Todo mi misterio dejó de existir - ya que de niño sabía que ningún daño podría esperar de tal benigno semblante. Mi alegría regresó una vez más a mi espíritu, y en simpatía con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente. Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía como yo al saludar al amigable gigante. Dije:
"¿Nada más que tú? ¿Sabes que me he pegado un susto de muerte durante las últimas dos o tres horas? Estoy más que feliz de verte. Desearía tener una silla, aquí, aquí. ¡No trates de sentarte en esa cosa!"
Pero ya era tarde. Se había sentado antes que pudiera detenerlo; nunca vi una silla estremecerse así en toda mi vida.
"Detente, detente, o arruinarás todo."
De nuevo muy tarde. Hubo otro destrozo, y otra silla fue reducida a sus elementos originales.
"¡Al infierno! ¿Es que no tienes juicio? ¿Deseas arruinar todo el mobiliario de este lugar? Aquí, aquí, tonto petrificado."
Pero fue inútil, antes que pudiera detenerlo, ya se había sentado en la cama, y esta era ya una melancólica ruina.
"¿Qué clase de conducta es esta? Primero vienes pesadamente aquí trayendo una legión de fantasmas vagabundos para intranquilizarme, y luego tengo que pasar por alto tal falta de delicadeza que no sería tolerada por ninguna persona de cultura elevada excepto en un teatro respetable, y no contento con la desnudez de tu sexo, tu me compensas destrozando todo el mobiliario mientras buscas lugar donde sentarte. Tu te dañas a tí mismo tanto como a mí. Te has lastimado el final de tu columna vertebral, y has dejado el piso sembrado de astillas de tus destrozos. Deberías estar avergonzado, ya eres bastante grande como para saber las cosas."
"Está bien, no romperé más muebles. Pero ¿qué puedo hacer? No he tenido chance de sentarme desde hace cien años." Y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
"Pobre diablo," dije, "no debería haber sido tan rudo contigo. Eres un huérfano, sin duda. Pero siéntate en el piso, aquí, ninguna otra cosa aguantará tu peso, además, no podemos entablar amistad estando usted allá ariiba sobre mí; prefiero que esté a ras del suelo para así poder sentarme en este taburete alto y conversar cara a cara."
Así que se sentó en el piso, y encendí una pipa que me dio, le di una de mis mantas y se la puse sobre sus hombros, le puse mi bañera invertida en su cabeza, a modo de casco, y lo puse sentir confortable. Entonces, él cruzó sus piernas, mientras yo avivé el fuego y acerque las prodigiosas formas de sus pies al calor.
"¿Qué pasa con las plantas de tus pies y la parte anterior de tus piernas, que parecen cinceladas?"
"¡Sabañones infernales! Los agarré estando en la granja Newell. Amo ese lugar, como si fuera mi viejo hogar. No hay para mí como la tranquilidad que siento cuando estoy ahí."
Hablamos durante media hora, y luego noté que se veía cansado, y se lo dije. "¿Cansado?" dijo. "Bueno, debería estarlo. Y ahora te diré todo, ya que me has tratado tan bien. Soy el espíritu del Hombre Petrificado que yace sobre la calle que va al museo. Soy el fantasma del Gigante de Cardiff. No puedo tener descanso, no puedo tener paz, hasta que alguien de a mi pobre cuerpo una sepultura. ¿Qué es lo más natural que puedo hacer para hacer que los hombres satisfagan ese deseo? ¡Aterrorizarlos, encantar el lugar donde descansan! Así que embrujé el museo noche tras noche. Hasta tuve la ayuda de otros espectros. Pero no hice bien, porque nadie se atrevía luego a ir al museo a medianoche. Entonces se me ocurrió acechar un poco este lugar. Sentí que si escuchaba gritos, tendría éxito, así que recluté a las más eficientes almas que la perdición pudiera proveer. Noche tras noche estuvimos estremeciendo estas enmohecidas recámaras, arrastrando cadenas, gruñendo, murmurando, deambulando, subiendo y bajando escaleras, hasta que, para decir la verdad, me cansé de hacerlo. Pero cuando vi una luz en su cuarto esta noche, recuperé mis energías nuevamente y salí con la frescura original. Pero estoy cansado, enteramente agotado. ¡Dadme, os imploro, dadme alguna esperanza!"
Encendido por un estallido de excitación, exclamé:
"¡Esto sobrepasa todo, todo lo que ocurrido! ¿Por qué tu, pobre fósil antiguo, te tomás tantas preocupaciones por nada? ¡Has estado acechando una efigie de yeso de tí mismo, ya que el verdadero Gigante de Cardiff está en Albany!
[Un hecho: El fraude original fue ingeniosa y fraudulentamente duplicado, y exhibido en Nueva York como el "único y genuino" Gigante de Cardiff (para el indescriptible disgusto de los propietarios del verdadero coloso) al mismo tiempo en que este último atraía multitudes al museo en Albany.]
"¡Demonios! ¿No sabes en donde están tus propios restos?"
Nunca vi tan elocuente mirada de vergüenza, de lastimera humillación.
El Hombre Petrificado se levantó lentamente, y dijo:
"Honestamente, ¿es eso cierto?"
"Tan cierto como que estoy aquí sentado."
Sacó la pipa de su boca y la dejó en el mantel, luego se irguió dubitativamente (de manera inconsciente, por algún viejo hábito, llevó sus manos hasta donde los bolsillos de sus pantalones deberían haber estado, y de forma meditativa dejó caer su barbilla en su pecho), finalmente dijo:
"Bien, nunca antes me sentí tan absurdo. ¡El Hombre Petrificado ha sido vendido a alguien más, y ahora el peor fraude ha terminado vendiendo su propio fantasma! Hijo mío, si tienes alguna caridad en tu corazón de un pobre fantasma sin amigos como yo, no dejes que esto se sepa. Piensa como te sentirías si te hubieras puesto tu mismo en ridículo también."
Escuché esto, y el bribón se fue retirando lentamente, paso a paso bajó las escaleras y salió a la calle desierta; me sentí triste que se hubiera ido, pobre tipo, y también porque se llevó mi manta y mi bañera.
El vendedor de ecos
The Canvasser's Tale
¡Desdichado caminante! Su actitud humilde, su mirada triste, su ropa, de buena tela y buen corte, pero hecha jirones —último resto de un antiguo esplendor—, conmovieron aquella cuerda, solitaria y perdida, que llevo en lo más oculto de mi corazón, desierto ahora. Vi la cartera que el forastero tenía bajo el brazo y me dije:
—¡Contempla, alma mía! ¡Has caído una vez más en las garras de un viajante de comercio!
¿Cómo librarme de él? ¡Vano intento! ¿Quién se libra de ninguno de ellos? Todos tienen un no sé qué, algo misterioso que interesa.
No me di cuenta de la agresión; recuerdo sólo el momento en que era todo oídos, todo simpatía para escuchar las palabras del hombre de la cartera.
Su narración comenzaba así:
—Era yo muy niño, ¡ay!, cuando quedé huérfano de padre y madre. Mi tío Ituriel era bueno y afectuoso. En él encontré un tierno apoyo. Era el único pariente con que yo contaba en esta inmensa soledad de la tierra. Mi tío poseía bienes de fortuna y disponía de ellos generosamente. No sólo me educó, sino que satisfizo todos mis deseos, o, por lo menos, me proporcionó los goces que pueden comprarse con oro.
"Terminados mis estudios, partí para hacer un viaje por el extranjero. Iba acompañado de un secretario y de un ayuda de cámara. Durante cuatro años, mi alma sensible fue una mariposa que revoloteó por los jardines maravillosos de las playas lejanas. ¿Me perdonará usted el empleo de esta expresión? Soy un hombre que siempre ha hablado el lenguaje de la poesía. En esta ocasión me siento más libre para hablar así, porque en los ojos de usted adivino una chispa de fuego divino. Viajando por los países lejanos, mis labios probaron la ambrosía encantadora que fecunda el alma, el pensamiento y el corazón. Pero lo que, sobre todo, me interesó, lo que solicitó el amor que mi naturaleza tributa a lo bello, fue la costumbre que tienen los ricos de coleccionar objetos elegantes y raros. Y así fue como en una hora funesta sugerí a mi tío Ituriel la idea de que se dedicara al pasatiempo exquisito del coleccionista.