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– Si este tipo de mierda se vendiera en la calle, nos quedaríamos sin trabajo -dijo Case.

– Eso es lo que piensas. Espera a que estés guiando esa cosa, escaleras arriba, a través de hielo negro.

– Seguro.

Algo pequeño y decididamente no geométrico acababa de aparecer en el otro extremo de uno de los arcos de color esmeralda.

– Dixie…

– Sí. Lo veo. No sé si lo puedo creer.

Un punto marrón, un insecto opaco contra la pared de los núcleos de la T-A. Empezó a avanzar, cruzando el puente construido por el Kuang Grado Mark Once, y Case vio que caminaba. Mientras iba acercándose, la sección verde del arco se extendía y la imagen policroma del virus retrocedía, pocos pasos por delante de los rajados zapatos negros.

– Tengo que reconocerlo, jefe -dijo el Flatline, cuando la figura baja y arrugada del finlandés pareció estar de pie a pocos metros de ellos-. Nunca vi nada tan gracioso, cuando estaba vivo. -Pero la no-risa fantasmagórica no se oyó esta vez.

– Nunca lo había hecho antes -dijo el finlandés, mostrando los dientes, las manos metidas en los bolsillos de la gastada chaqueta.

– Tú mataste a Armitage -dijo Case.

– Corto. Sí. Armitage ya no existía. Lo tuve que hacer.

Lo sé, lo sé, quieres conseguir la enzima. De acuerdo. No te preocupes. Fui yo ante todo quien se la dio a Armitage. Quiero decir, le dije que era lo que tenía que usar. Pero quizá sea mejor que dejemos así las cosas. Tienes tiempo. Yo te la daré. Sólo un par de horas, ¿correcto?

Case miró el humo azul que se arremolinaba en el ciberespacio cuando el finlandés encendió un Partagás.

– Vosotros -dijo el finlandés- sois una verdadera molestia. El amigo Flatline… Si la gente fuera como él, todo sería muy simple. No es más que una estructura, un puñado de ROM; por eso siempre hace lo que yo espero que haga. Mis proyecciones indicaron que no era muy probable que Molly se metiera en la gran escena final de Ashpooclass="underline" ahí tienes ama muestra. -Suspiró.

– ¿Por qué se suicidó? -preguntó Case.

– ¿Por qué se suicida alguien? -La figura se encogió de hombros.- Supongo que yo sé por qué, si es que alguien lo sabe, pero tardaría doce horas en explicar los diversos factores de la historia y cómo se encadenan unos con otros. Hacía tiempo que estaba listo para matarse, pero siempre volvía al congelador. Jesús, era un aburrido viejo de mierda. -La cara del finlandés se arrugó, contrariada.- Todo está relacionado con los motivos por los que mató a su mujer, principalmente, si quieres que te dé la razón más concisa. Pero lo decisivo fue que la pequeña 3Jane descubrió cómo manipular el programa que controlaba el sistema criogénico de Ashpool. Así que, en realidad, fue ella quien lo mató. Aunque él pensó que se había suicidado, y tu amiga, el ángel vengador, lo liquidó llenándole el ojo de jugo de marisco. -El finlandés arrojó la colilla del Partagás en el vacío de la matriz.- Bueno, de hecho, supongo que le di a 3Jane alguna idea, le pasé algún conocimiento, ¿sabes?

– Wintermute -dijo Case, escogiendo las palabras con cuidado – Me dijiste que eras tan sólo una parte de otra cosa. Más tarde dijiste que dejarías de existir, si la operación tiene éxito y Molly dice la palabra justa en el momento justo.

El finlandés asintió, moviendo el cráneo aerodinámico. -Entonces, ¿con quién vamos a entendemos cuando eso pase? Si Armitage está muerto, y tú ya no existirás, ¿quién será el que me diga cómo sacarme esos saquitos de toxina? ¿Quién va a sacar a Molly de ahí dentro? Quiero decir, ¿dónde, precisamente dónde, vamos a estar todos nosotros, si te liberamos del sistema de cables?

El finlandés sacó del bolsillo un palillo de dientes y lo observó con una mirada crítica, como un cirujano que examina un bisturí. -Buena pregunta -dijo, por fin-. ¿Sabes algo acerca de los salmones? ¿Unos peces? Estos peces, verás, están obligados a nadar contra la corriente. ¿Me entiendes?

– No -dijo Case.

– Bueno, yo tengo esa compulsión. Y no sé por qué. Si yo te hiciera participar de mis propios pensamientos, llamémosles especulaciones, sobre el tema, tardaría un par de vuestras vidas. Porque he pensado mucho acerca del asunto. Y sencillamente no lo sé. Pero cuando todo haya terminado, si lo hacemos bien, seré parte de algo más grande. Mucho más grande. -El finlandés contempló la matriz que lo rodeaba.- Pero las partes de mi ser que ahora me constituyen, todo eso seguirá aquí. Y tú recibirás tu sueldo.

Case luchó con un enloquecido impulso de arrojarse hacia adelante y apretar con las manos el cuello de la figura, justo encima del maltrecho nudo de la herrumbrosa bufanda. De clavar, profundamente, los pulgares en la laringe del finlandés.

– Bueno, buena suerte -dijo el Irlandés. Se volvió, las manos en los bolsillos, y echó a andar por el arco verde.

– Oye, hijo de puta -dijo el Flatline cuando el finlandés se hubo alejado una docena de pasos. La figura se detuvo y se volvió a medias-. Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con. mi sueldo?

– Ya lo recibirás -dijo el finlandés.

– ¿Qué quiere decir eso? -preguntó Case, mientras miraba cómo se alejaba la espalda estrecha, enfundada en paño.

– Quiero que me borren -dijo la estructura-. Ya te lo conté, ¿lo recuerdas?

Straylight recordaba a Case los centros comerciales, desiertos por las mañanas, que había conocido en la adolescencia, lugares de poca gente donde las horas tempranas traían consigo una quietud vacilante, una especie de expectativa aturdida, una tensión que te hacía mirar a los insectos que se amontonaban alrededor de las enjauladas bombillas de luz encima de las entradas de las tiendas. Lugares de los alrededores, pasando los límites del Ensanche, demasiado lejos de las tentaciones nocturnas y los estremecimientos del núcleo caliente. Tenía como siempre la sensación de estar rodeado por los dormidos habitantes de un mundo despierto que no le interesaba visitar o conocer, de aburridos negocios temporalmente interrumpidos, de futilidades y repeticiones que pronto volverían a despertar.

Ahora Molly se movía con más lentitud, bien porque sabía que se acercaba a la meta, o preocupada por su pierna. El dolor estaba regresando, abriéndose paso ásperamente entre las endorfinas, y él no estaba seguro de lo que eso significaba. No hablaba, mantenía los dientes apretados, y respiraba regularmente. Había pasado junto a muchas cosas que Case no había entendido, pero él ya no sentía curiosidad. Había habido una habitación llena de estantes con libros, un millón de hojas planas de papel amarillento apretadas entre cubiertas de tela o cuero, los anaqueles marcados a intervalos por etiquetas, según un cierto código de letras y cifras; una abarrotada galería, donde Case había mirado, a través de los ojos poco curiosos de Molly, una rajada y polvorienta lámina de vidrio, una cosa que llevaba la leyenda -la mirada de ella había registrado automáticamente la placa de bronce-: «La mariée mise á nu par ses célibataires, mime». Ella había extendido la mano para tocarla, y las uñas artificiales golpearon la doble lámina de Lexan que protegía el vidrio roto. Había habido lo que obviamente era la entrada al recinto criogénico de los Tessier-Ashpool, puertas circulares de cristal negro con bordes de cromo.

No había visto a nadie después de los dos africanos y el vehículo, y para Case, éstos tenían ahora una especie de vida imaginaria, y se deslizaban suavemente por los vestíbulos de Straylight, los cráneos lisos y oscuros, brillando, inclinándose, mientras uno de ellos seguía entonando la cansada cancioncilla. Y nada de esto se parecía a la Villa Straylight que él había esperado, una especie de híbrido entre el castillo de cuento de hadas de Cath y una fantasía infantil, recordada a medias, del recinto sagrado de los Yakuza.

07:02:18.

Una hora y media.

– Case -dijo Molly-, quiero que me hagas un favor. -Con dificultad, se agachó para sentarse sobre una pila de láminas de acero lustrado, protegida cada una por una hoja irregular de plástico transparente. jugó con una rotura en el plástico de la lámina superior, haciendo aparecer las cuchillas del pulgar y el índice. – Mi pierna no está bien, ¿sabes? No supuse que tendría que trepar así, y la endorfina no me quitará el dolor por mucho tiempo. Así que, quizás, sólo quizás, ¿entiendes?, tenga un problema. Es que, si me quedo frita aquí, antes que Riviera -y estiró la pierna, masajeándose el muslo a través del policarbono Moderno y el cuero de París-, quiero que se lo digas. Que le digas que fui yo. ¿De acuerdo? Sólo di que fue Molly. Él sabrá. ¿Correcto? -Miró alrededor: el vestíbulo vacío, las paredes desnudas. Aquí el suelo era de hormigón lunar, y el aire olía a resinas. – Qué mierda. Ni siquiera sé si me estás oyendo.