerpo en el movimiento.
El gran Hans se mostró despiadado.
Y nosotros, por supuesto, al final tuvimos que darle la razón en eso de que los demás habíamos sido inflexibles cuando él tuvo que entregar la bici.
No es lo mismo, dijimos.
– ¿Cómo podéis saber que mi bici amarillo neón no significa lo mismo para mí que la inocencia para Sofie?
No, no podíamos saberlo.
Así que a pesar de la aversión que sentíamos, se acordó finalmente que sería el gran Hans quien la ayudaría en la entrega esa misma noche en la serrería en desuso. Cuatro de los muchachos se quedarían para asistirlo en caso de que fuera preciso. Al resto se nos mandaba a casa para que no se nos ocurriera saliven ayuda de la muchacha.
Ese día fue un día escolar feísimo.
Sofie estaba de un pálido cadavérico, sentada en su silla y sin abrir la boca, ni siquiera cuando alguna de las chicas intentaba consolarla. Las demás, al final ya no nos atrevíamos a decir nada, estábamos aterrorizadas pensando en lo que iba a ocurrirle; y eso era casi peor que cuando montábamos bulla, porque ese silencio absoluto durante una hora nunca se había visto en nuestra clase. Eskildsen estaba a punto de sospechar algo y empezó a decir que nuestra clase se había comportado de forma muy extraña desde el inicio del curso. Tenía razón, pero por suerte no lo vinculó al pupitre vacío de Pierre Anthon. Si se hubiera puesto a hablar de él, no estoy segura de si habríamos conseguido mantener la máscara puesta.
Mientras Eskildsen hablaba y hablaba sobre nuestro extraño comportamiento desde agosto, me giré y miré a Sofie. Creo que no se lo hubiera reprochado si en ese preciso instante se hubiera chivado de todo. Pero no lo hizo. Estaba totalmente quieta, tan blanca como debía de haber sido el ataúd nuevo del pequeño Emil, y, a pesar de todo, tranquila y entera, tal y como imaginaba yo que las santas debían abrazar la muerte.
Me puse a pensar en el inicio de todo y en cómo Fierre Anthon nos vociferaba sin parar subido al ciruelo, mañanas y tardes cuando pasábamos por delante del número 25 de la calle Taering. No sólo nosotros íbamos a acabar mal de la cabeza, tenía pinta de que él mismo enloquecería si no conseguíamos pronto que bajara del árbol.
– Los chimpancés tienen el cerebro y el ADN casi igual al nuestro -había gritado ayer meciéndose en las ramas-. No tiene nada de especial eso de ser una persona.
Y hoy por la mañana:
– Hay seis mil millones de personas en la Tierra. Son demasiadas, pero en el año 2025 seremos ocho mil millones y medio. ¡Lo mejor que podemos hacer para el futuro del mundo es morirnos!
Debía de sacar todos esos conocimientos de los periódicos. No sé de qué puede servir juntar todo el saber de otros. Es suficiente para arrebatar la valentía de todo aquel que no es adulto y todavía no ha experimentado por sí mismo. Pero los adultos aman acumular conocimientos, claro, cuantos más mejor, y da igual que sean el saber de otras personas y algo que sólo puede hallarse en los libros. Claro que sí, Sofie hacía bien en apretar los dientes. Había algo que importaba a pesar de todo, aunque ese algo fuera algo que iba a perder.
No sé exactamente qué sucedió esa tarde cuando el gran Hans ayudó a Sofie a entregar su inocencia. Al día siguiente sólo había allí una pizca de sangre y algo de mucosidad en un pañuelo a cuadros que estaba en todo lo alto del montón de significado, y Sofie caminaba de forma rara, como si sintiera dolor al mover las piernas. No obstante era Sofie la que se mostraba orgullosa e inaccesible, mientras que el gran Hans solícito corría a su alrededor como si intentara complacerla.
– Seguro que quiere hacerlo otra vez -susurró Gerda a mi oído y se rió maliciosamente, olvidando por completo que no me hablaba desde lo de Oscarito.