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—¿Entonces qué hicieron?

—Los desterraron a islas. Se les permitió continuar con sus propios experimentos culturales sin ser molestados.

—Islas, ¿eh? —Nielsen se rascó la cabeza—. Es una idea interesante. De hecho es lo contrario de lo que se está haciendo con las Reservas Extraterrestres, exiliando a los condicionales de las zonas geográficamente controlables, y luego permitiendo a los etés relacionarse con los ciudadanos que entran y salen a voluntad.

—Una situación intolerable —murmuró James—. No sólo para los condicionales sino para los extraterrestres también. ¡El propio Kant Fagin me estaba diciendo cuánto le gustaría visitar el Louvre, o Agrá, o Yosemite!

—Todo vendrá a su tiempo, Amigo-James Álvarez —trinó Fagin—. Por ahora agradezco la dispensa que me permite visitar esta pequeña parte de California, una recompensa inmerecida y extravagante.

—No sé si la idea de las «islas» funcionaría bien —dijo Nielsen, pensativo—. Naturalmente, merece la pena estudiarla. Podremos examinar todas las ramificaciones en otra ocasión. Pero no comprendo qué tiene eso que ver con el Consejo Terrágeno.

—Extrapole —instó Jacob—. Podría aliviar un poco el problema de los condicionales si se estableciera una especie de isla refugio en el Pacífico, donde pudieran seguir su propio camino sin la observación perpetua a que están sometidos adondequiera que hoy vayan. Pero eso no sería suficiente. Muchos condicionales sienten que están castrados desde el principio. No sólo están limitados por la ley sus derechos de paternidad, sino que también están excluidos de la aventura más importante a la que la humanidad se ha enfrentado jamás, la expansión del espacio.

»Este pequeño embrollo en el que estaban implicados LaRoque y James es un ejemplo de los problemas a los que nos enfrentaremos, a menos que se encuentre un hueco para ellos, para que puedan sentir que están participando.

—Un hueco. Islas. El espacio… ¡Santo Dios! ¡No puede hablar en serio! ¿Comprar otra colonia y dársela a los condicionales cuando todavía estamos cargados hasta las orejas con las tres que tenemos? ¡Es muy optimista si cree que van a aprobar eso!

Jacob sintió que la mano de Helene se deslizaba en la suya. Apenas la miró, pero la expresión de su rostro fue suficiente. Orgullosa, alerta, y al borde de la risa, como siempre. Entrelazó sus dedos con los suyos, y los apretó.

—Sí —le dijo a Nielsen—. Últimamente me he vuelto algo parecido a un optimista. Y creo que debería hacerse.

—¿Pero de dónde sacaríamos el crédito? ¿Y cómo salvar el ego herido de quinientos millones de ciudadanos que quieren colonizar, cuando se le da espacio a los no-ciudadanos?

»De todas formas, la colonización no funcionará. Incluso la Vesarius II llevará sólo a diez mil personas. ¡Hay casi cien millones de condicionales!

—Oh, no todos ellos irán al espacio, sobre todo si consiguen un lugar en las islas. Además, estoy seguro de que todo lo que buscan es un trato justo. Quieren compartir. Nuestro problema real es que no hay suficiente espacio en las colonias, ni transportes.

Jacob sonrió lentamente.

—¿Pero y si consiguiéramos que el Instituto de la Biblioteca «donara» los fondos para una colonia de Clase Cuatro, más unos cuantos transportes tipo Orion simplificados especialmente para tripulaciones humanas?

—¿Cómo espera persuadirlos para que hagan eso? Están obligados a compensarnos por la acción de Bubbacub, pero querrán hacerlo de un modo que sirva a sus propósitos, como hacernos depender por completo de la tecnología galáctica. Casi todas las razas los apoyarán en eso. ¿Qué podría cambiar la forma de sus reparaciones?

Jacob extendió las manos.

—Olvida que ahora tenemos algo que ellos quieren… algo muy precioso de lo que la Biblioteca no puede prescindir. ¡Conocimiento!

Jacob se metió la mano en el bolsillo y sacó una tira de papel.

—Éste es un mensaje cifrado que recibí hace poco de Millie, desde Mercurio. Todavía está confinada en una silla, pero querían que volviera con tanta urgencia que la dejaron viajar hace un mes.

»Dice que las inmersiones se han reemprendido en las regiones activas. Ya ha bajado una vez, a cargo de los esfuerzos para reestablecer contacto con los solarianos. Hasta ahora ha conseguido no decirle a los federales qué es lo que ha descubierto, pues espera consultarlo primero con Fagin y conmigo.

»Ha entablado contacto. Los solarianos hablaron con ella. Son lúcidos y tienen muy buena memoria.

—Increíble —suspiró Nielsen—. Pero me da la impresión de que piensa que esto tendrá implicaciones políticas respecto a los problemas que hemos discutido antes.

—Piénselo. La Biblioteca creerá que pueden obligarnos a aceptar reparaciones según sus términos. Pero si manejamos bien las cosas, podremos chantajearlos para que nos den lo que nosotros queremos.

»El hecho de que los solarianos sean comunicativos y puedan recordar el pasado lejano (Millie da a entender que recuerdan inmersiones solares a cargo de antiguos sofontes, hace tanto tiempo que podrían haber sido los propios Progenitores), significa que hemos encontrado un premio de proporciones sin precedentes.

»Significa que la Biblioteca tiene que intentar averiguar todo lo que pueda sobre ellos. También significa que este descubrimiento obtendrá una enorme publicidad.

Jacob sonrió.

—Será complicado. Primero tenemos que dar la impresión que ya entienden que el Navegante Solar fue un fiasco. Conseguir que nos asignen una Patente de Investigación al sol. Imaginarán que eso sólo nos hará parecer más idiotas. ¡Cuando se den cuenta de lo que tenemos, tendrán que comprar pagando nuestro precio!

»Necesitaremos la ayuda de Fagin para hacerlo bien, más toda la astucia del clan Álvarez y la cooperación de los Terrágenos, pero puede hacerse. El tío Jeremey, en particular, se alegrará de saber que voy a desempolvar mis viejas habilidades dormidas e implicarme en la «sucia política» durante algún tiempo, para ayudar.

James se echó a reír.

—¡Espera a que se enteren tus primos! ¡Ya puedo ver cómo se echan a temblar!

—Bien, entonces diles que no se preocupen. No, yo mismo lo diré cuando Jeremey convoque un consejo familiar. Voy a asegurarme de que todo este lío se zanje dentro de tres años. Después me retiraré de la política, definitivamente.

»Verás, entonces emprenderé un largo viaje.

Helene dejó escapar un pequeño suspiro y apretó sus dedos en los suyos. Su expresión era indescifrable.

—Voy a insistir en una cosa —le dijo, preguntándose si podía, o quería, suprimir la urgencia de echarse a reír o el zumbido en sus oídos—. Tendremos que encontrar un medio de llevar al menos un delfín. Sus cancioncillas son espantosamente obscenas, pero puede que nos ayuden en unos cuantos puertos cuando estemos ahí fuera.

Ilustraciones

Título originaclass="underline" Sundiver

Traducción: Rafael Marín Trechera

1a edición: septiembre 1993

© 1980 by David Brin © Ediciones B, S.A., 1993

Bailen, 84-08009 Barcelona (España)

Printed in Spain ISBN: 84-406-3639-3 Depósito legaclass="underline" BI. 1.380-1993

Impreso por GRAFO, S.A. — Bilbao

Diseño cubierta: Jordi Vallhonesta

Edicion Digital :ULD