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– Muy bien.

Van terminó de comer en silencio y sin prisas y se levantó, lamiéndose los dedos pringados de grasa. Matt lo llevo a la tienda, y en cuanto estuvieron dentro Van le tendió un sobre alargado de color marrón sin decir ni una palabra.

Matt lo abrió y el otro asomo la cabeza por la puerta de lona y encendió un pitillo.

– No puedo contestarle ninguna pregunta. Me gustaría poder hacerlo pero, si he de serle sincero, no tengo muchas respuestas.

El membrete era discreto; parecía de una institución importante:

Instituto de Investigación Prehistórica, l 290 Brandywine Lane, Bethesda, MD. og763.

Estimado doctor Mattison:

Estoy absolutamente convencido de que esta carta le llegara en el momento más inoportuno, y le pido disculpas de antemano por esta desafortunada coincidencia. Le aseguro que si no se tratara de un asunto de extrema urgencia, nada me empujaría a contactar con usted en estos instantes y a hacerle una petición que, no me cabe ninguna duda, su magnanimidad no le permitirá desestimar.

Como tal vez sepa, hemos contratado los servicios del doctor Jerome Kellicut, a quien creo que usted conoce muy bien y quien me ha hablado de usted en términos muy favorables. Por esta razón creemos que podemos confiar en usted. El doctor Kellicut se encuentra desde hace un tiempo en Tadzhikistan llevando a cabo un emocionante proyecto que nosotros patrocinamos y que es de suma importancia para la comunidad científica, y para la paleontología y la investigación prehistórica en particular. No hemos tenido noticias de el desde hace varios meses, aparte de un mensaje que le mando a usted a través de nosotros y que nosotros tenemos bajo custodia para usted. En el le hace un requerimiento al que estoy convencido de que responderá usted favorablemente en cuanto tenga conocimiento de los hechos.

Me temo que debo añadir que tenemos fundadas razones para creer que la vida del doctor Kellicut esta en peligro.

Por ello le apremio a que, en cuanto reciba esta carta, parta usted sin más dilación y se presente en nuestro centro de Bethesda, en Maryland, en las senas que constan en el membrete. Dando por supuesto que accederá usted a nuestra demanda, le hemos reservado billetes de avión y habitaciones en los hoteles en los que se alojara. Asimismo hemos procedido a hacernos cargo del proyecto que esta dirigiendo usted en este momento.

Por ultimo desearía insistir en lo apremiante de la petición que le dirigimos.

Estoy seguro de que usted comprenderá que la celeridad y la necesidad de mantener en secreto cuanto se le ha comunicado son de vital importancia.

Abajo había garabateada una firma, de trazos afilados, y debajo, escrito a maquina, un nombre y un cargo: Harold Eagleton, director.

Matt estaba atónito. Había pensado con frecuencia en Kellicut, su tutor en Harvard, pero hacia como mínimo cinco años que no lo había visto y… ¿cuanto tiempo?, por lo menos dos años que no sabia nada de el. Nadie había influido tanto en su vida como aquel hombre.

Dirigía el poderoso departamento de arqueología como un príncipe y los estudiantes eran sus súbditos; Vivían con la esperanza de ser elegidos para participar en las excavaciones y tener la oportunidad de incorporarse a la elite. En Cambridge, Kellicut solía ir con ellos de bares, donde bebían hasta altas horas de la noche, y después volvían a su apartamento, donde ponía discos de Fats Waller o de Maria Callás y preparaban huevos revueltos con especias en una sartén de hierro negra que Kellicut no fregaba nunca.

Matt era impresionable -no había conocido a su padre, que murió cuando el tenia dos años-, y Kellicut le transmitía sin tregua revelaciones y pensamientos subversivos, le daba a conocer la poesía de Blake y compositores de los que nunca había oído hablar. Le lanzaba sus conocimientos como si se tratara de proyectiles. ¿Por que me ha elegido a mi?, se preguntaba siempre Matt, que se sentía halagado pero al mismo tiempo indigno. En poco tiempo sucumbió a la fascinación de Kellicut por ‹‹los antiguos››; no los griegos y los romanos, que habían legado sus escritos a la posteridad y era fácil conocerlos, sino los verdaderamente antiguos: los seres prehistóricos en el proceso de formación por convertirse en humanos.

En la segunda excavación en la que participo Matt, hacia ya muchos años, en Combe Grenal, un minúsculo valle por el que fluya el rió Dordogne, en el sur de Francia, exhumaron mas de dos mil fragmentos óseos de neandertales, y también parte de un esqueleto. Una grúa levantó todo el lecho rocoso, que quedó suspendido en el aire balanceándose peligrosamente, mientras Kellicut, moviéndose de un lado a otro como un poseso, soltaba maldiciones y gritaba en un francés chapurrado.

El operario francés que manejaba la grúa la había inclinado de manera que la cuchara estaba a punto de escurrirse del brazo giratorio y de caer en el suelo. De un salto, Kellicut se metió en la cabina y pudo controlar la grúa y depositar la carga en un camión que tenia una plataforma plana. Matt todavía recordaba la imagen: Kellicut cambiando bruscamente las marchas sin dejar de re negar y luego riéndose como un loco. Mas tarde, por la noche, de Dios sabe donde, sacó cuatro botellas de champaña frió y todos acabaron borrachos. Al final, y saltándose como siempre las normas, Kellicut les dio a cada uno de ellos un fragmento de un cráneo de un hombre de Neandertal. Había hecho un agujero en los fragmentos óseos y los había montado en una cadena de plata. Matt la había llevado colgada al cuello durante años.

Después se la quito y se la guardo en el bolsillo de los pantalones, pero siempre la llevo consigo. Incluso ahora, siempre la tenia a mano, como si fuera un talismán.

Si tenía que ser sincero, Matt estaba un poco dolido de que Kellicut hubiera estado todo aquel tiempo sin dar señales de vida. Ahora se hallaba en peligro.

Eso es lo único que estaba claro. ¿Pero que clase de peligro? ¿De que proyecto se trataba y cual era su mensaje? Matt había oído hablar del Instituto de Investigación Prehistórica, un centro nuevo pero bien equipado que trabajaba en especialidades afines, aunque no sabía gran cosa más. ¿En que proyecto andaba metido Kellicut? ¿Como sabia ese tal Eagleton donde se encontraba Matt y en que se basaba para suponer que iría sin pensarlo?

Alzo la vista y miro a Van, que ahora estaba fumando y haciendo esfuerzos por exhalar el humo a través de la lona. -Van, ¿que significa todo esto? ¿Que pasa?

– Lo siento. Como ya le he dicho, no puedo contarle nada. – ¿No puedes o no quieres?

– Créame, si pudiera añadir algo a lo que dice la carta, lo haría. Kellicut ha desaparecido de la excavación que estaba realizando en Tadzhikistan y necesitamos que usted nos ayude a encontrarlo.

– ¿Me entregas esta carta y esperas que lo deje todo y vaya a Maryland?

– Si.

– ¿Por que?

– Porque su vida esta en peligro.

Van bajo la cremallera de la tienda y escupió un enorme salivazo.

– ¿Por que lo dices?

– No es un lugar seguro. En teoría tenia que mantenerse en contacto con nosotros, pero hace meses que no sabemos nada de el. -Van hizo una breve pausa-. Así pues, va a venir. Matt sintió que se le hacia un nudo en la garganta.

– ¿Cuando nos marchamos?

– Yo me voy hoy. Usted puede irse dentro de dos días.

Matt protesto.

– ¿Y que pasa con la excavación? No puedo irme así por las buenas y dejarlos plantados. Estos chicos dependen de mí.

– Eso ya lo hemos tenido en cuenta. Hemos contratado a un tipo de Columbia para que la dirija. Llegara mañana o el jueves como muy tarde.

– Al parecer pensáis en todo -dijo Matt.

– Pero este caso no podemos resolverlo solos, por eso lo necesitamos a usted.