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El día anterior habían dedicado un montón de tiempo a conocerse, a contarse historias de la infancia, a hablar de las excentricidades de sus padres. Mallory rió.

– Finalmente esta mañana contestó mi último correo electrónico. Realizaba un trabajo de alto secreto en Pennsylvania, donde ha conocido a una mujer que jamás ha tocado un ordenador…

– ¡No! -exclamó Carter.

– Pero ya sí -lo miró-. Existe una posibilidad, una gran posibilidad, de que venga a Chicago con él. Carter, creo que los niños Trent al fin han crecido.

Él se mostró pensativo un momento, luego le dedicó su arrebatadora sonrisa.

– También el niño Compton.

– Y muy bien, he de reconocer -llegaron a la suite-. Voy a ponerme algo más cómodo -le dijo.

– ¿Qué te parece si vamos a la cama?

– Champán junto al árbol, ¿recuerdas? -regresó con el camisón y la bata rosados, llevando la caja que contenía la camisa para Carter, y notó que él estaba sentado en el sofá con una caja de regalo idéntica. Se detuvo en seco-. ¿Cuándo me compraste un regalo?

– El sábado.

– No es posible. Volvimos al hotel justo después…

– Lo compré antes de ir a reunirme con Maybelle -se puso de pie para tomarla en brazos.

Ella le rodeó el cuello.

– Yo compré el tuyo aquel primer día en Bloomingdale's.

Él le sonrió.

– Vamos a abrirlos ahora.

– Eres como un niño -bromeó.

– Sí, porque creo que sé qué es el mío -arrancó el papel y sacó la camisa a rayas-. ¿Cómo voy a poder mantenerte si piensas comprarme camisas de marca? -gruñó.

Pudo ver que se sentía complacido, pero en ese momento centró su atención en el vestido de color champán que había sacado de la caja. Era exquisito, ceñido y, si no se equivocaba, hacía juego con su pelo.

– Carter, es precioso -musitó.

– Igual que lo eres tú -la tomó en brazos y le dio un beso que la dejó sin aliento.

– Podemos probarnos la ropa nueva por la mañana.

– Como muy pronto.

Se preguntó cuándo dejaría de renovar su amor por él cada vez que lo mirara. Y supo que nunca.

***