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– ¿No era extranjero el propietario? -preguntó Johan.

– Creo que es un consorcio en el que participa el ayuntamiento y algunos hombres de negocios extranjeros.

– Tendremos que investigar más ese tema cuando tengamos tiempo. Indiscutiblemente se merece un reportaje más amplio.

Cuarenta y cinco minutos después se encontraban en Petesviken.

El prado estaba acordonado y vigilado por policías uniformados apostados junto a la verja. Ninguno de ellos quiso responder a las preguntas de Johan sobre el caballo degollado, y le indicaron que se pusiera en contacto con Knutas.

Pia se puso enseguida en marcha con la cámara, cosa que no sorprendió a Johan. Aquella chica tenía carácter. Le cayó bien desde el primer día, nada más conocerla en la redacción. Parecía muy espabilada, llevaba el cabello negro, corto y despuntado, un aro en la nariz y los ojos castaños intensamente maquillados. Lo saludó sin más preámbulos y enseguida empezó a aportar sus propias ideas. Aquello fue un buen presagio para el resto del verano. Pia había nacido y crecido en Visby, y conocía Gotland como la palma de su mano. Gracias a su extensa familia tenía parientes y amigos repartidos por varios lugares de la isla. Tenía nada menos que seis hermanos y todos se habían quedado a vivir en Gotland con sus respectivas familias, así que su red de contactos era enorme. Desde un punto de vista profesional, puede que no sacara las imágenes tan buenas a las que él estaba acostumbrado, pero tomaba muchas y a menudo desde ángulos interesantes. Si conservaba el entusiasmo y su desbordante dinamismo, con el tiempo llegaría a ser una excelente fotógrafa. Era joven, ambiciosa y estaba decidida a conseguir un empleo fijo en Estocolmo, en alguna de las grandes cadenas de televisión. De momento, no había trabajado más que un año y ya había conseguido que le dieran una suplencia larga en la Televisión Sueca, lo cual no era nada desdeñable. Ahora había desaparecido tras un recodo.

A Johan le dieron ganas de deslizarse por debajo del cordón policial en la zona más alejada, pero sabía que si lo descubrían habría quemado sus naves frente a la policía y, definitivamente, no podía correr ese riesgo. Era consciente de que sus jefes en Estocolmo estaban sopesando la posibilidad de volver a contar con un corresponsal fijo en Gotland y de que el resultado de su trabajo a lo largo del verano iba a pesar mucho en esa decisión. No había nada que Johan desease más que poder quedarse.

Buscó a Pia, pero era como si se la hubiera tragado la tierra. Increíble, sobre todo por lo grande y pesada que era la cámara de televisión, nada con lo que se pudiera andar por ahí como si tal cosa. Johan empezó a caminar a lo largo del cercado.

El prado era grande y no podía ver dónde terminaba, se lo impedía la zona arbolada. Siguió con la vista el lindero del bosque y de pronto vio a Pia. Se había metido dentro del área acordonada y estaba tomando una vista panorámica del prado. Al principio se cabreó, aquello le costaría a él un disgusto si llegaba a emitirse por televisión, pero enseguida reconsideró su postura. La joven estaba haciendo su trabajo lo mejor posible con el fin de obtener buenas imágenes. Así era precisamente como a él le gustaba que trabajara un fotógrafo. El peligro de hacerse demasiado amigo de la policía era que uno empezaba a tener demasiada consideración hacia ellos. Se invertía el objetivo de procurar lo mejor desde el punto de vista del espectador por el de mantener unas buenas relaciones con las fuerzas del orden. Y él, definitivamente, no quería caer en eso. Era consciente de que debía ir con cuidado. La súbita irritación inicial se transformó en gratitud. Pia era una fotógrafa increíblemente buena.

Cuando ella terminó de hacer su trabajo, se pasaron por las granjas cercanas. Nadie quiso prestarse para una entrevista. Johan sospechó que habían recibido órdenes de la policía. Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos, y se disponían a marcharse de allí, apareció un chaval de unos diez u once años andando por el camino. Johan bajó el cristal de la ventanilla.

– Hola, me llamo Johan y ésta es Pia. Trabajamos para la televisión y hemos estado tomando unas imágenes del prado donde mataron al caballo. ¿Has oído lo que ha pasado?

– Claro, yo vivo allí -contestó el chico señalando con la cabeza el camino que tenía detrás.

– ¿Conoces a las niñas que lo encontraron?

– Un poco, aunque no viven aquí, sólo están de vacaciones en casa de sus abuelos.

– ¿Sabes dónde viven?

– Sí, está cerca. Puedo deciros dónde es.

El chaval declinó el ofrecimiento de Johan para que subiera al coche. Fue andando delante por el camino y ellos condujeron despacio detrás de él.

Enseguida llegaron a la casa de los abuelos.

Un seto bien cortado rodeaba la casa y fuera había dos niñas sentadas en una piedra grande balanceando las piernas.

Johan se presentó primero y luego a Pia, que llegó al momento.

– No podemos hablar con periodistas -dijo Agnes-. Eso ha dicho el abuelo.

– ¿Qué hacéis aquí sentadas? -preguntó Johan sin inmutarse.

– Nada en especial. Habíamos pensado coger flores para papá y mamá. Vendrán esta tarde.

– ¡Qué bien! -exclamó Pia tomando parte en la conversación-. Después de que haya pasado una cosa tan horrible. No me cabe en la cabeza que alguien haga eso a un caballo. ¡Un animal inocente! Y he oído que era muy bueno y muy cariñoso.

– Era el poni más bonito del mundo. El más cariñoso.

A Agnes se le ahogó la voz.

– ¿Cómo se llamaba?

– Pontus -dijeron las chiquillas a coro.

– Vamos a hacer todo lo que podamos para que la policía detenga al que ha hecho esto, os lo prometo -continuó Pia-. ¿Fue muy duro cuando lo encontrasteis?

– Fue repugnante -aseguró Agnes-. No tenía cabeza.

– Ojalá no hubiéramos entrado nunca en el prado -añadió Sofie.

– No, espera un momento. Míralo así: vosotras fuisteis las primeras que entrasteis y ha estado muy bien que lo hicierais, porque si no habría pasado mucho más tiempo antes de que Pontus… ¿se llamaba así?

Las chicas asintieron

– Si no habría pasado mucho más tiempo antes de que encontraran a Pontus. Y para la policía es muy importante investigar estas cosas lo antes posible.

Agnes miró asombrada a Pia.

– Sí, claro, no lo habíamos pensado de esa manera -dijo aliviada. También Sofie parecía más alegre.

Johan reflexionó unos segundos acerca de si era correcto interrogar a las chiquillas, que aparentaban unos once o doce años, sin el consentimiento de sus padres. Siempre era especialmente respetuoso en lo referente a entrevistar a niños. Este era un caso dudoso. Optó por dejar que Pia continuara y discutir el tema después.

– Nuestro trabajo, el mío y el de Johan -prosiguió Pia en tono apacible-, es hacer reportajes en la televisión cuando ocurren cosas así. Y nosotros queremos informar a los espectadores, pero, por supuesto, no obligamos a nadie a que salga en la tele. Aunque lo mejor es que los testigos presenciales describan lo que ha sucedido, porque eso puede ayudar a que otras personas que sepan algo se pongan en contacto con la policía. Creemos que si quienes están sentados delante del televisor os ven a vosotras dos contando cómo encontrasteis a Pontus, se interesarán más que si es sólo Johan el que habla. Se involucrarán más, sencillamente.

Las dos chicas escuchaban atentas.

– Por eso queremos saber si podemos haceros algunas preguntas acerca de lo que ha ocurrido esta mañana. Yo grabo y Johan hace las preguntas, y si no podéis contestar, o si os parece que es muy duro, pues entonces lo dejamos. La decisión es vuestra. Después cortamos la entrevista, así que no pasa nada si algo sale mal. ¿De acuerdo?