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A las 12:04:03, todas las pantallas del edificio parpadearon durante dieciocho segundos en una frecuencia que produjo convulsiones en un susceptible segmento de empleados de la Senso /Red. Entonces, algo sólo vagamente parecido a un rostro humano llenó las pantallas, las facciones estiradas sobre asimétricas superficies óseas, como una obscena proyección de Mercator; unos labios azules y húmedos se entreabrieron a medida que la retorcida y alargada mandíbula se movía. Algo, tal vez una mano, una cosa parecida a un rojizo racimo de raíces retorcidas, avanzó vacilante hacia la cámara, se desdibujó y desapareció. Imágenes de contaminación de subliminal fugacidad: gráficos del sistema de aguas del edificio, manos enguantadas que manipulaban retortas, algo que se precipitaba en la oscuridad, el pálido sonido de un golpe en el agua… La pista de audio, con el tono ajustado a casi el doble de la velocidad normal de reproducción, era parte de un noticiario de hacía un mes que exponía la potencial utilidad militar de una sustancia bioquímica conocida como HsG. La HsG rige el factor de crecimiento del esqueleto humano. Una sobredosis exacerbaba ciertas células óseas y aceleraba el crecimiento hasta en un mil por ciento.

A las 12:05:00 el núcleo forrado de espejos del consorcio de la Senso /Red albergaba a casi más de tres mil empleados. Cinco minutos después de medianoche, cuando el mensaje de los Modernos finalizaba con un blanco fulgor en las pantallas, la Pirámide de la Senso /Red emitió un alarido.

Media docena de aerodeslizadores del departamento táctico de la policía de Nueva York, respondiendo a la posibilidad de Azul Nueve en el sistema de ventilación del edificio, convergían hacia la Pirámide de la Senso /Red, desplegando toda una batería de reflectores antimotín. Un helicóptero del grupo de acción rápida del EMBA partió desde Riker.

Case disparó su segundo programa. Un virus cuidadosamente preparado atacó la trama codificada que vigilaba las órdenes de custodia del segundo subsuelo, donde se guardaba el material de investigación de la Senso /Red. -Boston. -La voz de Molly.- Estoy abajo. -Case cambió la conexión y vio la pared ciega del ascensor. Ella estaba desabrochándose los pantalones blancos. Un abultado paquete de color idéntico al de su pálido tobillo estaba sujeto allí con cinta de microporos. Se arrodilló y despegó la cinta. Unas manchas de esmalte rojo salpicaron el policarbono mimético cuando desplegó el traje de Moderno. Se quitó el impermeable rosado, lo arrojó junto a los pantalones blancos y comenzó a ponerse el traje por encima de la camiseta de malla blanca.

12:06:26.

El virus de Case había abierto una ventana en el hielo de órdenes del archivo. Tecleó y se encontró con un infinito espacio azul en el que había esferas de colores codificados, sobre una apretada retícula de neón azul claro.

En el no-espacio de la matriz, el interior de una determinada estructura de información tenía una dimensión subjetiva ilimitada; una calculadora de juguete, operada mediante los Sendai de Case, habría presentado ilimitadas lagunas de vacío mediante unas pocas órdenes básicas. Case comenzó a teclear la secuencia que el finlandés había comprado a un sarariman de grado medio con graves problemas de adicción. Empezó a planear por las esferas como si siguiera pistas invisibles.

Aquí. Ésta.

Abriéndose paso hacia el interior de la esfera, se encontró bajo una gélida bóveda de neón azul, sin estrellas, y lisa como vidrio helado; disparó un subprograma que provocó ciertas alteraciones en las órdenes de protección del núcleo.

Ahora afuera. Invirtiendo fluidamente, mientras el virus rehacía la trama de la ventana.

Hecho.

En el vestíbulo de la Senso /Red, dos Panteras Modernos estaban sentados en actitud de alerta detrás de una máquina jardinera rectangular, grabando el desorden con una cámara de vídeo. Ambos llevaban trajes de camaleón.

– Los de Tácticas están levantando barricadas de espuma -apuntó uno de ellos, hablándole al micrófono que tenía en la garganta-. Los Rápidos siguen tratando de que el helicóptero aterrice.

Case movió el interruptor de simestim. Y entró en la agonía de un hueso roto. Molly estaba rígida contra la pared ciega y gris de un largo pasillo; respiraba con ronquidos entrecortados. Instantáneamente Case regresó a la matriz; una intensísima punzada de dolor se le desvaneció en el muslo derecho.

– ¿Qué está pasando, Prole? -preguntó al enlace.

– No lo sé, Cortador. La Madre ha callado. Espera.

El programa de Case estaba rotando. Un finísimo hilo de neón rojo se extendía desde el centro de la ventana restaurada hasta la silueta cambiante del rompehielos. No tenía tiempo para esperar. Tomó aliento y volvió a Molly.

Molly dio un paso, intentando apoyarse en la pared del pasillo. En la buhardilla, Case gimió. El segundo paso la llevó por encima de un brazo extendido. Una manga de uniforme, brillante de sangre fresca. La fugaz imagen de una cachiporra de fibra de vidrio hecha trizas.

La visión de Molly parecía haberse reducido a una sola línea. Cuando dio el tercer paso, Case gritó y se encontró de nuevo en la matriz.

– ¿Prole? Boston, cariño… -La voz apretada por el dolor. Tosió. – Problemitas con los nativos. Creo que uno de ellos me rompió la pierna.

– ¿Qué necesitas ahora, Madre Gata? -La voz del enlace era indistinta, casi perdida entre la estática.

Case hizo un esfuerzo y volvió a conectar. Molly estaba apoyada en la pared, cargando todo su peso sobre la pierna derecha. Hurgó en el bolsillo de canguro del traje y sacó una lámina de plástico tachonada con dermodiscos multicolores. Escogió tres y los apretó con fuerza en la muñeca izquierda, sobre las venas. Seis mil microgramos de endorfina análoga descendieron sobre el dolor como un martillo y lo hicieron pedazos. La espalda se le arqueó convulsivamente. Unas ondas rosadas de calor le invadieron los muslos. Suspiró y se relajó poco a poco.

– Está bien, Prole. Ahora está bien. Pero cuando salga necesitaré un equipo médico. Dile a mi gente. Cortador, estoy a dos minutos del blanco. ¿Puedes quedarte?

– Dile que estoy dentro y me quedo -dijo Case.

Molly comenzó a cojear por el pasillo. La única vez que miró hacia atrás, Case vio los cuerpos retorcidos de tres vigilantes de la Senso /Red. Uno de ellos parecía no tener ojos.

– Los de Tácticas y los Rápidos han sellado la planta baja, Madre Gata. Barricadas de espuma. El vestíbulo se está poniendo interesante.

– Muy interesante aquí abajo -dijo ella al pasar entre dos puertas de acero gris-. Ya falta poco, Cortador.

Case regresó a la matriz y se quitó los trodos de la frente. Estaba empapado en sudor. Se secó con una toalla, tomó un breve sorbo de agua de la botella de ciclista que había junto al Hosaka, y consultó el plano del archivo. Un palpitante cursor rojo se arrastraba por la silueta de una puerta, a escasos milímetros del punto verde que indicaba la ubicación de la estructura del Dixie Flatline. Se preguntó cómo le quedaría la pierna al caminar de esa manera. Con la suficiente endorfina análoga, sería capaz de caminar sobre muñones sangrientos. Apretó el arnés de nailon que lo sujetaba a la silla y se volvió a poner los trodos.

Ahora era rutina: trodos, sentarse, y alternar estados.

El archivo de investigación de la Senso /Red era un espacio cerrado de almacenamiento; los materiales almacenados allí tenían que ser físicamente retirados antes de que los llevaran a internase. Molly cojeaba entre filas de idénticos armarios grises.

– Dile que cinco más y luego diez a la izquierda, Prole -dijo Case.

– Cinco más y diez a la izquierda, Madre Gata -dijo el enlace.

Ella dobló a la izquierda. Una bibliotecaria de rostro lívido, arrinconada entre dos armarios, con las mejillas empapadas, los ojos en blanco. Molly la ignoró. Case se preguntó qué habrían hecho los Modernos para provocar tal grado de terror. Sabía que tenía algo que ver con una falsa amenaza, pero había estado demasiado atento al hielo para seguir la explicación de Molly.

– Ése es -dijo Case, pero ella ya se había detenido frente al armario donde estaba la estructura. El diseño le recordó a Case las estanterías neoaztecas de la antesala de Julie Deane en Chiba.

– Hazlo, Cortador -dijo Molly.

Case pasó al ciberespacio y transmitió una orden que viajó por el hilo rojo a través del hielo del archivo. Cinco sistemas de alarma estaban convencidos de que funcionaban todavía. Las tres complicadas cerraduras se desactivaron, pero consideraron que habían permanecido cerradas. La memoria permanente del banco central sufrió una pequeñísima alteración: la estructura había sido retirada por orden ejecutiva un mes antes. Si un bibliotecario quisiese verificar la autorización, encontraría los registros borrados.

La puerta se abrió sobre unas bisagras silenciosas.

– 0467839 -dijo Case, y Molly sacó del anaquel una unidad negra de almacenamiento. Se parecía al cargador de un gran rifle de asalto: tenía la superficie cubierta con adhesivos de advertencia e índices de seguridad.

Molly cerró la puerta del armario y Case regresó a la matriz.

Extrajo la línea a través del hielo del archivo. La línea regresó en seguida al programa y activó automáticamente una reversión completa del sistema. Las puertas de la Senso /Red se cerraron tras él. Los subprogramas se reintrodujeron en el núcleo del rompehielos cuando él dejó atrás las puertas donde habían sido emplazados.

– Fuera, Prole -dijo, y se derrumbó en la silla. Luego de concentrarse en la implementación de un programa, era capaz de continuar conectado y sin embargo consciente de su propio cuerpo. Podrían pasar días antes de que Senso/Red descubriese el robo de la estructura. La clave sería la desviación de la transferencia de Los Ángeles, que coincidía demasiado exactamente con el operativo de terror de los Modernos. Dudaba que los tres vigilantes con que Molly se había encontrado en el pasillo viviesen para contarlo. Volvió a cambiar de fase.