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Al terminar, intentó dormir. Al rato el agotamiento se apoderó de él y lo siguiente que supo fue que se encontraba en el aeropuerto esperando a Mallory.

¿Dónde diablos estaba?

Había llegado a la puerta de embarque a una hora que consideraba un cortés compromiso entre las ridículas exigencias de la compañía aérea y la realidad de la situación, pero ya llevaba allí quince minutos y no había rastro de ella.

Con más alivio del que quiso reconocer, la vio avanzar hacia él, alta, elegante, vestida toda de negro, con ese cabello rubio platino oscilando sobre los hombros.

Por lo que él sabía, era su color de pelo natural, y dio por hecho que, a medida que se hiciera mayor, realizaría una transición suave de rubio platino a gris. Apenas se notaría. En especial porque Mallory era una mujer que apenas se hacía notar.

Se puso de pie, comenzó a sonreírle y luego notó que fruncía el ceño al preguntarse por qué su corazón se había acelerado un poco. Se dijo que tenía que reducir los cafés.

Tenía tanta adrenalina bombeando por su cuerpo en todo momento, que apenas necesitaba la cafeína.

Era una mujer muy atractiva. El hombre que tenía enfrente la miró con ojos interesados cuando ella se situó entre los dos.

– Hola -fue todo lo que dijo Mallory.

La palabra salió de unos labios plenos y levemente rosados, con una voz rica y ronca. Algo al respecto, o quizá por cómo la seguía mirando ese hombre, hizo que la rodeara con un brazo y sintió que el corazón le daba un vuelco. Se dijo que era absurdo. Apartó el brazo de inmediato y comentó:

– Mallory, ¿qué te ha hecho llegar tarde?

– ¡Tú has llegado tan pronto! ¿Cómo puedes trabajar aquí? Debes poder concentrarte mucho mejor que yo. Siempre espero hasta el último segundo para presentarme ante la puerta de embarque, porque…

Cuando el hombre al fin volvió a centrar la mirada en el periódico que leía, Carter tuvo un recuerdo del motivo por el que no había tratado de hacerle el amor durante los años de facultad. Era evidente que ella no quería. Aunque la voz sonaba un poco jadeante, sin duda por las prisas, todo lo demás en ella decía «No tocar».

– Yo acabo de llegar -y en esa ocasión logró sonreír-. Supongo que te demoraste facturando las maletas.

– No -aseguró Mallory-. Esto es todo -señaló la maleta plegable.

Carter observó la maleta con curiosidad renovada. ¿Qué tenía ahí, prendas deshidratadas que se expandían en cuanto entraban en contacto con el agua? El fin de semana anterior se había llevado a Diana a Acapulco… a Diana y cuatro maletas… y allí descubrió que estar con esa mujer era sumamente aburrido. Había sido un fin de semana desperdiciado, algo que lamentó, ya que disponía de muy pocos libres.

– ¿Planeas ir de compras? -le preguntó. Con una simple mirada de esos ojos azul verdosos, tan pálidos como el pelo y el lápiz de labios, lo hizo sentir como el peor y más odioso machista.

– Claro que no. Voy a Nueva York a trabajar, no a hacer compras.

Se preguntó si era siempre así o sólo con él. Eso la convertiría en la única mujer del mundo que se comportaba de esa manera con él.

– Bienvenidos al vuelo cuatro, cero, tres de United Airlines -entonó una voz femenina-. Comenzaremos con el embarque de los pasajeros de Primera Clase y Premier.

Capítulo 3

En cuanto se acomodaran en el avión, iba a permitirse respirar. En cuanto se sentaron lado a lado en los generosos asientos de primera, comenzó a temer que nunca más podría volver a respirar.

Un pequeño abrazo y, los discursos que se había dado a sí misma la noche anterior, habían volado. Durante todos esos años había hecho lo correcto al esconderse en el otro extremo de la sala al verlo en reuniones profesionales. ¡En un cóctel podría haberla besado! El beso no habría sido más apasionado que el abrazo que le había dado, pero a su libido no parecía importarle en que estado se hallaba la de él. Un beso y habría caído sobre él como un Bloody Mary vertido. Ese primer contacto de la mano había revivido todos los anhelos juveniles con plena potencia.

Un palpitar pesado se asentó entre sus muslos. No era posible. Jamás sería posible, porque…

– ¿Desea algo para beber antes del despegue, señor? -preguntó una auxiliar de vuelo. Los ojos líquidos se deslizaron suavemente por toda la extensión de Carter.

– ¿Mallory? -la miró a ella, y no a la azafata.

– Cicuta -salió como un gemido suave. Carter y la auxiliar de vuelo la miraron-. Avellana -dijo con rapidez-. Café de avellana si lo tienen.

– Me temo que no -fue la respuesta de la azafata.

– Un café corriente será perfecto -concedió-. Descafeinado -no podía aguantar otra sacudida. De nada.

– Zumo de naranja -pidió Carter tras una breve pausa-. No, que sea de tomate.

– ¿Podríamos dedicar el tiempo del vuelo a hablar del caso? -le preguntó, sabiendo que sonaba circunspecta y carente de imaginación comparada con el bombón de uniforme-. Encenderé mi ordenador portátil en cuanto hayamos despegado para poder conectar con los interrogatorios.

– Oh, claro -convino él-, cuanto antes nos pongamos a trabajar, mejor.

Pensó que jamás había dicho palabras más veraces. El avión despegó con suavidad, pero sintió como si se hubiera visto arrastrado al interior de un tornado. Sólo esperaba que lo soltara en un lugar seguro. Experimentó la extraña sensación de que con Mallory ya no se encontraba a salvo.

– ¿Crees que es un enfoque que podríamos utilizar? Sé que es poco ortodoxo, pero podría funcionar en este caso en particular.

¿Qué diablos había estado diciendo mientras pensaba en ella?

– Ah, mmm… Tendré que meditarlo -musitó, cayendo del tornado en un territorio extremadamente peligroso.

De hecho, directamente sobre hielo sólido. El hielo de sus ojos azules mientras lo miraba con expresión enojada.

– No me escuchabas.

– Mallory, Mallory -adoptó la expresión dolida que siempre había funcionado cuando se suponía que estaba seduciendo a una mujer y a cambio pensaba en un caso. Salvo que en esa ocasión era al revés-. ¿Cuándo no te he escuchado?

– Ahora mismo -afirmó ella.

Supuso que ella jamás olvidaría que sin la ayuda que le había prestado, habría fallado en el examen y probablemente habría abandonado la facultad de Derecho. La noche en que había estudiado con ella, lo había iniciado por el camino de la respetabilidad, pero ella jamás sería capaz de respetar su intelecto. Por eso nunca se había acercado a él. Mallory tendría que respetar a un hombre antes de sentir una atracción por él.

Se dijo que iba a tener que hacer algo para que cambiara la imagen que tenía de él. También sabía que sería duro ganársela. Por el momento, haría lo único que parecía apropiado.

Le sonrió.

Un instante volaba en línea horizontal por encima de las nubes, y al siguiente se veía transportada por su sonrisa hacia el espacio exterior. Esa sonrisa decía «mujer», no «abogada». Una extraña sensación se inició en la región de su abdomen… bueno, en realidad más abajo, y desde allí zumbó en todas las direcciones. Sentía el cuerpo caliente, húmedo y hormigueante mientras la boca se le resecaba.

También se le había quedado abierta. La cerró y luego volvió a abrirla.

– Lo que sugería era un poco de ironía en el proceso -manifestó. La voz le sonó alta a sus propios oídos, sin duda debido a la falta de oxígeno-. Como «¿Qué hay de malo en tener el pelo y las uñas de color verde guisante? Los adolescentes pagan mucho dinero por teñirse el pelo de verde».