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Lo cual es absurdo; porque la Biblia sabe lo suficiente para saber que si el más viejo de esos veteranos pudiera recuperar la plenitud perdida por una hora dejarla que el viento se llevara el mandato y arruinaría a la primera mujer con quien se cruzara, aunque fuera una perfecta desconocida.

Es como yo digo: todos los estatutos de la Biblia y de los libros de derecho son un intento de derrotar la Ley de Dios: En otras palabras expresa la inalterable e indestructible ley natural. El Dios de esta gente les ha demostrado con un millón de actos que Él no respeta ninguna de los estatutos de la Biblia. Él mismo rompe cada una de Sus leyes, aún la del adulterio y todo.

La Ley de Dios, como lo expresa claramente la construcción del hombre, es ésta: Durante tu vida entera estarás bajo restricciones y límites inflexibles, sexualmente.

Durante veintitrés días de cada mes (no habiendo embarazo) desde el momento en que la mujer tiene siete años hasta que muere de vieja, está lista para la acción, y es competente Tan competente como el candelero para recibir la vela. Competente todos los días, competente todas las noches. Además, quiere la vela, la desea, la ansia, suspira por ella, como lo ordena la Ley de Dios en su corazón.

Pero la competencia del hombre es breve; y mientras dura es sólo en la medida moderada aplicable a la palabra en el caso de su sexo. Es competente desde la edad de dieciséis o diecisiete años en adelante por treinta y cinco más. Después de los cincuenta su acción es de baja calidad, los intervalos son amplios y la satisfacción no tiene gran valor para ninguna de las partes; mientras que su bisabuela está como nueva. Nada le pasa a ella. El candelero está tan firme como siempre, mientras que la vela se va ablandando y debilitando por las tormentas de la edad, a medida que pasan los años, hasta que por fin no puede pararse y debe pasar a reposo con la esperanza de una feliz resurrección que no ha de llegar jamás.

Por constitución, la mujer debe dejar descansar su fábrica tres días por mes y durante una parte del embarazo. Son épocas de incomodidad, a veces de sufrimiento. Como justa compensación tiene el alto privilegio del adulterio ilimitado todos los otros días de su vida.

Esa es la Ley de Dios, revelada en su naturaleza. ¿Y qué se hace de este valioso privilegio? ¿Vive disfrutándolo libremente? No. En ningún lugar del mundo. En todas partes se lo arrebatan. ¿Y quién lo hace? El hombre. Los estatutos del hombre es que la Biblia esla Palabra de Dios.

Pues bien, ahí tienen ustedes una muestra del "poder de razonamiento" del hombre, como él le llama. Observa ciertos hechos. Por ejemplo, que en toda su vida no hay un día en que pueda satisfacer a una mujer; asimismo, que en la vida de la mujer no hay un día en que no pueda trabajar más, y vencer, y poner fuera de combate a diez hombres que se le puedan ofrecer en la cama [4].

Así el hombre concreta esta singular conclusión en una leydefinitiva.

Y lo hace sin consultar a la mujer, aunque a ella le concierne el asunto mil veces más que a él. La capacidad procreadora del hombre está limitada a un término medio de cien experiencias por año durante cincuenta años, la de la mujer sirve para tres mil por año durante el mismo tiempo y tantos años más como pueda vivir. Así su interés vitalicio en el asunto es de cinco mil descargas, mientras que la de ella es de ciento cincuenta mil; sin embargo, en lugar de dejar honorablemente que haga la ley la persona que tiene un interés abrumadoramente superior en ella, este cerdo inconmensurable, que no tiene ningún interés digno de consideración en ella, ¡decide hacerla por sí!

Hasta ahora han descubierto, por mis enseñanzas, que el hombre es un tonto; ahora saben que la mujer es retonta.

Ahora si ustedes o cualquier otra persona inteligente pusieran en orden las equidades y justicias entre el hombre y la mujer, darían al hombre un interés de un cincuentavo en una mujer, y a la mujer un harén. ¿No es así? Necesariamente. Pero les aseguro, este ser de la vela decrépita ha decidido las cosas exactamente de la manera opuesta. Salomón, que era uno de los favoritos de la Deidad, tenía un gabinete de copulación compuesto de setecientas esposas y trescientas concubinas. Ni para salvar su vida podría haber mantenido satisfechas siquiera a dos de esas jóvenes criaturas, aun cuando tenía quince expertos que lo ayudaban. Necesariamente las mil pasaban años y años con su apetito insatisfecho. Imagínense un hombre suficientemente cruel para contemplar ese sufrimiento todos los días y no hacer nada por mitigarlo. Maliciosamente hasta agregaba agudeza a ese patético sufrimiento; pues mantenía a la vista de esas mujeres, siempre, fuertes guardias cuyas espléndidas formas masculinas hacían que se les hiciera la boca agua a esas pobres muchachitas que no tenían nada con qué sosegarse, pues esos caballeros eran eunucos. Un eunuco es una persona cuya vela ha sido apagada mediante un artificio [5].

De vez en cuando, mientras prosigo, tomaré un estatuto Bíblico y les mostraré que siempre viola la ley de Dios, tras lo cual se lo incorpora a los códigos de las naciones, donde la violación continúa. Pero esas cosas pueden esperar; no hay apuro.

Carta IX

El Arca continuó su viaje, a la deriva aquí y allá y acullá, sin brújula y sin control, juguete de los vientos caprichosos y de las corrientes arremolinadas. ¡Y la lluvia, la lluvia, la lluvia! Seguía cayendo a cántaros, calando, inundando. Nunca se habla visto lluvia igual. Se habla oído hablar de cuarenta centímetros por día, pero eso no era nada comparado con esto. Ahora eran trescientos veinte centímetros por día ¡tres metros! A este paso increíble llovió durante cuarenta días y cuarenta noches, y se sumergieron todos los cerros de ciento veinte metros de alto. Luego los cielos y hasta los ángeles se secaron; no se conseguía más agua.

Como Diluvio Universal, éste fue una desilusión, pero había habido montones de Diluvios Universales antes, como lo atestiguan todas la biblias de todas las naciones, y éste fue tan bueno como el mejor.

Por fin el Arca se elevó y quedó descansando en la cima del Monte Ararat, a cinco mil cien metros sobre la altura del valle, y su carga viva desembarcó y bajó la montaña.

Noé plantó una vid, y bebió el vino y cayó vencido.

Esta persona había sido elegida entre todas porque era la mejor que existía. Iba a reiniciar la raza sobre una nueva base. Esta fue la nueva base. No prometía nada bueno. Llevar adelante el experimento era correr un riesgo grande e irrazonable. Éste era el momento de hacer con esta gente lo que tan juiciosamente se había hecho con los demás; ahogarlos. Cualquiera que no fuera el Creador hubiera visto esto. Pero Él no lo vio. Es decir, quizá no lo viera.

Se dice que desde el principio del tiempo previó todo lo que sucedería en el mundo. Si eso es cierto, previó que Adán y Eva comerían la manzana; que su posteridad sería insoportable y tendría que ser ahogada; que la posteridad de Noé a su vez, sería insoportable, y que con el tiempo Él tendría que dejar Su trono celestial y bajar a ser crucificado para salvar a esta misma fastidiosa raza humana una vez más. ¿A toda ella? ¡No! ¿A una parte de ella? SI. ¿Qué parte? En cada generación, por cientos y cientos de generaciones, un billón morirían y todos irían a la perdición excepto quizá diez mil del billón. Los diez mil tendrían que proceder del reducido cuerpo de cristianos, y sólo uno de cien en ese pequeño grupo tendría una oportunidad. Ninguno de ellos excepto aquellos católicos romanos que tuvieran la suerte de tener un sacerdote a mano para que les limpiara el alma al exhalar el último suspiro, y algún presbiteriano. Ningún otro era salvable. Todos los demás estaban condenados. Por billones.