Con bastante brusquedad apartó a un lado a Bernardo Silvestri. Y suspiró.
DOCTOR EVANGELICUS
SUPER OMNES EVANGELISTAS
JOANNES WICLIPH ANGLICUS
DE BLASPHEMIA DE APOSTASIA
DE SYMONIA
DE POTESTATE PAPAE
DE COMPOSITIONE HOMINIS
Anglicus, no basilicus, pensó. Simonía, no sanctimonia. Papae, no papillae. El papel quemado de Powojowice. El manuscrito que Peteriin había ordenado quemar. Era Juan Wiclif
– Wiclif -repitió el pensamiento en voz alta, sin darse cuenta-. Wiclif, que miente y dice la verdad. Quemado, expulsado de la tumba…
– ¿El qué? -Huon von Sagar se dio la vuelta con dos tarros en las manos-. ¿A quién han echado de la tumba?
– No han echado. -Reynevan seguía con su pensamiento en otra parte-. Lo van a echar. Así dijo la profetisa. John Wycliffe, doctor evangélicas. Mentiroso, por hereje, pero en la canción de los goliardos aquél que dice la verdad. Enterrado en Lutterworth, en Inglaterra. Sus restos serán desenterrados y quemados, sus cenizas arrojadas al río Avon fluirán hasta el mar. Esto sucederá dentro de tres años.
– Interesante -dijo, serio, Huon-. ¿Y otras profecías? ¿La suerte de Europa? ¿Del mundo? ¿De la cristiandad?
– Lo siento. Sólo Wiclif.
– Jodidillo. Pero más vale poco que nada. ¿Lo sacarán, dices, a Wiclif de la tumba? ¿Dentro de tres años? Veremos si se puede usar este conocimiento para algo… Y tú, ya que andamos en ello, ¿por qué tanto el Wiclif…? Ah… Perdón. No debo. En estos tiempos que corren no se hacen estas preguntas. Wiclif, Waldhausen, Hus, Hieronim, Joaquim… Son lecturas peligrosas, peligrosas ideas, más de uno ha perdido la vida por ellas…
Más de uno, pensó Reynevan. Cierto, más de uno. Peterlin, Peterlin.
– Toma las redomas. Y vayamos.
Mientras tanto, la compañía sentada a la mesa había trasegado ya no poco, los únicos que daban la sensación de estar serenos eran Buko von Krossig y Scharley. Proseguía la comilona, puesto que de la cocina habían traído ya el segundo plato: salchichas de jabalí a la cerveza, cervelat, salchichas de Westfalia y mucho pan. Huon von Sagar untó los cardenales y las magulladuras, Reynevan le cambió el vendaje a Woldan de Osin. La inflamada jeta de Woldan, al quedar al descubierto de la venda, provocó una ruidosa y general alegría. Al propio Woldan más que la herida le preocupaba el yelmo con su celada, el cual se habían dejado olvidado en el bosque y que al parecer costaba cuatro ducados si estaba entero. Ante la observación de que el yelmo estaba destrozado, respondió que se lo hubiera podido enderezar.
Woldan fue también el único que bebió el elixir de amapola. Buko, tras probarlo, vertió el cocimiento sobre el suelo cubierto de paja e insultó a Huon por «la mierda amarga», el resto siguió su ejemplo. El plan de adormilar a los raubritter quedó pues en nada.
Tampoco Formosa von Krossig le hacía ascos al vino húngaro y al hidromiel, se veía tanto en sus rojizas mejillas como en su habla un poco ya imprecisa. Cuando Reynevan y Huon volvieron, Formosa dejó de lanzar miradas seductoras en dirección a Weyrach y Scharley, y se volvió hacia Nicoletta, que, tras haber tomado un par de bocados, estaba sentada con la cabeza gacha.
– Talmente como si ella -dijo, tasando a la muchacha con la mirada- no fuera una Biberstein. No se parece. El talle estrecho, trasero chico, pero desde que los Biberstein se unieron a los Pogarell, sus mozas suelen ser más culonas. También se les pusieron las narices patateras como herencia de los Pogarell, mas ésta tiene la nariz bien recta. Alta es, cierto, como acostumbran los Sedkowic, y los Sedkowic también emparentados están con los Biberstein. Mas los Sedkowic tienen los ojos negros, y ella los tiene azules…
Nicoletta bajó la cabeza, le temblaban los labios. Reynevan apretó los puños y los dientes.
– ¡Voto al diablo! -Buko echó a la mesa una costilla mordisqueada-. ¿Es que es una yegua para mirarla así?
– ¡Calla! La miro porque la miro. Y si encuentro de qué asombrarme, pues me asombro. Aunque no sea más que porque no es una mozuela, años tiene más de deciocho. ¿Por qué entonces no está casada? ¿No será que tenga algún defeto?
– ¿Y a mí qué sus defetos? ¿Me he de casar con ella o qué?
– No es mala idea. -Huon von Sagar alzó la mirada desde detrás de su vaso-. Cásate con ella, Buko. Raptus puellae es delito mucho menor que el raptarla por un rescate. Puede que el señor de Stolz te perdone y te deje vivir si caes de rodillas a sus pies junto con ella. No le dará gusto el mandarle al potro a su yerno.
– ¿Hijo? -Formosa sonrió como una bruja-. ¿Qué dices a eso?
Buko la miró primero a ella, luego al hechicero, y tenía los ojos fríos y furiosos. Calló largo rato, jugueteando con la copa. La característica forma de la copa traicionaba su procedencia, tampoco dejaban lugar a duda alguna las escenas de la vida de San Adalberto grabadas en sus bordes. Era un cáliz de celebrar, robado con toda seguridad durante el famoso ataque del Corpus al custodio de la colegiata de Glogów.
– Yo a eso -el caballero de rapiña contestó por fin- diría lo siguiente: vos mismo, señor Von Sagar, vos mismo casaos con ella. Mas vos no podéis, puesto que sois cura. A no ser que os haya librado del celibato el diablo al que servís.
– Yo puedo casarme con ella -afirmó de pronto Paszko Rymbaba, rojo de vino-. Me ha caído en el gusto.
Tassilo y Wittram bufaron, Woldan se carcajeó. Notker Weyrach miraba serio. En apariencia.
– Cierto -dijo burlón-. Cásate, Paszko. Cosa buena es emparentar con los Biberstein.
– Oh, va -bramó Paszko-. ¿Y qué, acaso sea yo peor? ¿Un pobretón? ¿Con una mano delante y otra detrás? ¡Rymbaba sum! Hijo de Pakoslaw, nieto de Pakoslaw. Cuando nosotros señores en la Gran Polonia y en la Silesia éramos, los Biberstein aún andurreaban en la Lausacia con las patas en el barro, entre castores, arrascando la corteza de los árboles y no sabían decir en cristiano ni mu. Puff, casóme con ella y basta, sólo se muere una vez. No más que habrá que mandar a alguno a casa de mi padre. Que sin la paternal bendición ni hablar de casorio.
– Habrá -Weyrach siguió con la burla- hasta quien os case. Oí que el señor Von Sagar es clérigo. ¿Puede celebrar bodas, no es cierto?
El hechicero ni lo miraba, interesándose en apariencia exclusivamente por las salchichas de Westfalia.
– Convendría -dijo al cabo- preguntar primero a la principal interesada. Matrimonium inter invitos no contrahitur, el matrimonio precisa del consentimiento de ambos contrayentes.
– La interesada -bufó Weyrach- calla, a qui tacet, consentit, quien calla otorga. Y a otros principales podemos preguntar, por qué no. ¡Eh, Tassilo! ¿No tienes ganillas de casorio? ¿O quizá tú, Kuno? ¿Woldan? ¿Y vos, monseñor Scharley, cómo que tan callado? ¡Si todos, pues todos! ¿Quién tiene voluntad de ser, perdón por la expresión, contrayente?
– ¿O puede que vos mismo? -Formosa von Krossig inclinó la cabeza-. ¿Qué? ¿Don Notker? Pues, por lo que barrunto, ya os ha llegado la hora. ¿No la queréis por esposa? ¿No os ha caído en gusto?
– Me ha caído, y cómo -sonrió lascivo el raubritter-. Mas el matrimonio es la tumba del amor. Por eso opto por que la jodamos como es costumbre y en común.
– Veo que es hora -Formosa se levantó- de que las hembras se vayan de la mesa para dejar a los hombres con sus bromas hombrunas y sus sandeces. Ven, moza, nada se te ha perdido aquí.