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– Tomad -dijo dándoles una taza a cada uno de ellos-. Este café os reanimara.

Después de cenar Sharafidin se entrego a sus oraciones nocturnas. Cuando acabo, Susan se acercó a Rudy y los dos se fueron a donde estaba el muchacho con el propósito de hablar con el. En un momento dado Sharafidin hurgó en un fardo, saco el objeto que había despertado la curiosidad de ellos la noche anterior y se lo entrego a Susan, que lo examino con delicadeza antes de devolvérselo. Le dijo unas palabras que Rudy tradujo.

Matt estaba sentado en una roca en el borde de la altiplanicie; los músculos le dolían pero era un dolor agradable.

Iluminada por los rayos anaranjados de la puesta del sol, contemplaba la línea de árboles que se veía bajo las pendientes zigzagueantes y que desaparecía en los valles, a ambos lados. Se había formado una niebla -la niebla del atardecer que parecía vapor. La tierra se extendía hasta el infinito.

Susan fue a sentarse a su lado, cosa que alegro a Matt. La vista era tan sublime que necesitaba compañía. Se quedaron en silencio hasta que finalmente Matt se volvió hacia ella.

– He visto como observabas el talismán de Sharafidin. ¿Que es?

– Un Coran en miniatura. Dice que lo usaron en la batalla de Omdurman, contra Kitchener. Ganaron el paraíso gracias a su propietario. Esta muy gastado; me imagino que por el uso.

– ¿Te dijo que propiedades tenia?

– No hizo falta que me lo dijera. Le protege. Le pone en contacto con Ala y los espíritus de la montaña.

– ¿No tendrá otros por casualidad?

Cuando Susan tomo de nuevo la palabra, el tono de voz era serio. Le dijo lo que Rudy le había comentado sobre el anterior viaje de Van.

– ¿Con quien vino y por que?

– ¿Y por que lo mantiene en secreto? -añadió Matt.

No podían hacer gran cosa; si se lo preguntaban a Van sin rodeos, lo negaría. Además su misión era encontrar el campamento de Kellicut. Por todo ello decidieron observar a Van con atención para ver si conseguían aclarar la verdad; no contar con ningún plan mejor los dejo muy insatisfechos.

Mientras oscurecía, contemplaban absortos el valle.

– Aparte de esto, hay otra cosa que me inquieta- dijo Susan – Cuanto mas tiempo llevo aquí, mas me inclino a creer que el hombre de Neandertal existe. Kellicut lo cree y Van también. Mientras atravesábamos el bosque, no podía dejar de pensar en el cráneo. Era autentico.

– Y si fuera autentico, tal vez todas esas historias que cuentan en las aldeas con el fin de hacer mas cortas las inacabables noches de invierno sean ciertas.

– Tal vez -respondió Matt.

– Y aquí estamos, con la esperanza de encontrar a uno. O a dos. O a veinte. ¿Pero que haremos si son peligrosos?

¿Acercarnos a ellos tranquilamente y estrecharles la mano?

– Quizá podamos observarlos sin ser vistos -comento Matt.

– Si, quizá si. O quizá no.

– No olvides que son ellos quienes se han refugiado aquí, huyendo del mundo -dijo Matt-. Estoy seguro de que nos tienen mas miedo del que nosotros podamos tenerles a ellos.

– Habla por ti -manifestó Susan-. Otra cosa. Se que son solo imaginaciones mías, pero cuando andábamos por el bosque no pude dejar de pensar que nos estaban mirando.

¿Empecé a decirme: y si están ahí escondidos? Y acabe por creerlo. Casi sentía que tenían los ojos puestos en mi. ¿Tu lo has notado?

– No.

– Pues yo si. No me lo creía del todo, pero me convencía a mi misma de que era verdad.

Matt echó una mirada a las colinas que había a sus pies y que ahora estaban prácticamente a oscuras.

– No olvides que la altitud produce efectos extraños, y ahora tal vez estamos a unos cuatro mil metros.

– ¿Como cuales? -preguntó Susan sarcásticamente-. ¿Alucinaciones? ¿Paranoia?

– Lo digo muy en serio. Hiperventilación, insomnio, ansiedad, una sensación de pánico incontrolable, agua en los pulmones…

– Fantástico. Ahora me encuentro mucho mejor.

– No quiero decir que vayas a volverte loca. Solo que las cosas que normalmente inspiran temor aquí parecen mucho peores de lo que son. No debes preocuparte excesivamente.

– Lo recordare cuando este cocinando y haya alguien a punto de hacer un steak tartare con mi cerebro.

Matt sonrió. Su combinación de total confianza en si misma y de absoluta vulnerabilidad era, en parte, lo que le había atraído de ella en el pasado.

– He de decir que no has cambiado mucho -manifestó con sincero afecto.

– ¿Y esto es una suerte o una desgracia?

– Una suerte.

Susan meneo la cabeza imperceptiblemente, molesta por su audacia. Había pasado tantos años de su vida desahogando la ira que le inspiraba Matt, una ira pura y anticuada, que ahora ya se había convertido en una rutina y ni siquiera estaba muy segura de seguir sintiéndola.

Traición: este termino resumía los engaños y las faltas que había cometido Matt, su pecado. Al repetirse la palabra una y otra vez, durante años, como si fuera un mantra, podía reducir la relación a su esencia. Era innegable que la había traicionado con su mejor amiga. Ella no tenia ni idea de lo que estaba ocurriendo, no supo nada de nada hasta el final.

Cuando se enteró de que Matt la engañaba con Anne sintió una gran vergüenza y no fue capaz de perdonar su comportamiento. Matt la conocía muy bien y sabia lo humillada que debió de sentirse ante los demás. Mas tarde, Susan empezó a considerarlo un ser despreciable, que necesitaba recurrir a mentirijillas. Fue entonces cuando dejo de quererlo y cuando el respeto que sentía por el se desvaneció.

A decir verdad, ella también había tenido un lío, que mantenía en secreto. Pero Susan consideraba que había una diferencia, porque, aunque no conscientemente, sabia que Matt la engañaba -es imposible estar conviviendo con alguien, tener relaciones intimas, y no darte cuenta de una cosa así-, de modo que lo único que hacia ella era protegerse poniéndose a su niveclass="underline" las transgresiones se equiparaban de ese modo. Reconocía que estaba racionalizando su propia traición, pero eso no disminuya su convencimiento de que la suya no era un frívolo pasatiempo. Respondía a una necesidad, a una realidad, porque había quedado demostrado que ella no le llenaba. Era una autodefensa.

– Vámonos ya-dijo Susan.

A la mañana siguiente se levantaron temprano y emprendieron el ascenso de la montaña en silencio; les dolían las piernas y tenían los pies hinchados. No podían dar ni un paso sin sentir dolor. Avanzaban como zombis y, al atardecer, a causa de la monotonía de la marcha, perdieron la noción del tiempo.

No obstante, Sharafidin seguía subiendo sin ningún esfuerzo, se deslizaba de un lugar a otro como un cometa, en busca de un sitio firme en el que apoyar los pies. Sus piernas delgadas subían y subían, moviéndose sin cesar.

A aquella altura ya no había prácticamente hierba; se encontraron en un paisaje desolado en el que solo había tierra, piedras, rocas y laderas cubiertas de guijarros. A medía tarde llegaron a un puerto situado entre dos cimas. La nivelación del terreno hizo que la marcha fuera menos ardua. Desde allí se veía el valle, que estaba a unos ochenta kilómetros.

Repararon en una zona umbría debajo de un saliente de roca. Cuando se acercaron mas, oyeron un murmullo; la tierra temblaba. Detrás de una piedra, oculto en la sombra, había un agujero. Abajo, a un metro, fluía un río subterráneo.

Matt metió el brazo por el agujero y toco el agua helada.

Lleno la cantimplora, la subió y se la paso a los demás.

– Podríamos hacer un alto y comer aquí-propuso Susan.

Rudy le dijo algo a Sharafidin; este respondió en un tono de voz crispado y bajando la vista, cosa que a Matt le llamó la atención.

– ¿Que ocurre?

– Le he preguntado donde estábamos y me ha dicho…exactamente lo que me ha dicho es: ‹‹Hemos llegado al lugar al que las personas no se acercan››.