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La isla aun no había desaparecido en el horizonte, cuando se presentó al científico el oficial de máquinas, que presidía el comité de a bordo, para pedirle que «explicase a los muchachos lo que había pasado». Se decidió organizar una reunión en cubierta. El profesor. nunca había tenido ocasión de dirigirse a un auditorio tan singular. Los marineros estaban reunidos junto a la primera bodega, unos sentados, otros en pie, otros tumbados por el suelo, mientras Davydov se apoyaba en el forro del cabrestante que le servía de cátedra. El océano, tranquilo y silencioso, ya no detenía el curso de la nave, que regresaba a la patria.

El profesor habló a los marineros del océano Pacífico, gigantesca depresión ocupada por la mayor masa líquida del planeta. A su alrededor, no lejos de los continentes, surgen cadenas de gigantescos plegamientos de la corteza terrestre, que emergen lentamente desde el fondo de profundísimas cavidades. Todas las cadenas de islas, las Aleutianas, las islas japonesas, el archipiélago de la Sonda, son precisamente pliegues de la corteza terrestre en vía de formación.

El proceso de formación de los pliegues es continuo: cada uno de ellos, cuya cima no es otra que la propia isla, se alza continuamente, a veces con una velocidad de dos metros anuales; al mismo tiempo se inclina siempre en dirección al océano.

— Imaginaos que por un instante las aguas del océano se retiran… — explicó el profesor —. En ese caso, veríais, en vez de las islas, cadenas de altas montañas inclinadas hacia el centro del océano y peligrosamente pendientes sobre las cavidades inferiores, parecidas a inmensas olas petrificadas. El declive opuesto, frente al continente, es menos fuerte, pero forma también una cavidad bastante profunda, ocupada por el mar. Tal es, por ejemplo, la estructura del mar del Japón. A lo largo de las vertientes situadas de cara al continente se forman cadenas volcánicas. En el interior de los plegamientos, la presión es tan grande que funde las rocas del núcleo interno; la materia fundida irrumpe por fisuras bajo la forma de lava incandescente. Las cavidades frente al océano se hacen cada vez más profundas bajo la presión de la base de los pliegues, y en ellas se sitúan los centros de los grandes terremotos.

«Precisamente uno de esos terremotos fue la causa de la desgracia de ayer. En un punto indeterminado del Norte, probablemente en la fosa de las Aleutianas, en la base de los plegamientos aleutianos, la fuerte presión de que he hablado ha roto un sector del fondo del océano, provocando un fuerte terremoto submarino. El empuje provocó una ola gigantesca que se ha extendido en el océano, hacia el Sur, a miles de millas del punto de origen, y pocas horas después alcanzó las islas Hawaii. En mar abierto, nuestro Vitim hubiese pasado por encima de ella sin darse cuenta siquiera; en efecto, el diámetro de la ola era tan grande — cerca de 150.000 kilómetros- que la nave hubiese podido remontarla hasta su máxima altura sin notarlo siquiera. Pero frente a tierra firme es muy diferente. Cuando la ola halla un obstáculo, se levanta, crece y se lanza sobre la costa con inaudita violencia. No es preciso hablar de ello porque todos vosotros habéis visto ya los efectos. El aspecto y el carácter de las olas vienen determinados por los bancos de arena existentes en las proximidades de las costas.

«Estas olas no son raras en el océano Pacifico, precisamente porque en el fondo de este mar están en curso procesos de formación de nuevos plegamientos en la corteza terrestre… Durante los ultimes ciento veinte años, las islas Hawaii han sufrido la violencia de las olas en veintiséis ocasiones. Las olas provenían de distintas direcciones: las Aleutianas (como la nuestra), el Japón, Kamchatka, las Filipinas, las islas Salomón, América del Sur, incluso la costa de México. Esta última se remonta a noviembre de 1933. La velocidad media de estas olas se calcula en trescientos a quinientos nudos…

Los marineros, interesados, hicieron a Davydov numerosas preguntas, y la conversación se hubiese prolongado mucho tiempo, de no provocar el cambio de guardia la disolución del auditorio. El profesor se entretuvo en la cubierta, reflexionando intensamente, con la frente arrugada y los dientes apretados.

La inesperada destrucción de la bella isla había dejado una profunda huella en el corazón del científico. Y casi todas las preguntas realizadas por los marineros coincidían, en cierto sentido, con sus propios pensamientos. Era preciso descubrir no sólo cómo se producía la formación de los pliegues del océano Pacifico, sino también las causas de tal proceso. ¿Por qué en el corazón de la Tierra se provocan estos lentos y poderosos movimientos que arrugan enormes estratos de rocas, empujándolos siempre más arriba sobre la superficie de la tierra? ¡Qué insignificantes son nuestras informaciones acerca de las vísceras de nuestro planeta, el estado de la materia, los procesos físicos o químicos que se desarrollan bajo presiones del orden de millones de atmósferas, bajo estratos de miles de kilómetros, cuya estructura se desconoce!

Basta el desplazamiento de pocas moléculas, basta un insignificante aumento del volumen de estas masas inimaginables, para que sobre el sutil velo de la corteza terrestre conocida por nosotros se produzcan desplazamientos enormes, para que la corteza rota se levante en decenas de kilómetros. Sin embargo, sabemos que si estos desplazamientos faltasen, si estas fuertes sacudidas no se produjesen, significaría que la materia del interior del planeta se encuentra en estado de quietud, de equilibrio.

Únicamente en ocasiones, con intervalos de millones de años, algunos estratos de naturaleza rocosa se retuercen, se pliegan y, en parte, se funden, para salir a la superficie durante las erupciones volcánicas. Luego el conjunto emerge en la superficie, dando lugar a una enorme meseta en la que, más tarde, erosionada por las aguas y los agentes atmosféricos, se forman valles, montañas; en resumen, lo que solemos llamar un paisaje montañoso.

El hecho más sorprendente es que los focos volcánicos y las zonas de plegamiento de los estratos rocosos se hallan en profundidades relativamente pequeñas, a pocas decenas de kilómetros de la superficie terrestre, mientras que las partes centrales del planeta, cubiertas por un estrato de materia de treinta kilómetros de espesor, están en permanente estado de quietud…

La materia dura, enfriada, de nuestro planeta está constituida por elementos químicos constantes: los noventa y nueve ladrillos sobre los que se alza todo el Universo. Estos elementos, sobre la Tierra, son casi todos constantes e inmutables, a excepción de los pocos radiactivos que se transforman por sí solos, entre los que se cuentan el famoso uranio, el torio, el radio, el plutonio. A éstos, según parece, hay que añadir los elementos 43o, 61o, 85o y 87o de la tabla de Mendeleev (masurio, florencio, ekaiodio y ekacesio), enteramente transformados.

En las estrellas sucede de forma diferente. Por la acción de presiones y temperaturas gigantescas, se produce la transformación de un elemento en otro: el hidrógeno, el litio, el berilio, se transforman en helio; el carbono se convierte en oxígeno, el cual, a su vez, pasa a carbono, desprendiendo colosales cantidades de energía en forma de calor, luz y otras radiaciones no menos potentes.

Pero sea cual fuere la hipótesis que se quiera aceptar sobre la formación de nuestro planeta, es evidente que hubo una época en la que la materia constitutiva de la Tierra se encontraba en un estado de fuerte calentamiento, era una masa de materia incandescente, semejante a la que forma las estrellas. ¿Y si en la masa enfriada del planeta hubiesen quedado aun elementos inestables, desconocidos por nosotros, resto de los procesos atómicos de aquella época, parecidos a los producidos artificialmente en nuestros laboratorios con los elementos uránicos?

Estos elementos, como el uranio, deben hallarse entre estratos relativamente superficiales de la Tierra. Permanecen inactivos, por supuesto, hasta que, a continuación de los infinitos desplazamientos y aglomeraciones de la materia, se crean masas de gran peso atómico, como el uranio y el torio.