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– Vero, vero. -El legado Orsini asintió triste-. Es una vergüenza que ese rey sea un cornuto…

– Una compaña de tamaña importancia -el obispo de Cracovia frunció el ceño- y se entretiene con maledicencias como las mujeres. O como los estudiantes en el burdel.

– No negaréis que Sonka le pone los cuernos a Jagiello y lo cubre de deshonra.

– Lo niego, porque eso son vana rumoris. Hablillas puestas en circulación por Malbork.

El teutón se alzó de la mesa, rojo y presto para la réplica, pero Gaspar Schlick lo detuvo con un gesto resuelto.

– Pax! -lo cortó-. Dejemos este tema, hay otros de mayor importancia. Por lo que entiendo, un ataque armado a Polonia en forma de cruzada es cosa de momento insegura. Aunque sea con tristeza, lo asumo. Mas, por la concha de Santiago, cuidad de que se respeten verdaderamente los puntos del pacto de Kásemark y los edictos de Jagiello emitidos en Trembowla y Wielun. Estos edictos al parecer cierran las fronteras, al parecer amenazan con castigo el comercio con los husitas y, sin embargo, tanto armas como mercancías, tal y como con razón afirma el señor estarosta de Swidnica, siguen yendo de Polonia a Bohemia…

– Prometí que haría esfuerzos -interrumpió impaciente Olesnicki-. Y no son estas promesas hueras. Quienes coyunda tengan con los herejes checos serán en Polonia castigados, hay edictos reales, iura sunt clara. Al señor hetmán de Swidnica y a su eminencia el obispo de Wroclaw les recuerdo no obstante las palabras de las Escrituras: ¿cómo veis la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio? ¡Media Silesia mercadea con los husitas y nadie nada hace en contra!

– En un error estáis, noble señor cura Zbigniew. -El obispo Conrado se inclinó sobre la mesa-. Porque se hace algo en contra. Os aseguro que se han tomado medidas. Medidas muy duras. Se llevarán a cabo sin edictos, sin manifiestos, sin pergamino alguno, mas algunos defensores haereticorum sufrirán en el propio pellejo lo que significa allegarse a los herejes. Y os aseguro que otros se henchirán de miedo. El mundo conocerá entonces la diferencia entre la acción verdadera y la aparente. Entre la verdadera defensa de la fe y el engatusamiento.

El obispo habló con tanto veneno, tanto odio había en su voz, que Reynevan sintió cómo se le ponían los pelos de punta. El corazón le comenzó a latir con tanta fuerza que le dio miedo que pudieran llegar a escucharlo desde abajo. Sin embargo, los de abajo tenían otra cosa en la cabeza. Gaspar Schlick serenó de nuevo las emociones y dio por terminadas las disputas, tras lo cual los llamó a discutir con tranquilidad la situación en Bohemia. De modo que los disputantes obispo Conrado, Godofredo Rodenberg, Ludwig de Brzeg y Albrecht von Kolditz guardaron silencio y tomaron la palabra los bohemios y moravos, quienes habían estado callados hasta entonces. Ni Reynevan, ni Scharley, ni Sansón Mieles conocían a ninguno de ellos, sin embargo estaba claro -o casi claro- que se trataba de caballeros de las zonas en las que regía la concordia de Pilsen, así como nobles moravos fieles al Luxemburgués, agrupados en torno a Jan de Kravar, el señor de Jicina. Pronto resultó que uno de los presentes era el propio y famoso Jan de Kravar en persona.

Precisamente Jan de Kravar, alto, de cabellos y bigotes negros, con un color de la tez que demostraba que pasaba más tiempo sentado en su caballo que a la mesa, era el que más tenía que decir en relación con la situación actual en Bohemia. Nadie lo interrumpió cuando, con serenidad, incluso con una voz desapasionada, comenzó a hablar. Todos, inclinándose, miraron en silencio el mapa del reino de Bohemia que había desplegado sobre la mesa, en un lugar que el servicio había dejado limpio al retirar los huesos del buey. Desde arriba no se veían los detalles del mapa, de modo que Reynevan tuvo que conformarse con la imaginación cuando el señor de Jicina departió acerca de los ataques de los husitas a Karlstein y Zebrak, que al fin y al cabo fueron fallidos, y a Svihov, Oboriste y Kvetnica, que por desgracia tuvieron éxito. Acerca de las acciones en el oeste, contra los señores de Pilsen, Lokiec y Most, que eran fieles al rey Segismundo. De los ataques al sur, de momento repelidos con eficacia por Oldrich de Rozmberk. De la amenaza contra Iglav y Olomouc por la alianza de Korybut, Borek de Miletinek y Rohac de Dubé. De los ataques por parte de Dobko Puchala, un caballero polaco de la estirpe de los Wieniawa, contra el norte de Moravia.

– Me estoy meando -susurró Scharley-. No me aguanto…

– Puede que te ayude a aguantarte -susurró a su vez Sansón Mieles- el pensamiento de que como te descubran, la próxima vez que le cambiarás el agua a las aceitunas será en el cadalso.

Abajo principió a hablar del duque de Opava. Y al punto comenzaron las disputas.

– A Przemko de Opava -anunció el obispo Conrado- lo tengo por aliado de poco fiar.

– ¿Cuál es la contrariedad? -Gaspar Schlick alzó la cabeza-. ¿Su matrimonio? ¿El que precisamente con la viuda de Jan, duque de Raciborz, se haya unido en nupcias? ¿El que la mencionada sea una Jagiellona, hija de Dymitri Korybut, nieta del rey de Polonia, hermana del Korybut que nos está dando tantos quebraderos de cabeza? Aseguróos, señores, que el rey Segismundo nada hará con tal maridaje. Los Jagiello son familia de natural lobuno y más tienden a morderse entre ellos que a cooperar. Przemko de Opava no se aliará con Korybut sólo porque sea su cuñado.

– Przemko ya formó junta con ellos -lo contradijo el obispo-. En marzo, en Hombok. Y en Olomouc, por San Urbano. Ciertamente, presto se conciertan Opava y los señores moravos con los herejes, presto forman pactos. ¿Qué habéis de decir a ello, don Jan de Kravar?

– No mormuréis ni de mi cuñado ni de la nobleza morava -bufó el señor de Jicina-. Y sabed que gracias a los tratados de Hombok y de Olomouc tenemos ahora concordia en la Moravia.

– Y los husitas -Gaspar Schlick sonrió ácido- tienen el paso libre para comerciar con Polonia. No entendéis mucho de política, ay, no mucho, don Jan.

– Si entonces… -La tez bronceada de Jan de Kravar se encendió de rabia-. Si en los aquellos tiempos… cuando Puchala se echó a nosotros… Si el Luxemburgués nos hubiera entonces prestado auxilio, no habríamos sido obligados entonces al pacto.

– Vano es hablar del pasado. -Schlick se encogió de hombros.

Lo importante es que por vuestros tratos los husitas tienen ahora abiertos los caminos para comerciar atravesando Opava y Morava. Y los mencionados Dobko Puchala y Piotr Polak poseen Sczumperk, Uniczow, Odry y Dolany, con lo que prácticamente han bloqueado Olomouc. Lanzando aceifas, saquean y aterrorizan toda la provincia. Ellos son los que provecho tienen de la mencionada concordia y no vos. Mal negocio hicisteis, don Jan.

– Tales aceifas -intercaló el obispo de Wroclaw con una sonrisa malvada- no son especialidad exclusiva de los husitas. Yo les di ya leña a los heréticos en el año vigésimo primo, en Broumov y Trutnov. Hubo allí montones de cadáveres de bohemios que alcanzaban la altura de un hombre, y el cielo estaba negro por el humo de las hogueras. Y a quien no matáramos ni quemáramos, lo marcamos. Según nuestra costumbre, a lo silesio. Si ves ahora a un bohemio sin nariz, mano o pie, ten por seguro que es a causa de nuestros estupendos ataques por aquellas tierras. ¿Qué, señores, no vamos a repetir la fiesta? El año de 1425 es año jubilar… ¿No podríamos honrarlo a base de exterminar a los husitas? ¡A mí no me gusta hablar en vano, no acostumbro a contentarme con pláticas ni a acordar concordias con ellos! ¿Qué decís a ello, don Albrecht? ¿Don Puta? Añadid ambos dos a los míos doscientos lanceros e infantería con arma de fuego y les enseñaremos modales a los herejes. Iluminaré el cielo con el resplandor del fuego desde Trutnov hasta Hradec Králové. Prometo…