Выбрать главу

Se quitó las botas, se sacudió los pies, se tumbo en el catre, doblo los brazos, apoyó la cabeza en las maños entrelazadas y miro el luminoso techó de lona de la tienda, recubierto de un material protector, que el airecillo del ventilador movía letárgicamente. Una sombra se deslizo de pronto por el.

– ¿Duermes?

En el tono de voz de Nicole se detectaba alegría, deseo y también burla, aunque ligera.

– No. En realidad solamente me he echado a dormir una siesta.

– Solo es la una.

Matt se sentó.

– Ya sabes que estoy hecho un anciano…

Nicole sonrió y meneo la cabeza exasperada. No soportaba que el hiciera referencia a su edad. Era una manera mas, de las múltiples a las que el recurría, de interponer una distancia insalvable entre ellos dos. Se quito la badana que llevaba atada a la cabeza y se dejo el pelo suelto, que le cayo hacia atrás. El aire del ventilador le movía la parte de la cabellera color nogal, larga y llena de polvo, que se le veía por encima de los hombros.

– Has visto el coche -dijo Nicole.

Más que una pregunta era una afirmación.

– Si.

– ¿Quien puede ser?

– No lo se. No esperamos correo hasta dentro de dos semanas.

– Podría ser algo importante. Tal vez una pieza para tu ordenador.

– Un manual de instrucciones, seguramente.

Matt tenía el ordenador en un rincón y nunca lo usaba.

Era incapaz de manejarlo -como a el le gustaba decir, era un hombre del pasado, no del futuro-y su ineptitud era objeto de bromas entre sus alumnos.

– Tal vez sea un mensaje de la universidad.

Quizás van a financiar la excavación seis meses más.

– Cuando dan dinero, no mandan a nadie que tenga que recorrer medio mundo para entregarlo. Lo anuncian por la noche… en una sala vacía.

Nicole se rió. El se levantó y estiro los brazos.

– Bueno -comento-, sea quien sea, llega tarde para el almuerzo.

Matt se fue hacia la puerta.

– Solo espero que no sean malas noticias -dijo Nicole-. Me encanta estar aquí. He encontrado el trabajo de mi vida.

Matt sonrió.

– Tiene momentos especiales -afirmo.

Después, con una inclinación de cabeza, le señalo con la mano la puerta de la tienda de campana: una invitación a que se marchase. Ella le dirigió una mirada ardiente y cuando estuvo a su lado le pasó despacio el índice por el vientre, arrugándole la camisa y acariciándole la piel debajo del ombligo. Sin quererlo, Matt sintió que se excitaba.

¿Por que no dormía con ella? No es que no sintiera deseo; eso, gracias a Dios, no lo había abandonado.

Recordó la noche que Nicole tomo la iniciativa. Ella había entrado a hurtadillas en su tienda y se la encontró esperándolo en su catre. Bajo el pabellón de la mosquitera, que la cubría como una bata transparente, vio que estaba desnuda. A Matt le acometió una mezcla de deseo y de miedo. Se acercó a la caja en la que guardaba sus pertrechos, cogió una botella de un quinto de galón de whisky y se sentó en una canasta que había cerca de la cama. Estuvieron bebiendo los dos, pasándose la botella el uno al otro.

Ella se sentó, cubriéndose el pechó con una manta, pero una o dos veces, cuando se inclino para ir a cogerle la botella, no la sujeto y el vio sus senos, pequeños y firmes.

¿Cuanto tiempo hacia que habían hecho el amor. Tres meses?

Bebieron como dos buenos amigos hasta que terminaron la botella. El salio tambaleándose a pasear bajo las estrellas y, cuando regreso una hora mas tarde, ella ya no estaba. Durante los días siguientes estuvo furiosa.

Luego, sin saber como, su furia desapareció y empezó a comportarse como si tuviera ciertos derechos sobre el. En las comidas se sentaba a su lado, lo miraba y, si el contaba chistes o bromeaba, ella le sonreía como les sonríen las mujeres a sus maridos.

En un par de ocasiones ella se las ingenio para quedarse a solas con el y así poder hablar. El se apercibió, pero fingió no darse cuenta de nada y desvió la conversación tomándole el pelo de tal modo que resulto casi cruel. Se sentía vil, pero aquello -el romance al calor de la hoguera del campamento entre la estudiante recién graduada y el profesor encallecido por los safaris parecía tan tópico y le producía tanto hastío como los hallazgos casuales de huesecitos en las excavaciones. No quería pasar por las inevitables declaraciones, confesiones y recriminaciones. Tal vez este haciéndome viejo, se dijo, pero me apetece consagrarme a la abstinencia del mismo modo que en el pasado solía deleitarme en el desenfreno.

De pronto, a los treinta y ocho años, Matt había tomado conciencia del tiempo. No se perdonaba haber caído en la hipocresía de los romances; los juegos, el esfuerzo por mantener el misterio, la rutina propia de todos los amoríos, que el había ido perfeccionando a lo largo de los años, le parecían ahora tan insípidos como el parloteo vacuo de los políticos. Solamente una vez fue capaz de despojarse de todo este fingimiento, y lo había estropeado todo. Pero de eso hacia muchos años.

Se sentía inquieto e insatisfecho; sus emociones y sus sentimientos estaban gastados. Se decía que anhelaba la soledad, que para el era un autentico tesoro, lo cual era cierto, pero también era cierto y era lo bastante honrado para reconocerlo en sus noches de insomnio-que se sentía solo.

Con todo, la situación que se había creado entre Nicole y el era inestable. Tendría que actuar de manera que le hiciera ver que comprendía sus sentimientos porque de lo contrario explotaría, y eso echaría a perder la expedición. Siempre le había sorprendido lo importante que es, para que una excavación sea un éxito, que haya un espíritu de grupo y que este se sienta cohesionado.

Matt salio de la tienda y se quedó mirando la cuenca del valle. El coche estaba cada vez mas cerca. El polvo que levantaba parecía una explosión; luego iba cayendo suavemente, como caen las plumas.

– Lo que más me gusta de este lugar es que nadie puede atacarte por sorpresa-dijo.

– Y así tienes tiempo de levantar fortificaciones con el fin de defenderte.

Nicole se volvió y le lanzo una mirada significativa, como recalcando el doble sentido de sus palabras. Cuando iba andando por el sendero, Matt, que iba detrás de ella, tenía la vista clavada en sus pantalones cortos deshilachados.

Los hilos que colgaban parecían flequillos emblanquecidos sobre la piel desnuda de sus muslos; Nicole andaba despacio y marcaba el paso, lo que le permitió a Matt ver el contorno de las bragas y observar el balanceo de sus nalgas.

Como siempre que hablaba en público, la doctora Susan Arnot estaba excitada, aunque solo fuera, como en esta ocasión, ante unos estudiantes universitarios de antropología de primer curso. Cuando alguien da una conferencia se convierte en el centro de atención y todos los ojos están puestos en el. Tenia que admitir que también le gustaba el hecho de sentir que dominaba la situación. ¿En eso consistía la de magia?

El curso de Susan Arnot sobre el hombre prehistórico era uno de los más populares de la Universidad de Wisconsin, aunque Susan era famosa por ser una profesora exigente a la hora de corregir los exámenes. Inscribirse en un curso que impartía una persona celebre en su especialidad y cuyas teorías, además, al poner en solfa las ideas establecidas, generaban polémica representaba una emoción añadida.

Y por supuesto estaba también su fama, entre alumnos y profesores, de ‹‹símbolo sexual››. Tenía un biotipo esplendido, unas piernas bastante largas y un estilo de vestir juvenil; a veces, los días que no iba a la universidad, se ponía unos tejanos, una chaqueta de cuero negra e iba en moto, con el pelo largo, negro y brillante remetido en un casco de color cereza. Cuando entraba en un aula o en una sala se producía una conmoción invisible, como si las moléculas se calentaran.