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A lo largo de una de las paredes había un arcón congelador. Observó que estaba en funcionamiento y la curiosidad le llevó a abrirlo. La tapa era grande y costaba levantarla, la palanca estaba algo oxidada. El aire frío le golpeó la cara cuando miró dentro del congelador y todo lo que vio fue unos cuantos envases de plástico cuadrados, totalmente congelados. Levantó uno de los recipientes y quitó el hielo de la tapa. Tenía una etiqueta pegada. Le costó entender lo que ponía, parte del texto escrito con tinta negra se había borrado. Enseguida logró leer las letras suficientes como para poder descifrar lo que decía. Era un nombre conocido: «Mellgren». Instintivamente levantó la vista para comprobar si había alguien cerca viendo lo que hacía. Miró una y otra vez el contenedor de plástico. Parecía que contenía un líquido marrón congelado. Se le revolvió el estómago cuando comprendió que probablemente lo que tenía entre sus manos era la sangre de Mellgren. Levantó otra caja y rascó el hielo, pero lo interrumpió un ruido procedente del exterior.

Miró hacia la puerta del establo y vio que el pomo de la puerta se movía hacia abajo.

Karin y Kihlgård se dirigieron hacia Hall en plena noche de agosto. La carretera se iba estrechando a medida que iban subiendo y sólo se cruzaron con algún coche. Dejaron atrás las salidas hacia Lickershamn y Ireviken, y estuvieron a punto de pasarse la salida que conducía hasta la granja. Karin dio un frenazo y entró por la angosta carretera. Ahora estaba todo oscuro a su alrededor, aquí no se veían farolas ni casas. El monte bajo se volvía cada vez más denso y por todas partes se divisaban árboles muertos con las ramas desnudas, retorcidas.

– ¿Estás segura de que vamos bien? -preguntó Kihlgård inquieto.

– Completamente. He mirado el mapa antes, sólo puede ser esta carretera. Pero he de reconocer que, aunque soy de Gotland, nunca había estado aquí arriba antes.

– Está muy desolado, parece un paisaje fantasmal.

– Sí -aseguró Karin-. Parece totalmente alejado de la civilización.

El coche avanzaba dando tumbos por un terreno cada vez más accidentado y Karin empezaba a preguntarse si llegarían o se quedarían parados en algún sitio. Justo cuando ya empezaba a buscar un lugar donde dar la vuelta, descubrió un automóvil aparcado arriba, en el bosque, y más adelante había otro. Reconoció el viejo Mercedes de Knutas.

Karin aparcó al lado y se deslizaron hacia la granja con el máximo sigilo.

La expresión del rostro de Eskil Rondahl apenas cambió cuando descubrió a Johan con la caja en la mano. Sólo los ojos revelaron un atisbo de sorpresa. Era la segunda vez que se encontraban ese día.

– ¿Qué cojones haces aquí?

– Eso mismo iba a decir yo.

Johan le acercó las cajas.

Rondahl no contestó. Tenía los brazos caídos a lo largo del cuerpo, con torpeza, como si no supiera qué hacer. Se quedaron así un rato, mirándose el uno al otro.

– ¿Quién eres?

– Me llamo Johan Berg y soy periodista.

– ¿En un periódico?

– En la televisión, en Noticias Regionales de la Televisión Sueca.

– ¿Me has estado siguiendo?

Se iba acercando despacio mientras hablaba. Johan dio un paso atrás mirando disimuladamente a los lados. ¿Dónde cojones estaba Knutas? ¿Y Pia?

Rondahl daba vueltas a su alrededor como un animal carnívoro a punto de atacar a su presa.

Johan no sabía qué hacer. La puerta estaba cerrada y no había visto ninguna otra salida. Fuera todo parecía en silencio. Se encontró de pronto en una situación que no controlaba en absoluto. No había contado con acabar poniéndose él mismo en peligro. La imagen de su hija cruzó su mente. Maldijo su propia estupidez. ¿Cómo había podido meterse en aquello sin pensar en las consecuencias? Se trataba de tres asesinatos. Pensó en Emma.

Vio las paredes blancas con el revoque desconchado, los viejos compartimentos donde en su día estuvieron las vacas atadas en hilera, encadenadas sin posibilidad de huir, como él mismo. Observó cómo se le habían nublado los ojos a Rondahl y se dio cuenta de que aquel hombre, que parecía tan discreto, en realidad era peligrosísimo. Estaba cara a cara con el asesino.

Las ventanas estaban oscuras, la negrura de fuera se le metió en el cuerpo, oprimiéndole el corazón y paralizándole el cerebro. Entonces descubrió el resplandor de un cuchillo en la mano de aquel hombre. Al principio creyó que lo había visto mal, pero entonces volvió a brillar. Un terror frío le comprimió el cuello como una cinta. Se quedó petrificado. No conseguía pensar claro. No sabía cuántos segundos o minutos pasó allí inmovilizado. Entonces despertó de su letargo e intentó sin éxito huir hacia la puerta. Al instante tenía al hombre encima de él y sintió un dolor ardiente en el vientre.

Johan se desplomó en el suelo.

Karin y Kihlgård se dirigieron corriendo a la granja y vieron a Knutas pegado a una de las paredes alargadas.

– ¿Qué pasa aquí? -susurró Karin mientras miraba con curiosidad a través de la ventana.

– Están practicando algún rito. Tanto Eskil Rondahl como Aron Bjarke están ahí dentro y Bjarke parece el líder, como veréis. No sé lo que significa, pero parece que están bebiendo sangre.

– ¿Hablas en serio?

Kihlgård se encogió lo mejor que pudo teniendo en cuenta su enorme corpachón.

Knutas empezaba a estar preocupado de verdad. Los refuerzos que había pedido tardaban en llegar y se preguntaba dónde se habían metido Johan y Pia.

– ¿Quién es Rondahl? -preguntó Karin.

Knutas se agachó y buscó con la mirada entre las misteriosas figuras de la sala. No podía ver a Rondahl en ningún sitio. Sin duda había abandonado la sala sin que Knutas se diera cuenta.

– Johan y Pia también han desaparecido -dijo Knutas entre dientes-. Y de eso hace ya un buen rato.

Pia estaba en la postura más incómoda que uno pueda imaginarse. Había encontrado una escalera en el exterior de la casa, había subido al piso de arriba y había localizado una trampilla que logró abrir de manera que podía ver todo el cuarto de estar.

Allí podía tumbarse y filmar sin que nadie la molestara mientras a ninguno de los participantes le diera por alzar la vista y mirar detrás de la araña de cristal que colgaba del techo.

Nunca habría podido imaginarse que las cosas que ocurrían en aquella sala sucedían en la realidad.

Algunos participantes tenían figuras en la mano y las mojaban en cuencos cuyo contenido realmente parecía sangre. Intentó enfocar las esculturas con el zoom para poder distinguir lo que representaban. Una mujer estaba besando su escultura y, para horror de Pia, luego empezó a lamer la sangre con aplicación.

Reconoció a Aron Bjarke, que también actuaba de una manera muy extraña. Tenía el rostro contraído y la mirada fija mientras agitaba las manos en el aire y pronunciaba conjuros que ella no podía entender.

Puso en marcha la cámara con la esperanza de que las imágenes se grabaran con nitidez.

De repente ocurrió algo. Se abrió la puerta y entró el hombre que había abandonado la sala hacía un rato. Parecía alterado. Entonces lo reconoció: era el de la grabación, Eskil Rondahl. Pia observó que tenía sangre en la ropa y en las manos, pero no recordaba si la tenía ya antes de salir de la sala. Podía ser de los cuencos que se habían pasado.

Eskil se acercó a Aron y le susurró algo al oído. La cara de Aron cambió inmediatamente. Se dio media vuelta hacia Eskil y hablaron sin que nadie los oyera. Pia maldijo para sus adentros. Ahora sólo se le veía la espalda.

De pronto vio a través del objetivo de la cámara cómo Aron le decía algo al hombre del tambor y los golpes acompasados cesaron al instante. Uno tras otro los participantes fueron advirtiendo que los sonidos habían cesado y detuvieron sus movimientos mirando sorprendidos a su alrededor. Aron levantó la mano y empezó a hablar. Pia oyó cómo ordenaba a los presentes que se fueran a casa y volvieran al día siguiente por la tarde, cuando se esperaba luna llena, para completar el rito. Si volvían todos entonces podrían experimentar algo extraordinario.