Mas tarde, aquella noche, mientras Susan yacía despierta escuchando la firme respiración de Matt y contemplando las estrellas, oyó el rumor de pasos que se perdían en el bosque y después el ruido de alguien vomitando. Que poco natural es tragarse los tendones de otro animal engullir carne y sentir el sangriento jugo goteando garganta abajo, reflexiono. Sabía que los homínidos habían cruzado el Rubicón y que ocurriera lo que ocurriese, la vida nunca volvería a ser igual en el valle.
A la mañana siguiente, Matt despellejo el ibex. Lo tendió de espaldas y mientras Susan y Dienteslargos le sujetaban las patas en alto, uso su navaja para practicar una incisión a la largo del blanco pelaje de su bajo vientre. Después cogió una gran piedra, redondeada por un extremo y afilada por el borde exterior, y la uso como si fuera una cuchilla de carnicero, cortando junto a la cara interna de la piel a medida que la separaba de las vísceras. Utilizo piedras afiladas para partir pedazos de carne y seccionar los ligamentos que anclaban los músculos al hueso. Cada pocos minutos se detenía para volver a afilar sus herramientas golpeándolas contra otra roca a fin de eliminar las pequeñas esquirlas de los bordes. Algo llamo su atención y se detuvo; allí, junto a la cana de un hueso, vio los minúsculos cortes que acababa de hacer. Había visto centenares de huesos con marcas parecidas y era presa de una gran excitación cuando los encontraba en yacimientos arqueológicos de principios de la Edad de Piedra.
Se prepararon para trasladarse a otro campamento. Hoy aprenderían a colocar una trampa, decidió Matt, primero de lazo y mas tarde quizá de foso, con estacas afiladas en el fondo. Solo necesitaban medía docena de pieles, suficientes para que un grupo pudiera entrar en la caverna sin ser identificado al instante como intrusos. Los homínidos ayudaron a levantar el campamento. Levítico y Chicharrón utilizaron la piel para envolver grandes trozos de carne y la colgaron de una rama que transportaban sobre el hombro. Justo cuando abandonaban el claro, Lanzarote se volvió y se arrodillo junto al ibex destripado. Cogió la piedra que Matt había utilizado como cuchilla y aplasto con ella la parte superior del cráneo.
Repitió el movimiento tres o cuatro veces; Matt y Susan se quedaron petrificados hasta que le vieron arrancar los hermosos cuernos curvos y sujetárselos a la espalda: un trofeo.
Susan siempre sabia cuando Levítico estaba viendo a través de ella. La sensación se presentaba a menudo durante la expedición de caza, en especial cuando estaban separados, uno cerca de la cabecera de la columna y el otro en la retaguardia. Susan llego incluso a contar con aquella sensación familiar de llenarse por dentro, que a veces duraba solo un minuto o dos; es una manera de saludar, de informar de su llegada, pensó. No podía estar segura de que Levítico fuera el origen, pero si estaba convencida de que era el por como se sentía cuando ocurría: no violada o invalida, sino abrigada y protegida.
Se preguntó si los homínidos podían identificar a los miembros de la tribu que entraban y salían de su campo perceptivo. A todas luces, su facultad especial era mas compleja de lo que ella y Matt habían supuesto en un principio.
Quizás implicaba una comunicación en dos sentidos y tal vez comportaba mucho mas que ver a través de los ojos de otro, algo mas próximo a la percepción extrasensorial. Quizá se reducía a crudas imágenes telepáticas solo cuando cruzaba la barrera de las especies.
Lo cual explicaría muchas cosas: por ejemplo por que los homínidos nunca habían desarrollado un lenguaje. Frente a este hecho, el lenguaje parecía un medio de comunicación mejor porque transmitía conceptos abstractos y podía escribirse, permitiendo que se acumulara un acervo de conocimientos. Pero si los homínidos podían hacer algo mas que enviarse imágenes unos a otros, si podían sentir y pensar realmente lo que otro sentía o pensaba, no habría necesidad de un lenguaje porque su comunicación seria completa. El, lenguaje, el habla, solo era la pálida sombra de un discurso tan sublime y perfecto que equivalía a intercambiar posiciones. En este caso no era la capacidad de comunicar lo que había convertido al Homo sapiens en el máximo logro de la naturaleza, era la incapacidad de comunicarse.
Susan se enorgullecía de llamarse empirista, pero también estaba dispuesta a postular lo no comprobado, por lo que no descartaba la posibilidad de que en su estado primigenio los seres humanos quizá poseyeran una facultad similar pero la perdieron o la abandonaron. Tal vez, especulo, aun tenemos una capacidad atávica de percepción extrasensorial, razón por la cual tantas personas se empeñan en demostrar su existencia. Además, quizás al verse expuesto a ello despierte de nuevo, del mismo modo que un niño expuesto al lenguaje aprende a hablar. A menos, pensó, que a estas alturas se haya consumido demasiada parte de nuestro cerebro al servicio de las meras palabras.
Encontró a Levítico, no supo si por casualidad o no, en un prado bajo un sol de justicia. Se acercó a el y se detuvo a medio metro de distancia, mirando fijamente los ojos hundidos en su rostro demasiado ancho. Le apoyó las maños en los hombros desnudos, le obligo suavemente a volverse para que no la mirara y cerró los ojos. Nada. Intento proyectar su mente fuera de su cuerpo. Se levantó la brisa y Susan se acercó mas, abrazándolo desde atrás y aspirando el acre olor del cabello y el sudor seco de la nuca de Levítico. Inclino la cabeza y miro por encima del hombro la ondulante hierba dorada del prado y los árboles que se alzaban mas allá; después cerró los ojos de nuevo y se concentro, pero el prado y los árboles no reaparecieron. Cuando sintió que se rellenaba, lo soltó.
– No -dijo en voz alta sabiendo que el no lo entendería, pero diciéndolo igualmente-. No. Yo quiero hacerlo.
Pero la calida sensación familiar continuo.
Su regreso al poblado no provoco ningún revuelo, aunque volvían con armas, cuchillos de piedra y pieles. Recordando vividamente lo que había ocurrido cuando trajo un solo pez muerto, Matt se sorprendió hasta que cayo en la cuenta de que naturalmente los habitantes del poblado fueron conscientes de lo que hacían los cazadores a cada paso del camino.
Kellicut era otra cuestión. Los esperaba en la cueva del fuego y estaba furioso.
– ¿No entendéis nada? ¿No habéis aprendido nada en todos estos años?
Matt no se arredro.
– Se lo que vas a decir -dijo-, pero sabemos lo que hacemos.
– ¡Y una mierda! ¡Enseñarles a cazar! Se supone que sois simples observadores, ¿lo entiendes? Es la primera ley de las ciencias sociales. Sois observadores y nada mas. No debéis interferir. No debéis enseñar nada, no debéis cambiar nada.
No debéis enseñar. ¿Lo entiendes?
– Esto es diferente.
– ¿En que es diferente?
– La vida de un hombre esta en juego.
– ¡La vida de un hombre! Ni siquiera sabes quien es en realidad ese hombre.
– Esa es otra razón para ir. Tenemos que averiguarlo.
– ¿Y que es la vida de un hombre comparada con todo esto? -Kellicut describió un amplio circulo con el brazo, abarcando el poblado, los árboles y el valle entero-. Toda una especie que ha sobrevivido mas tiempo que nosotros.