Выбрать главу

Pero nosotros estábamos obcecados y no nos dábamos por vencidos. Es decir, casi: algunos lloraron y pidieron perdón. El roña de Henrik sollozó y dijo que todo fue culpa nuestra, y que él no quiso participar en nada. Ni siquiera en lo de la serpiente en formol.

– Perdón, perdón -gritaba el piadoso Kai al rato. Era para ponerse mala oyéndolo y Ole, al final, se vio obligado a pellizcarle fuerte en el muslo.

– Lo siento, no lo haré nunca más -chilló Fre-derik, y aun estando sentado estiró tanto la espalda que pareció que estaba de pie. En todo caso, hasta que Maiken atinó a clavarle la punta de un compás en el costado.

Sofie trasladaba su mirada de desprecio de un renegado a otro. Y se comportaba con absoluta calma. Cuando el profesor Eskildsen, tras reprendernos sin interrupción durante treinta y ocho minutos, golpeó su mesa diciendo que qué provecho habíamos sacado de todo eso, fue ella la que respondió.

– Significado. -Asintió como para sí misma-. Vosotros no nos habéis enseñado nada. Así que lo hemos aprendido solos.

Sofie fue enviada de inmediato al despacho del subdirector.

Las malas lenguas contaban que en el despacho del subdirector ella sólo repitió la misma palabra, a pesar de que éste le impuso un castigo y la amonestó tan fuerte que pudo oírse desde el patio de la escuela.

Cuando Sofie volvió a entrar en la clase, tenía una luz extraña en los ojos. La contemplé largo rato. Aparte de un ligero sonrojo en las mejillas en la región cercana a la raíz del pelo, su rostro reflejaba palidez e impasibilidad, quizá con una pizca de frialdad pero también con el rescoldo de una viva llama. Sin saber a ciencia cierta el qué, presentía que esa llama interna estaba vinculada al significado. Decidí no olvidarlo pasara lo que pasara. Aunque esa llama ardiendo no fuera algo que pudiera depositarse en el montón, y aunque yo, de una u otra manera, tampoco pudiera referírsela a Pierre Anthon.

En el recreo pateamos por todo el patio mientras discutíamos qué haríamos.

Hacía frío y los guantes y los gorros calentaban poco rato; el asfalto del patio estaba cubierto por una ligera capa de aguanieve que nos dejaba las botas mojadas y asquerosas. Pero no nos quedaba otra; formaba parte de nuestro castigo eso de tener que pasar los minutos de recreo afuera.

Algunos eran más partidarios de que contáramos toda la historia y dejáramos claro que Pierre Anthon tenía la culpa de todo y después devolviéramos las cosas a su lugar de origen.

– Así quizá me den permiso para izar la bandera de nuevo -dijo Frederik esperanzado.

– Y yo pueda volver a la iglesia -disparó el piadoso Kai.

– Quizá sea esto lo mejor -parecía que Sebastian se alegraba con la idea de poder ir a pescar otra vez.

– No -estalló Anna-Li sorprendiéndonos una vez más-. Todo lo que hemos hecho perdería el significado.

– ¡Y a mí nadie me devuelve a Oscarito, verdad! -añadió Gerda disgustada y tenía razón. Oscarito había sucumbido a la primera helada la noche del 3 de diciembre.

– ¡Pobrecita Cenicienta! -suspiró Elise pensando que quizá hubiera muerto sin provecho alguno.

Yo no dije nada. Era invierno y en esa estación del año mis sandalias verdes no me servían de nada. La mayoría de nosotros todavía estábamos unidos. Y So-fie tuvo absoluto respaldo cuando escupió en el asfalto delante de las botas del piadoso Kai.

– ¡Gallinas! -gruñó-. ¿Tan fácilmente os dais por vencidos?

Frederik y el piadoso Kai rascaban el asfalto con los talones de las botas. Sebastian se encogió.

– Hay tanto escándalo, además hemos hecho algo indebido -se lanzó Frederik cauteloso.

– ¿Acaso ño se trata de significado lo que tenemos en la serrería? -Miró a Frederik a los ojos hasta que él bajó la mirada asintiendo-. ¡Si renunciamos al significado, no nos queda nada!

¡Nada! ¡Ninguna cosa! ¡Nada en absoluto!

– ¿Estamos de acuerdo? -Paseó la mirada por nosotros con la llama en su rostro ardiendo más que nunca-. ¿No es el significado más importante que todo lo demás?

– Por supuesto -dijo Ole, y aprovechó la ocasión para propinarle a Frederik un fuerte empellón que casi lo tira al suelo.

Los demás asentimos murmurando: claro, por supuesto y naturalmente y no podía ser de otra manera. Porque así era.

– Queda un problema por resolver -continuó Sofie-. ¿Cómo conseguir mostrarle el montón de significado a Fierre Anthon?

No tuvo necesidad de explicar lo que estaba pensando. La policía había bloqueado la serrería y el montón de significado como pruebas del caso. Y todos estábamos sujetos a arresto domiciliario.

Tocó el timbre, la única posibilidad de seguir discutiendo el tema era en las próximas pausas de un cuarto de hora.

Sofie halló la solución a la primera parte del problema.

– Con un poco de suerte podremos burlar el cerco policial -dijo-. La serrería tiene una ventana en el techo del desván, justo en el lateral opuesto a la calle y a la entrada. La policía no monta guardia en ese lado. Si conseguimos una escalera, podremos encaramarnos y entrar por ahí.

Con el arresto domiciliario era peor. A pocos les apetecía provocar a sus enojados padres precisamente ahora.

– Quizá podríamos pedirle a Pierre Anthon que acuda solo a la serrería y lo vea todo -propuso Richard.

– Nunca lo conseguiríamos -dijo Maiken-. Creería que intentamos burlarnos de él.

Yo tuve una idea.

– ¿Y si Taering Martes publicara una historia sobre nosotros y el montón? Seguro que él sentiría curiosidad y se acercaría a verlo.

– ¿Pero cómo conseguimos que el periódico hable de nosotros? -dijo Ole. La policía mantenía en secreto lo de la serrería precisamente por nuestros nombres y edad.

– Llamamos al periódico fingiendo ser ciudadanos escandalizados que han sabido de esa profanada figura de Jesús, etcétera. -Yo misma me reí de la ocurrencia.

– ¡No digas eso de etcétera! -gritó Gerda pensando seguramente en Oscarito allí tieso en su jaula en lo alto del montón.

– ¡No seré yo quien llame!

– ¿Pues quién entonces?

Nos miramos unos a otros. No entendía por qué todos acabaron mirándome a mí, eso me ocurría por no» mantener la boca cerrada.

– Boca cerrada. Callada. No decir____________________.

Podría haberme tragado la lengua.

Esa tarde no estuve a solas en casa ni un solo instante. Sin embargo al tercer día se me presentó la ocasión: mi hermano fue a jugar fútbol y mi madre tenía que salir a comprar. Tan pronto como mi madre se alejó en su bicicleta cogí el teléfono de la cocina y marqué el número.

– Taering Martes -dijo una chillona voz de mujer.

– Quiero hablar con el redactor jefe -dije, más porque no sabía por quién preguntar que otra cosa. Hablaba con un jersey encima del auricular. Pero no valió.

– ¿A quién tengo que anunciar? -preguntó la voz femenina demasiado curiosa.

– Hedda Huid Hansen.

Fue el único nombre que me vino a la mente, aunque enseguida me arrepentí porque la idea era que la llamada fuera anónima. Pero se trataba del nombre de la esposa del pastor y no del mío, así que no tenía por qué preocuparme. Y al menos me pondrían, como mínimo, con el redactor jefe.

– Soborg -dijo él con profunda voz rugiente.

La voz me tranquilizó. Sonaba rara y amistosa como la de mi abuelo, así que fui a por todas.

– Le habla Hedda Huid Hansen. Sí, querría que tratara usted el tema confidencialmente, pero creo que hay algo de lo que su periódico tendría que encargarse. -Tomé una profunda bocanada de aire como si estuviera conmocionada-. Sí, usted habrá oído algo referente a los terribles sucesos ocurridos en la iglesia y entornos estos últimos días. Primero el cementerio fue arrasado y dos lápidas robadas, después nuestro Jesús crucificado fue robado de la iglesia, incluso siendo domingo. -Aspiré otra vez produciendo un sonido sibilante-. De lo que estoy segura es de que usted no ha oído que estas joyas nacionales acaban de ser halladas. Junto a un pequeño ataúd que quizá contenga algo y a una serpiente en formol, a una bicicleta amarillo neón y -entonces bajé la voz- a un perro decapitado, a un hámster muerto, a un dedo índice ensangrentado y cantidad de cosas más. Ah, y también a un par de sandalias verdes.