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El hombre llevaba una chaqueta de piel y pantalones de cuero. Sus gritos y saltos se volvieron más frenéticos a medida que Jacob se acercaba.

— ¡Doo-Doo! —gritó, como si lanzara un insulto terrible. De sus labios manaba saliva, y otra vez señaló al suelo—. ¡Doo-Doo! ¡Doo-Doo!

Aturdido, Jacob casi detuvo el coche.

Algo voló hacia su cara desde la izquierda y chocó contra la ventanilla del lado del pasajero. Hubo un golpe contra el techo y en cuestión de segundos una andana de piedras roció el coche, creando un tamborileo que resonó en los oídos de Jacob.

Subió la ventanilla de su izquierda, sacó el coche del sistema automático, y aceleró. El débil metal y plástico de la carrocería se agitaba cada vez que era golpeado por un proyectil. De repente unos rostros se asomaron a la ventanilla del lado de Jacob, caras jóvenes y duras con largos bigotes. Los jóvenes corrieron junto al coche mientras éste aceleraba lentamente, golpeándolo con los puños y gritando.

Como la Barrera se hallaba sólo a unos pocos metros de distancia, Jacob se echó a reír y decidió averiguar qué querían. Levantó un poco el pie del acelerador y se volvió para formular una pregunta al hombre que corría junto a él, un adolescente vestido como un héroe de ciencia ficción del siglo xx. La multitud era un destello de pancartas y disfraces.

Antes de que pudiera hablar, el coche fue sacudido por un impacto. Un agujero apareció en el parabrisas y la pequeña cabina se inundó de olor a quemado.

Jacob lanzó el coche hacia la Barrera. La fila de postes pasó zumbando y de repente se encontró solo. Por el retrovisor vio que la multitud se congregaba. Los jóvenes gritaban, alzando los puños y sus mangas futuristas. Jacob sonrió y bajó la ventanilla para saludar.

¿Cómo voy a explicarle esto a la compañía de alquiler?, pensó. ¿Les digo que me atacaron las fuerzas del Emperador Ming o creerán la verdad?

No tenía sentido llamar a la policía. Las autoridades locales serían incapaces de hacer nada sin empezar una Búsqueda-C. Y unos cuantos transmisores-C se perderían sin duda entre tantos. Además, Fagin le había pedido que fuera discreto al asistir a esta reunión.

Bajó las ventanillas para que la brisa se llevara el humo. Urgó en el agujero de bala con la punta de su meñique y sonrió divertido.

Te ha gustado, ¿eh?, pensó.

Una cosa era dejar correr la adrenalina, y otra muy distinta reírse del peligro. La sensación de diversión ante el incidente de la Barrera preocupaba a una parte de Jacob más que la misteriosa violencia de la multitud, un síntoma surgido de su pasado.

Pasaron un par de minutos, y luego el salpicadero emitió un silbido.

Jacob alzó la cabeza. ¿Un autostopista? ¿Aquí? Carretera abajo, a menos de medio kilómetro de distancia, un hombre junto al arcén tendía el reloj sobre el sendero de la guía. Dos mochilas descansaban en el suelo junto a él.

Jacob vaciló. Pero aquí, dentro de la Reserva, sólo estaban permitidos ciudadanos. Paró en el arcén, sólo unos metros más allá del hombre.

Había algo familiar en aquel tipo. Era un hombrecito peculiar con un traje gris oscuro, y su panza se agitó cuando levantó las dos pesadas bolsas para acercarlas al coche de Jacob. Su cara sudaba cuando se inclinó sobre la puerta del asiento de pasajeros y se asomó.

—¡Oh, chico, qué calor! —gimió. Hablaba inglés estándar con fuerte acento—. No me extraña que nadie use el sistema de guía —continuó, secándose la frente con un pañuelo—. Conducen tan rápido para poder captar un poco de brisa, ¿verdad? Pero usted me resulta familiar, debemos habernos encontrado en alguna parte antes. Soy Peter LaRoque… o Pierre, si lo desea. Trabajo para Les Mondes.

Jacob dio un respingo.

—Oh. Sí, LaRoque. Nos conocemos de antes. Soy Jacob Demwa. Suba, sólo voy hasta el Centro de Información, pero allí podrá encontrar un autobús.

Esperaba que su rostro no revelara sus sentimientos. ¿Por qué no había reconocido a LaRoque cuando aún estaba en marcha? Posiblemente no se habría parado.

No es que tuviera nada en concreto contra el hombre, aparte de su increíble ego y su inagotable caudal de opiniones, que lanzaba sobre cualquiera a la menor oportunidad. En muchos aspectos, probablemente era una personalidad fascinante. Desde luego, tenía seguidores en la prensa danikeniana. Jacob había leído varios artículos de LaRoque y le gustaba el estilo, aunque no el contenido.

Pero LaRoque era uno de los miembros de la prensa que le había perseguido durante semanas después de que resolviera el misterio de la Esfinge de Agua, y uno de los menos agradables. La historia final en Les Mondes fue favorable, y bien escrita también. Pero no había merecido la pena soportar tantas molestias.

Jacob se alegró de que la prensa no hubiera podido encontrarle después del fiasco en Ecuador, aquel lío en la Aguja Vainilla. En esa época soportar a LaRoque habría sido demasiado.

Ahora mismo tenía problemas para creerse el afectado acento de «origen» de LaRoque. Aún era más fuerte que la última vez que se vieron, si es que eso era posible.

— ¡Demwa, ah, por supuesto! —dijo el hombre. Depositó sus bolsas tras el asiento de pasajeros y subió al coche—. ¡El creador y suministrador de aforismos! ¡El experto en misterios! ¿Está aquí para jugar a las adivinanzas con nuestros nobles invitados interplanetarios? ¿O quizá va a consultar en la Gran Biblioteca de La Paz?

Jacob volvió a entrar en el sistema de guía, deseando conocer al que había empezado la moda del «Acento de Orígenes Nacionales» para poder estrangularlo.

—Estoy aquí para ofrecer mis servicios como consultor, y mis pupilos incluyen extraterrestres, si eso es lo que quiere saber. Pero no puedo entrar en detalles.

—¡Ah, sí, cuántos secretos! —LaRoque agitó un dedo jugueteñamente—. ¡No debería hablarle así a un periodista! ¡Sus asuntos son mis asuntos! Pero seguro que se está preguntando qué trae al reportero estrella de Les Mondes a este lugar desolado, ¿no?

—La verdad es que me interesa más cómo llegó a hacer autostop en mitad de este lugar desolado.

LaRoque suspiró.

—¡Un lugar desolado, en efecto! ¡Qué lastima que los nobles alienígenas que nos visitan tengan que permanecer atrapados aquí y en otras tierras yermas como su Alaska!

—Y Hawai, Caracas y Sri Lanka, los Capitolios de la Confederación —dijo Jacob—. Pero en cuanto a cómo llegó a…

—¿Cómo me enviaron a este lugar? ¡Sí, por supuesto, Demwa! Pero tal vez podamos incluso divertirnos con su reputado talento deductivo. ¿No lo adivina?

Jacob reprimió un gruñido. Extendió la mano para sacar el coche del sistema de guía y apretó más fuerte el acelerador.

—Tengo una idea mejor, LaRoque. Ya que no quiere decirme por qué estaba aquí, en medio de ninguna parte, tal vez esté dispuesto a aclararme un pequeño misterio.

Jacob describió la escena de la Barrera. Se saltó el violento final, esperando que LaRoque no hubiera advertido el agujerito en el parabrisas, pero describió con cuidado la conducta del hombre agachado.

—¡Por supuesto! —exclamó LaRoque—. ¡Me lo pone fácil! Ya conoce las iniciales de esa frase que usan, «Condicional Permanente», esa horrible clasificación que niega a un hombre sus derechos, paternidad, el derecho…

—¡Mire, ya estoy de acuerdo! Ahórrese el discurso. —Jacob pensó un momento. ¿Cuáles eran las iniciales?—. Oh, creo que ya lo veo.

—Sí, el pobre hombre sólo estaba contraatacando. Los ciudadanos lo llaman cepé… ¿no es simple justicia que él lo acusara de ser dócil y domesticado? ¡De ahí lo de doo-doo!{{Las iniciales en inglés de Condicionado Permanente (Permanent Probationer), suenan a «pipí». En este contexto, «doo-doo», querría decir «caca». (N. del T.)}}