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– Tal vez sea mejor que no mires -dijo Matt a Sergei, pero por el jadeo contenido de Sergei, un momento mas tarde, supo que no había hecho caso de su consejo.

Ojo Oscuro recupero la concha de las llamas y vertió el aceite hirviendo sobre el pechó y las piernas de Kellicut.

Después el cadáver fue envuelto en gruesas hojas de enredadera y atado como un fardo, y mientras los músicos aceleraban su redoble, los sepultureros se materializaron para llevárselo. Lo depositaron sobre un féretro de nuevo diseño, que se apoyaba en troncos burdamente desbastados con un hacha para que sirvieran de ruedas.

Cuando se marcharon, Ojo Oscuro regreso a su choza llevando su bolsa en bandolera, dispuesto a añadir los ojos de Kellicut a los de otros miembros de la tribu que le habían precedido.

– De acuerdo -dijo Sergei-. Ya he tenido suficiente paciencia.

Contádmelo todo. ¿Como pusiste en marcha el aparato?

Acababan de terminar su almuerzo, el ultimo en el valle, y se relajaban antes de emprender el largo camino. Matt estaba tumbado con la cabeza apoyada en los brazos, mirando al cielo, y Susan estaba extendida no muy lejos, con las piernas estiradas y el torso recostado sobre los codos.

– No hay mucho que contar -empezó a decir ella-. ¿Has oído hablar del enigma de Khodzant? -Sergei negó con la cabeza-. Es un pictograma. Fue hallado no muy lejos de aquí en algún momento del siglo pasado. Faltaba una parte, de modo que nadie pudo descifrar su significado. No tenían el original, por lo que ni siquiera conocían su antigüedad. De haberlo sabido, no lo habrían creído. Habría sido como encontrar la tabla de piedra de los mandamientos.

– La primera vez que estuvimos en la caverna, cuando escapábamos de esas criaturas, lo vimos pintado en una de las paredes. Solo que, naturalmente, estaba completo. Mas tarde volví allí para estudiarlo. Representaba una batalla, o mejor dicho, una serie de batallas entre dos enemigos implacables. En un bando estaba el Homo sapiens, nosotros. En el otro, el Homo neanderthalensis. En algún momento, ambos bandos se reunieron para celebrar una conferencia de paz.

Arrojaron las armas a un lado, pero por el camino, el Homo sapiens cavo trampas para sorprender a los neandertales, y funcionaron. Son los vencedores, aunque no en un combate justo. Ganaron la batalla gracias a la astucia. ¿Me sigues hasta ahora?

– ¿Pretendes decir que hubo una única batalla y que un solo truco acabo con todos los neandertales?

– No, en absoluto. Probablemente hubo una tanda de batallas interminable. Tal vez se prolongaron a lo largo de muchos años, décadas, quizás incluso siglos. Pero el resultado era normalmente el mismo: ganaba el Homo sapiens. En otras palabras, el enigma no es una simple narración sobre el pasado, es una metáfora visual, una explicación de la destrucción, o casi destrucción, de una especie entera. Pretende ser la encarnación de una lección histórica. Enseña algo. Advierte a las minúsculas bandas testimoniales que sobreviven a través de las edades: No lo olvidéis. Hay algo que debéis saber sobre el Homo sapiens.

– A saber…

– Que es un embustero, que engaña, que miente y, por lo tanto, que siempre gana.

– Y si pretendéis sobrevivir -intervino Matt-, debéis aprender de el. Debéis pareceros a el.

– La pregunta que siempre se ha formulado -dijo Susan-, y que ha intrigado a arqueólogos, a paleontólogos y a todo el mundo en general desde el momento en que se encontró el primer cráneo de aspecto humano en el valle de Neander, hace un siglo y medio, y fue identificado como perteneciente a otra especie, era: ¿por que yo y no el? ¿Por que sobrevivimos nosotros mientras que el se extinguió? Era tan listo como nosotros, mas fuerte y probablemente mas numeroso, al menos mas de un millón. Sobrevivió a los horrores de la glaciación que asolo Europa y Asia y existía desde hacia unos doscientos mil años. ¿Que ocurrió? ¿Que rasgo vital le faltaba?

– ¿Y cual era?

– El engaño. La capacidad de engañar. Nada mas y nada menos.

– Y es un rasgo que puede aprenderse, o de lo contrario no se habrían molestado en enseñarlo -dijo Matt-. Pero no es fácil transmitirlo. Deberías haber visto cuanto tarde en enseñarles que era mas fácil atrapar a un animal tendiéndole una emboscada que interponiéndose en su camino y matarlo de una lanzada.

– ¿Como se te ocurrió el plan?

– Simplemente, me vino a la cabeza-dijo Matt-. Cuando Susan fue capturada comprendí que tenia que idear una estrategia. La superioridad numérica y la fuerza bruta estaban de parte de las criaturas, por lo que necesitaba un ardid. Necesitaba el engaño para nivelar las fuerzas. Tuve la sensación de que eso era lo que se escondía en el corazón del enigma, aquel era su mensaje secreto.

– ¿Fue una sensación? -preguntó Susan con una sonrisa.

– Si. Simplemente me vino a la cabeza. Fue una inspiración.

Susan sonrió de nuevo.

– De acuerdo -dijo Sergei-. Así que decides que puedes engañarlos para salvar a Susan. ¿Como se te ocurrió lo del caballo de Troya?

– Es la treta mas vieja del mundo. Es tan perfecta que se ha convertido en el episodio favorito de la historia de Grecia de todos los niños. Al ver su deidad supe que no podrían resistir el impulso de poseerlo. Si lograba construir una replica lo bastante aproximada al original, lo entrarían en la caverna.

– ¿Y por que no enviaste guerreros en su interior?

– Esa es la parte engañosa… en mas de un sentido. Mi estrategia dependía en definitiva de que Quiuac consiguiera adivinarla, al menos en parte. Empecé por la importancia del enigma. ¿Por que era tan esencial preservarlo? Por la lección que enseñaba: engaño. Si las criaturas están tan decididas a desconfiar del engaño, supuse que lo descubrirían. Prepara una trampa que puedan evitar. Déjales que la desactiven y entonces prepara una trampa dentro de la trampa. Se trata simplemente de subir el engaño al nivel siguiente.

– Esta claro -dijo Sergei.

– Es el tipo de cosas que los seres humanos hacemos de una forma instintiva. En eso consiste el ajedrez o la carrera armamentística. Falsificación y contra falsificación. Niveles de fingimiento y tergiversación elevándose hasta el cielo.

Los psicólogos lo llaman ocultación táctica.

– Como los experimentos con chimpancés -añadió Susan-. Un chimpancé puede aprender a engañar a un nivel.

Por ejemplo a esconder plátanos de un chimpancé mas fuerte en una caja y fingir que no están. El segundo chimpancé puede aprender a engañar al segundo nivel, fingiendo que no pasa nada y espiando al primer chimpancé hasta que abre la caja. Pero los chimpancés nunca han sido capaces de alcanzar un tercer nivel de engaño: imaginarse que están siendo espiados y abrir una caja distinta.

– Es cierto -dijo Matt-. Supuse que Quiuac no alcanzaría el nivel superior. Había aprendido la lección de la mendacidad humana porque eso era lo que le había ensenado el enigma, pero no tenia ni idea de las profundidades de esa mendacidad.

– ¿Pero como le indujiste a creer que había guerreros en el interior?

– En primer lugar porque estaba predispuesto a creerlo. Y en segundo lugar porque evidentemente lo detectaría con su poder especial. Por eso te pedí que construyeras el escondí te y por eso dejamos a los homínidos dentro, para que Quiuac los sondeara y viera lo que ellos veían: cuerpos en penumbra con rendijas de luz filtrándose entre las ramas.

– ¿Y que hay de los ruidos del ídolo?

– El toque final. Grabe una cinta para el aparato de Susan con mi propia grabadora. Deje la primera medía hora en blanco. Después inserte ruidos de alarma que había grabado de los homínidos semanas atrás. Y como medida adicional añadí las canciones de uno de nuestros músicos mas distinguidos. -Sonrió a Susan, quien le devolvió la sonrisa-. El resto fue fácil, prepararlo para que se pusiera en marcha.