Pero no podía ser. Apenas lo conocía.
Había tardado casi un año en decidirse sobre Stephan y, a pesar de que le había salido el tiro por la culata, esa era su forma de proceder. Holly Bennett nunca tomaba decisiones precipitadas. Siempre había considerado sus opciones cuidadosamente.
Aunque una aventura con Alex Marrin sería muy excitante, también sería muy peligrosa. Sabía que no era el tipo de hombre que entrega su corazón a cualquiera. El divorcio le dejó cicatrices y había dejado bien claro cuáles eran sus sentimientos. Se sentía atraído por ella, pero no habría proposición de matrimonio ni final feliz. Solo sería… un revolcón.
– ¿Qué pasa? -preguntó Meg, medio dormida.
– Creo que es mejor que tú te encargues de este trabajo.
– ¿Por qué?
– Porque tú eres… eres más fuerte que yo.
– Si hay que levantar cosas pesadas, ¿por qué no contratas a alguien?
– No me refiero a eso -suspiró Holly.
– Entonces, ¿a qué te refieres? ¿Y qué te ocurre? Pareces muy alterada.
– Estoy bien.
– Estás mintiendo. Siempre sé cuando mientes, incluso por teléfono. ¿Qué ocurre?
– Es que hay un hombre… el padre de Eric Marrin, Alex. Y hay algo entre nosotros.
– ¿Hay algo? No te habrás puesto toda puritana y toda boba, ¿no? ¿Cuántas veces te he dicho que debes ser un poco más flexible?
– ¡No me he puesto boba! -exclamó Holly, sentándose sobre la cama-. Todo lo contrario. Hemos acabado besándonos.
– ¿Has besado a un hombre? -preguntó Meg, incrédula-. ¡Has besado a un hombre! ¿En los labios?
– Sí.
– Qué alegría.
– Pero tengo una reputación que proteger…
– Ya te estás poniendo boba.
– No puedo tener una aventura con un cliente -protestó Holly.
Esperaba que Meg no le recordase que, en realidad, Alex no era un cliente. Podría hacerle un striptease en la cocina si le daba la gana.
– Tienes que vivir un poco, mujer.
– Por favor, Meg, tienes que ayudarme. Si me quedo, no sé qué va a pasar.
– Ah, claro, podrías volverte loca y hacer el amor con ese hombre, qué susto. ¡Pero eso es precisamente lo que necesitas! Holly, tú tienes la vida planeada al detalle y creo que deberías hacer algo espontáneo por una vez.
– ¡No estamos hablando de mis defectos! ¡Estamos hablando de sexo! Sexo con un hombre que, seguramente, lo hace muy bien además. Y yo no. Y si quieres seguir colgando adornos de Navidad conmigo el año que viene, haz las maletas y toma el tren de las nueve.
– Pero es que tengo trabajo aquí -protestó su ayudante-. No puedo tomar un tren a las nueve de la mañana…
Holly no pensaba seguir discutiendo. Porque entonces tendría que convencer a Meg de que su reputación era más importante que un par de noches de tórrido sexo con Alex Marrin. Y, en aquel momento, no sería capaz.
Después de darle una serie de instrucciones, aceptó que tomase el tren de la tarde y colgó, ocultando la cara entre las manos. ¿Cómo se había metido en aquel lío? Si se hubiera apartado cuando la besó…
Pero se sentía atraída por Alex desde que lo vio en el establo la primera noche. En ese momento sintió algo extraño, un magnetismo salvaje. Se sentía dominada por el instinto, no por el sentido común.
Y ella no era así.
Nerviosa, tomó la guía y buscó el número de la empresa de taxis de Schuyler Falls. Aunque el tren no salía hasta las once, cuanto antes escapase de allí, mejor.
Un nombre contestó, medio dormido, pero aceptó ir a buscarla media hora después. Así tendría tiempo de hacer la maleta y dejar una nota para Eric.
Cuando salía de la casa apenas había amanecido y las luces de los establos iluminaban el camino cubierto de nieve. Pero en cuanto bajó los escalones del porche, se chocó contra alguien.
Con los nervios, se le cayó la maleta en el pie y lanzó un grito de dolor.
– ¿Dónde vas? -preguntó Alex.
Apretando los dientes, Holly tomó de nuevo la maleta y pasó a su lado, sin mirarlo.
– A Nueva York.
– ¿Ahora mismo?
– Solo querías que me quedase tres días y ya han pasado, ¿no?
– Pero te dije que…
– Da igual. Es mejor que me marche. He llamado a mi ayudante, Meghan O'Malley. Llegará mañana.
– Pero Eric te quiere a ti -dijo Alex, tomándola del brazo-. Tú eres su ángel de Navidad… ¿Es por el beso de anoche?
– No digas tonterías -le espetó Holly, muy digna.
Pero, al darse la vuelta, resbaló en la nieve y cayó de espaldas.
¿Qué pasaba en aquella granja? Metía los pies donde no debía, se resbalaba… estaba perdiendo los nervios.
– ¿Te has hecho daño?
– ¡No! ¡Y no quiero ser el ángel de nadie! -le espetó ella, levantándose de un salto-. A Eric le gustará Meg. Se le dan mejor los niños que a mí.
– A ti se te dan muy bien.
– ¿Tú crees?
– No te vayas -dijo él entonces-. Eric te echaría de menos y no quiero que el niño pague por mis errores.
– Entonces, ¿admites que besarme fue un error? -preguntó Holly.
– No he querido decir eso.
– ¿Qué quieres de mí, Alex?
Él apartó la mirada.
– ¿Y yo qué sé? No sé lo que siento por ti, Holly. Ni lo que quiero de ti. Y creo que tú tampoco. Pero no lo sabremos nunca si vuelves a Nueva York como un conejo asustado.
– Vine aquí para hacer un trabajo. Pero no puedo hacerlo si intentas besarme cada dos por tres.
– ¿Crees que has traicionado a tu prometido?
– ¿Mi prome…? Sí, claro. Mi prometido. Eso es lo que pasa.
– Una mujer que está a punto de casarse no va por ahí besando a otros hombres.
– ¡Yo no voy por ahí…! Me besaste tú. ¡Y no besas como un caballero!
Él soltó una risita.
– Me tomaré eso como un cumplido.
– ¿Lo ves? No eres un caballero -repitió Holly, dándose la vuelta.
Alex la tomó del brazo y cuando ella quiso apartarlo levantando la maleta… en sus prisas por marcharse de Stony Creek había olvidado poner el cierre de seguridad y su ropa acabó esparcida por la nieve.
Pijamas, jerséis, faldas… y braguitas negras de encaje.
Él tomó una con dos dedos, como si quemara.
– Dices que no soy un caballero, pero esto prueba que tampoco tú eres una dama.
Holly intentó quitárselas, furiosa.
Pero, además de la furia, había otro sentimiento mucho más poderoso. Un impulso, un deseo loco de echarse en sus brazos y besarlo hasta que se derritiera la nieve. De hacerlo sentir exactamente lo que ella sentía. Y había llegado el momento de dar rienda suelta a sus impulsos, decidió.
Dando un paso adelante, lo tomó por la pechera de la camisa y lo besó con todas sus fuerzas. Cuando estuvo segura de haber obtenido la reacción que esperaba, se apartó.
– Quédate con las braguitas. Puedes usarlas para decorar el árbol de Navidad.
Después de guardar la ropa en la maleta a toda prisa se dio la vuelta y, con cuidado para no volver a resbalar, tomó el camino que llevaba a la carretera.
Aunque no era una retirada muy digna, tendría que valer. Porque Holly Bennett no pensaba caer en las garras de Alex Marrin. Y ese beso lo había probado.
El primer tren de vuelta a Nueva York salía de Schuyler Falls a las once de la mañana. Como Kenny iba mucho por la estación se sabía los horarios de memoria, incluso las paradas entre Schuyler Falls y Nueva York.
Eric y él se habían escapado del colegio durante el recreo para ir a buscarla, rezando para llegar a tiempo. Y rezando para que sus padres no los castigasen.
Cuando llegaban, oyeron una voz por megafonía:
– Señoras y señores pasajeros con billete para Nueva York, con parada en Saratoga, Schenectady, Albany, Hudson, Poughkeepsie y Yonkers, pueden subir al tren.