Выбрать главу

-Lo siento mucho, Edward… Lo sabes muy bien. Pero consuélate. Tenemos nuestro sueldo, nuestra buena reputación.

-Sí, Mary. Y eso es lo fundamental. No hagas caso de mis palabras: sólo ha sido un momento de irritación, y no significa nada. Dame un beso…

-Eso es. Se me ha pasado ya y no me quejo.

-¿Qué es eso?

-¿Qué hay en ese talego?

Entonces su esposa le contó el secreto. Esto aturdió a Richards durante un momento. Luego dijo:

-¿Eso pesa ciento sesenta libras? Pero Mary…

-¡Entonces contiene cuarenta mil dólares!

-¡Imagínate!

-¡Una fortuna! No hay diez hombres en esta ciudad que tengan tanto. Dame el papel.

Lo examinó superficialmente y dijo:

-¡Qué aventura! En realidad parece una novela: una de las cosas imposibles que se leen en los libros y nunca suceden en la vicia real.

Ahora se sentía excitado, lleno de animación, hasta alegre. Le dio a su vieja esposa una palmadita en la mejilla y dijo jovialmente:

Somos ricos, Mary… Bastara con que enterremos el dinero y quememos los papeles. -Si algún día viene el jugador para enterarse, nos limitaremos a mirarlo con frialdad y le diremos: «-¿Qué tontería nos está diciendo? Nunca hemos oído hablar de usted ni de su talego de oro… Y entonces el hombre se nos quedará mirando con aire estúpido y…

-Y, mientras sigues diciendo estupideces, el dinero sigue aquí y se acerca la hora de los ladrones.

-Es verdad. Bueno… -¿qué se puede hacer?

-¿Hacer una investigación privada? No, no, estropearía el aspecto novelesco de la historia. El comunicado público es mucho mejor.

-¡Imagínate el ruido que hará! Y tendrán celos las otras ciudades: pues ningún forastero le confiaría semejante encargo a una ciudad que no fuese Hadleyburg, y ellos lo saben. -¡Qué propaganda para Hadleyburg!

-¡Es mejor que vaya inmediatamente al periódico o llegaré tarde!

-Para, para…

-¡No me dejes sola aquí con esto, Edward!

Pera el señor Richards se había marchado. Aunque por poca tiempo. Cerca de su casa se encontró con el editor propietario del periódico, le dio el documento y le dijo:

-Aquí tiene algo bueno, Cox… Publíquelo.

-Quizá sea demasiado tarde, señor Richards, pero lo intentare.

De regreso a su casa, el cajero y su esposa se sentaron paro volver a discutir sobre el seductor misterio: no tenían ganas de dormir. El primer interrogante era: «-¿Quién sería el ciudadano que le había dado los veinte dólares al forastero?», La respuesta parecía sencilla; ambos contestaron al unísono:

-Barclay Goodson.

-Sí elijo Richards. Puede haber sido Barclay, tenía ese talante. No hay otro hombre parecido en la ciudad.

-Todos admitirán eso, Edward. Lo admitirán, en privado al menos. Desde hoce seis meses la ciudad ha vuelto a ser la de siempre: honrada, mezquina, austera y tacaña.

Así la llamó siempre Barclay hasta el día de su muerte; y lo dijo en público también.

-Sí; y lo aborrecieron por eso.

-Oh… Desde luego. Pero no le importó. Creo que fue el hombre más odiado de la ciudad, si exceptuamos al reverendo Burgess.

Bueno, Burgess se lo merece. Aquí no tiene nada que hacer. Esta ciudad, por pequeña que sea, piensa. Edward -¿no te parece extraño que el desconocido haya designado a Burgess para entregar el dinero?

-Sí. Extraño Es decir , es decir…

-¿Es decir qué?

-¿Lo habrías elegido tú?

-Mary, quizá el forastero conozca a Burgess mejor que nosotros.

-¡Este asunto le hace un buen servicios! El marido se quedó perplejo buscando una réplica; la esposa lo miró fijamente, esperando. Por fin, Richards dijo, con la vacilación de quien hace una declaración que va a suscitar dudas:

-Mary, Burgess no es un hombre malo.

-Su esposa se sintió sorprendida.

-¡Tonterías! exclamó.

Burgess no es un hombre malo. Lo sé. Toda su impopularidad viene de un solo hecho… que causó mucho alboroto.

-¡Un solo hecho!

-¡Como si ese hecho no fuese suficiente! Suficiente, suficiente. Sólo que no era culpa suya.

-¡Qué ocurrencia!

-¿Que no fue culpa suya?

-¿Cómo lo sabes?

-Mary, te doy mi palabra… es inocente.

-No puedo creerlo, no te creo.

-¿Cómo lo sabes?

-Es una confesión. Me avergüenza hacerla, pero la liaré. Soy el único hombre que conocía su inocencia. Pude haberle salvado y… y… y… bueno, ya sabes que excitada estaba la ciudad. No tuve la valentía de hacerlo. Todos se habrían vuelto contra mí. Me sentí despreciable, tan despreciable… Pero no me atreví. No tuve la valentía necesaria para hacerlo.

Mary parecía turbada y calló durante un rato. Luego dijo, tartamudeando:

-Yo…, yo no creo que te hubiese convenido decir que… que… No se debe… desafiar a la opinión pública… Hay que estar muy atentos… muy…

El camino era difícil y la señora Richards se atrancó, pero al poco rato reanudo el recorrido.

-Fue una lástima, pero… No podíamos permitirnos eso, Edward… Es verdad que no podíamos.

-¡Oh, yo no te habría dejado hacerlo de ninguna manera!

-habríamos perdido la buena opinión de tanta gente, Mary… Y además… y además…

-Lo que me preocupa ahora es saber qué piensa él de nosotros, Edward.

-¿Él? Él no sospecha ni siquiera que yo habría podido salvarlo.

-¡Ah! exclamó la esposa con tono de alivio.

-¡Cuánto me alegra! Mientras no sepa que pudiste salvarlo, él… él… Bueno, eso está mucho mejor. Debí imaginar que Burgess no sabía nada, porque siempre se muestra muy cordial con nosotros por el apoyo que le dimos. La gente me lo ha reprochado más de una vez. Los Wilson, los Wilcox y los Harkness sienten un mezquino placer al decir: Vuestro amigo Burgess, porque salen que eso me irrita. Preferiría que Burgess no insistiese en su simpatía por nosotros. No sé por qué insiste.

-Puedo explicártelo. Se trata de otra confesión. Cuando el asunto aún estaba fresco y la ciudad quería liberarse de él, la conciencia me afligía tanto que no pude soportarlo y fui a verlo a escondidas y le conté todo. Por este motivo él se marchó de la ciudad hasta que pudo volver sin correr peligro.