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Nicoletta se levantó obedientemente, la siguió como una condenada a muerte, con la cabeza gacha, los labios le temblaban, en los ojos asomaban las lágrimas.

Todo era apariencia, pensó Reynevan, apretando los puños bajo la mesa. Toda su audacia, todo su vigor, todo su arrojo no más que apariencia era, fingimiento. Cuan débil, frágil y desventurado es al cabo su género, cuan a merced nuestra, de los hombres. Cuan sometida a nosotros.

Por no decir dependiente.

– Huon -dijo Formosa desde la puerta-. No te hagas mucho de rogar.

– Yo me voy ya. -El hechicero se levantó-. Estoy cansado, demasiado me ha agotado la idiota caza por los bosques como para escuchar más tiempo pláticas no menos idiotas. Buenas noches tenga la compañía.

Buko von Krossig escupió bajo la mesa.

La salida del nigromante y de las mujeres fue la señal para lanzarse a una diversión aún más estruendosa y a beber con aún mayor ardor. La comitiva gritó exigiendo más vino, las mozas que trajeron la bebida recogieron también la correspondiente dosis de palmadas, manoseos, pellizcos y achuchones, yéndose para la cocina enrojecidas y sollozantes.

– ¡Tras las salchichas nos merecemos un trago!

– ¡Por nosotros!

– ¡Salud!

– ¡Que aproveche!

Paszko Rymbaba y Kuno Wittram, enlazando sus brazos, comenzaron a cantar. Weyrach y Tassilo de Tresckow se unieron al coro.

Meum est propositum in taberna mori

ut sint vina próxima morientis ori;

Tunc cantabunt letius angelorum chori:

Sit Deus propitius huic potatori!

Buko von Krossig tenía mal vino. Con cada vaso se iba poniendo -paradójicamente- cada vez más sereno, con cada brindis se iba volviendo cada vez más triste, sombrío y -de nuevo paradójicamente- más pálido. Estaba sentado con una expresión siniestra, apretando en su mano el cáliz de consagrar, sin apartar sus ojos entrecerrados de Scharley.

Kuno Wittram golpeaba en la mesa con un vaso, Notker Weyrach con el puño de su estilete. Woldan de Osin balanceaba su vendada cabeza, balbuceaba. Rymbaba y De Tresckow gritaban.

Bibit hera, bibit herus,

bibit miles, bibit clerus,

bibit ille, bibit illa,

bibit servus cum ancilla,

bibit velox, bibit piger,

bibit albus, bibit niger…

– ¡Jo, Jo!

– ¡Buko, hermano! -Paszko se tambaleo, abrazó a Buko por el cuello, lo mojó con sus bigotes-. ¡Bebo a tu salud! ¡Alegrémonos! Ésta es, joder, la petición de mano de la Biberstein. ¡Me cayó en el gusto! ¡Bien pronto, por mi honor, he de invitaros a la boda, a mi casa, y bien pronto también al bautizo, entonces sí que vamos a saltar!

Que viva, viva, esta linda estaca,

que bien me cabe en toas las mochachas…

– Estáte atento -susurró Scharley a Reynevan, aprovechando la ocasión-. Me da la sensación de que vamos a tener que echar la pata a la calle.

– Lo sé -le repuso Reynevan-. En caso necesario tú y Sansón poned pies en polvorosa. No me esperéis… Yo tengo que ir a por la muchacha. A la torre…

Buko rechazó a Rymbaba, pero Paszko no se resignó.

– ¡No te turbes, Buko! ¡Cierto, verdad decía doña Formosa, cagástela al raptar a la hija de Biberstein! Mas yo te libré de tu desventura. ¡Puesto que es mi prometida, pronto mi desposada y la cosa arreglada! ¡Ja, ja, hasta rima, joder, como un poeta! ¡Buko! ¡Bebe! ¡Alégrate, jo, jo! ¡Viva, viva, esta linda estaca…!

Buko lo empujó.

– Te conozco -le dijo a Scharley-. Ya en Kromolin lo pensé, ahora estoy ya también seguro del lugar y el momento. Aunque por aquel entonces llevabas hábito de franciscano a cuestas, conozco tu jeta, me acuerdo de dónde te viera. En la plaza mayor de Wroclaw, en el año dieciocho, en aquel famoso lunes de julio.

Scharley no respondió, miró bravio directamente a los ojos del raubritter. Buko hizo girar el cáliz en sus manos.

– Y tú -volvió unos ojos de odio a Reynevan-, Hagenau, o como haya que llamarte de verdad, el diablo sabe quién seas, puede que también monje y cura bastardo, puede que también don Johann Biberstein te metiera en la torre de Stolz por rebeldía y sedición. Sospechaba de ti durante el viaje. Atento estuve a cómo mirabas a la moza, pensé que acechabas ocasión de vengarte de los Biberstein, meterle a la hija el estilete entre las costillas. Sí, mas la venganza es tuya y mis quinientos gúldenes son míos, tuve bien el ojo puesto en ti, antes de que tú, hermano, hubieras podido tentar el puñal, no habrías encontrado la cabeza sobre los hombros.

«Ahora, sin embargo -el caballero de rapiña arrastró las palabras-, te miro a la cara y pienso, ¿no me habré equivocado? ¿No será que tú para nada la acechabas, no será amor? ¿No será que quieres salvarla, arrancarla de mis manos? Así pienso y la rabia dentro de mi va creciendo, pensando en por qué clase de idiota tienes a Buko von Krossig. Y hasta siento temblores de las ganas que me dan de rajarte el gaznate. Mas me retengo. De momento.

– ¿No debiéramos -la voz de Scharley estaba absolutamente tranquila-, no debiéramos terminar así por hoy? El día abundó de esforzados acontecimientos, sentírnoslo todos en los huesos, oh, mirad, don Woldan ya se ha quedado dormido con el rostro en la salsa. Propongo postergar la discusión ad eras.

– Nada -bramó Buko- se postergará ad eras. Ya anunciaré yo el final del banquete cuando llegue su hora. Bebe entonces, hijo de monje, bastardo, cuando te sirvan. Y tú también, Hagenau, bebe. ¿No pudiera ser éste el vuestro último trago? El camino a Hungría es arduo y peligroso. ¿Quién sabe si llegaréis? Al fin y al cabo se dice: al alba no sabrás lo que a la noche encontrarás.

– Sobre todo -añadió con voz venenosa Notker Weyrach- que el señor Biberstein de seguro ha enviado ya de los suyos por los caminos. Y que debe de andar muy rabioso ante los que le raptaron a la hija.

– ¿No habéis oído -bramó Paszko Rymbaba- lo que os dijera? Mierda para el Biberstein. Pues si yo me caso con la hija, pues si…

– Calla -lo cortó Weyrach-. Estás mamado. Buko y yo hemos encontrado mejor solución para el problema, mejor y más fácil recurso para el Biberstein. De modo que no nos aturulles con el tu casorio. Al cabo, no es necesario.

– Mas ella me cayó en el gusto… La petición… La noche de bodas… Ey, viva, viva esta linda…

– Cierra el pico.

Scharley apartó la vista de los ojos de Buko, miró a Du Tresckow.

– ¿Vos, don Tassilo -preguntó sereno-, aprobáis el plan de vuestros compañeros? ¿Lo consideráis también provechoso?

– Sí -respondió al cabo de un instante de silencio Du Tresckow-. Y aunque ciertamente es cosa triste, por tal lo tengo. Mas así es la vida. Mala suerte que tan bien cuadréis para esta añagaza.

– Cuadran, cuadran -tomó la palabra Buko von Krossig-. Cuadran estupendamente. De quienes en el asalto tomaran parte, quienes serán más fácilmente reconocidos serán los que iban sin visera. Don Scharley. El señor Hagenau, que con tanta destreza condujo el carro robado. Y vuestro criado, el Juan el Oso ése, no es tampoco cosa que se olvide con facilidad. Esa jeta, ja, se la reconoce hasta en un muerto. A todos, hablando en plata, se los reconocerá en forma de muerto. De modo que se sabrá quién atacó la caravana. Y quién raptó a la Biberstein…

– ¿Y quién la mató? -terminó Scharley, sereno.

– Y la violó. -Weyrach sonrió lascivo-. No os olvidéis de la violación.

Reynevan se levantó, pero se sentó de inmediato, forzado por los potentes brazos de Tresckow. En el mismo momento Kuno Wittram agarró a Scharley por el hombro y Buko le puso al demérito su puñal en la garganta.