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– Mas también pronto -advirtió el rizado Poraj- le dan a uno en los morros. Y bien fuerte.

– Miedosa se ha vuelto vuesa merced, don Blazej -dijo Otto Glaubitz, el cortaorejas-. ¿Y qué es lo que hay que temer? ¡Sólo se vive una vez! ¿Y aquí qué, que no te juegas el pescuezo con nuestro negocio? ¿Y qué es lo que ganas? ¿Qué lo que quitas? ¿La bolsa a un mercader? Y allá en Bohemia, en bizarra lucha, como tengas la fortuna de atrapar vivo a un caballero puedes pedir un rescate de hasta doscientas piezas de grosche. Y si lo apiolas, le tomas el caballo y las armas al muerto son lo menos veinte marcos, lo cuentes como lo cuentes. Y si conquistamos una villa…

– ¡Cierto! -se calentó Paszko Rymbaba-. Allá son las villas bien pudientes, en los castillos los cofres están llenos. Como Karlstein, por ejemplo, del que se andaba platicando. Lo conquistamos y lo saqueamos…

– ¡Vaya un fantasio! -bufó el caballero de la banda de gules en el escudo-. Karlstein no está en las manos de husitas, sino en las de católicos. ¡Precisamente está la fortaleza asediada por los herejes, la cruzada ha de ir en su rescate! Y tú, Rymbaba, borrico, no entiendes ni mu de políticas.

Paszko Rymbaba enrojeció y se acarició los bigotes.

– ¡Ten cuidado, Kottwitz -gritó, sacando su hacha-, de a quién llamas borrico! ¡No entienderé de políticas, mas de cómo romper crismas sé más que de sobra!

– Pax, pax -los tranquilizó Bozywoj de Lossow, obligando con no poca fuerza a Kottwitz a sentarse, puesto que ya se inclinaba sobre la mesa con el puño cerrado sobre su misericordia-. ¡Tranquilidad! ¡Los dos! ¡Sois como niños! ¡Nada como coger una cogorza y a los cuchillos!

– Mas don Hugo tiene razón -añadió Traugott von Barnhelm-. Ciertamente no disciernes, Paszko, los arcanos de la política. Puesto que aquí las pláticas son acerca de una cruzada. ¿Acaso sabrás tú lo que sea una cruzada? Es lo mismo que Godofredo de Bouillon, lo mismo que Ricardo Corazón de León, es decir, entendéis, sabéis, Jerusalén y todo lo demás. ¿No?

Los caballeros de rapiña menearon sus cabezas, asintiendo, pero Reynevan estaba dispuesto a apostar cualquier suma a que no todos lo entendían. Buko von Krossig bebió de un trago su vaso y golpeó con él en la mesa.

– Que le joda un perro a Jerusalén, a Ricardo Corazón de León, al bullón ése, a la política, la religión y la madre que las parió -anunció claro-. Voy a saquear y eso es todo. A quien caiga y como caiga, al diablo él y su religión. Se dice que los polacos lo están haciendo con los bohemios. Fedor de Ostrog, Dobko Puchala y otros. Dicen que ya se han puesto las botas. Y nosotros, la milicia angelical, ¿qué? ¿Somos peores?

– ¡No somos peores! -gritó Rymbaba-. ¡Bien habla Buko!

– ¡Por los dolores de Cristo que habla bien!

– ¡A Bohemia!

Se formó una buena algazara. Sansón se inclinó un tanto hacia la oreja de Reynevan.

– Lo mismito -susurró- que Clermont en el año de mil noventa y cinco. Falta sólo el coro del Dieu le veult.

Sin embargo, el gigante se equivocaba, la euforia duró bastante poco, se apagó como si fuera fuego de pajas, ahogada por las maldiciones y las miradas amenazadoras de los escépticos.

– Los llamados Puchala y Ostrog -habló el hasta entonces silencioso Notker Weyrach- se pusieron las botas porque luchan por la parte vencedora. La que da y no la que recibe. Pues hasta el momento los cruzados han traído de Bohemia más chichones que riquezas.

– Cierto -confirmo al cabo Markwart von Stolberg-. Los que estuvieron en Praga el año veinte contaron cómo los de Meissner al mando de Enrique Isenburg atacaron los Altos de Vítkov. Y también contaron cómo huyeron, dejando ante las defensas montañas de cadáveres.

– Al parecer, los curas husitas -añadió, sacudiendo la cabeza, Wencel de Hartha- pelearon en aquesta ocasión hombro a hombro con los soldados y aullaban al hacerlo igual que lobos, dando miedo. Hasta las hembras luchaban allá, se revolvían como locas armadas con hoces… Y los que cayeron vivos en manos de los husitas…

– ¡Cuentos! -El padre Jacinto agitó las manos-. Al fin y al cabo en Vítkov estaba Zizka. Y la fuerza diabólica que lo poseía. Mas ahora ya no está Zizka. Hace un año que anda quemándose en el infierno.

– Tampoco estuvo Zizka en Vysehrad, en el Día de Todos los Santos -dijo Tassilo de Tresckow-. Y allá, aunque teníamos ventaja de cuatro a uno, buenos palos nos dieron los husitas. Nos dieron con tanta saña, tan mal nos pegaron e hicieron huir de allí, que todavía hoy da vergüenza acordarse de cómo salimos escapando. En pánico, a ciegas, no más huyendo, mientras aguantaran los caballos… Y cinco centenares de muertos tirados por los campos. Los más claros varones de Bohemia: Enrique de Plumlov, Jaroslav von Sternberk… De los polacos, don Andrés Balicki, del linaje de los Topor. De la Lausacia el señor Von Rathelau. Y de los nuestros, de los silesios, el señor Enrique von Laasan…

– Don Stosz de Schellendorf -terminó Stolberg con voz baja-. Don Pedro Schirmer. No sabía que estuvisteis en Vysehrad, don Tassilo.

– Estuve. Porque fui, como un idiota, con el ejército silesio, con Kantner de Olesnica y Rumpold de Glogów. Sí, sí, señores. A Zizka se lo llevó el diablo, mas en Bohemia quedaron otros que no peor que él saben darlas. Lo demostraron en Vysehrad en el día de Todos los Santos: Hynek Krusyna de Lichtenburk, Hynek de Kolstejn, Víctor de Podiebrad. Juan Hvezda. Rohacz de Dube. Recordad estos nombres. Porque los vais a oír si os decidís a la cruzada contra los bohemios.

– Oh, va -interrumpió Hugo Kottwitz el pesado silencio-. ¡Todo, menos miedo! Os vencieron porque no supisteis guerrear. También yo lidié con los husitas, en el año vigésimo primero, a las órdenes de don Puta de Czastolovice. ¡Les dimos tamaña en Petrovice a los husitas, que se les caían hasta los pelos! Luego anegamos de sangre y espada el país de Chrudim, prendimos fuego a Zampach y Litice. ¡Y botín tomamos que pa qué! Precisamente esta armadura que llevo, de maestro bávaro, proviene de allí…

– Basta de chachara -lo cortó Stolberg-. Habrá que decidir algo. ¿Marchamos a Bohemia o no?

– ¡Yo voy! -afirmó con voz fuerte y orgullosa Ekhard von Sulz-. Ha de arrancarse la yerba de la herejía. Escaldar la semilla antes de que lo ateste todo.

– Yo también voy -dijo Du Hartha-. He de hacer acopio de botín. Me hallo en necesidad, pues tengo designios de casamiento.

– ¡Por los dientes de la santa Apolonia! -Kuno Wittram se alzó-. ¡Tampoco yo le haré ascos al botín!

– El botín es una cosa -balbuceó, más bien inseguro, Woldan de Osin-, mas parece ser que a quien a la cruzada acuda se le tendrán sus pecados eximidos. Y yo pecados tengo… ¡Y bien gordos!

– Yo no voy -dijo en pocas palabras Bozywoj de Lossow-. No voy a andar buscando un chichón por países ajenos.

– Yo no voy -dijo tranquilo Notker Weyrach-. Porque si Sulz va, quiere decir que la cosa está resbaladiza y apesta.

Otra vez se alzó bullicio, llovieron las maldiciones, se hizo sentarse por la fuerza a Ekhard Sulz, que tenía la espada ya a medio desenvainar.

– Yo -dijo, cuando todo se tranquilizó, Jasko Chromy de Lubna-, si he de ir a algún lado, entonces mejor a Prusia. Junto con los polacos y contra los teutones. O vice versa. Depende de quien pague mejor.

Durante un tiempo todos hablaron y se gritaron los unos a los otros, por fin el rizado Poraj silenció con un gesto a la compaña.

– Yo no voy a ir a esta cruzada -anunció en el silencio-. Porque no voy a ir de la cadena de los obispos y curas. No voy a dejar que me azucen contra alguien como a un perro. ¿Qué cruzada es ésta? ¿Contra quién? Los bohemios no son sarracenos. Llevan la custodia por delante en las batallas. ¿Que no les gusta Roma? ¿El Papa Odo Colonna? ¿Branda Castiglione? ¿Nuestro obispo Conrado y otros prelados? No me extraña. A mí tampoco me gustan.