– ¿Cómo te va, Dixie?
– Estoy muerto, Case. He pasado ya bastante tiempo en este Hosaka como para saberlo.
– ¿Qué se siente?
– No se siente.
– ¿Te molesta?
– Lo que me molesta es que nada me molesta.
– ¿Cómo es eso?
– Tenía un amigo en el campo ruso, en Siberia. Se le había congelado el pulgar. Llegaron los médicos y se lo cortaron. Un mes después pasó toda la noche moviéndose en la cama. Elroy, dije, ¿qué te pasa? Me pica el maldito pulgar, dice él. Así que le dije, ráscatelo. McCoy, dice, es el otro condenado pulgar. -Cuando la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo en la espalda.- Hazme un favor, muchacho.
– ¿Qué, Dix?
– Este asunto tuyo, cuando lo hayas terminado, bórralo todo.
Case no entendía a los sionitas.
Aerol, sin motivo aparente, narró la historia de un bebé que le había salido de la frente y que entró correteando en una selva de ganja hidropónica. -Un bebé muy pequeño, hombre, más pequeño que tu dedo. -Frotó la palma de la mano contra una frente morena y lisa, y sonrió.
– Es la ganja -dijo Molly cuando Case le contó la historia-. No distinguen mucho entre un estado y otro, ¿sabes? Aerol te dice que sucedió: bueno, le sucedió a él. No son inventos, es más bien poesía. ¿Entiendes?
Case asintió con aire de duda. Los sionitas siempre lo tocaban a uno cuando hablaban, te ponían las manos en los hombros. Eso no le gustaba.
– Eh, Aerol -gritó Case, una hora después, cuando se preparaba para un ensayo en el corredor de caída libre-. Ven aquí. Quiero mostrarte esto. -Le enseñó los trodos.
Aerol tropezó en cámara lenta. Los pies descalzos chocaron con la pared de metal y con la mano libre se agarró de una viga. En la otra sostenía una bolsa de agua transparente, llena de algas verdiazules. Parpadeó distraído y sonrió.
– Pruébalo.
Aerol tomó la cinta, se la puso, y Case ajustó los trodos. Aerol cerró los ojos. Case encendió el aparato. Aerol se estremeció. Case lo desconectó. -¿Qué viste, eh?
– Babilonia -dijo Aerol con tristeza. Le devolvió los trodos y salió de un salto.
Riviera estaba sentado, inmóvil, sobre el colchón de espuma, con el brazo derecho extendido en línea recta a la altura del hombro. Una serpiente de escamas enjoyadas, de ojos como rubíes de neón, estaba apretadamente enrollada a unos pocos milímetros de su codo. Case observó cómo la serpiente, que era del diámetro de un dedo, y tenía bandas negras y escarlatas, se contraía lentamente, cerrándose alrededor del brazo de Riviera.
– Vamos -dijo el hombre con voz acariciadora al pálido y ceroso escorpión que tenía en la palma de la mano-. Vamos… -El escorpión movió las garras oscuras y subió corriendo por el brazo, siguiendo las tenues y oscuras líneas de las venas. Cuando llegó a la altura del codo, se detuvo y pareció que vibraba. Riviera emitió un suave sonido sibilante.- El aguijón asomó, tembló, y se hundió en la piel que cubría una vena abultada. La serpiente de coral se distendió y Riviera exhaló un lento suspiro.
Entonces la serpiente y el escorpión desaparecieron, y Rivera sostenía una jeringa de plástico lechoso en la mano izquierda. -«Si Dios hizo algo mejor, se lo guardó para él.» ¿Conoces la expresión, Case?
– Sí… -dijo Case-. La he oído acerca de muchas cosas. ¿Siempre lo transformas en un espectáculo?
Riviera aflojó el trozo elástico de sonda quirúrgica y se lo sacó del brazo. -Sí. Es más divertido. -Sonrió, la mirada ahora distante, las mejillas sonrojadas.- Hice que me implantaran una membrana, justo encima de la vena, así no tengo que preocuparme de la condición de la aguja.,
– ¿No duele?
Los ojos brillantes se encontraron con los de Case.
– Claro que duele. Forma parte del asunto, ¿no?
– Yo sólo usaría dermos -dijo Case.
– Pedestre -se burló Riviera, y rió, mientras se ponía una camisa de algodón blanca de manga corta.
– Debe de ser agradable -dijo Case, poniéndose de pie.
– ¿Tú te colocas, Case?
– Tuve que dejarlo.
– Freeside -dijo Armitage, tocando el panel del pequeño proyector de hologramas Braun. La imagen se aclaró temblando: medía casi tres metros de extremo a extremo-. Aquí hay casinos. -Se acercó a la representación diagramática y señaló:- Hoteles, propiedades de títulos estratificados; por aquí hay tiendas grandes. -Movió la mano. – Las áreas azules son lagos. -Caminó hasta un extremo del modelo. – Un gran habano. Más estrecho en las puntas.
– De eso nos damos cuenta -dijo Molly.
– Efecto montaña, en las partes estrechas. El terreno parece más elevado, más rocoso, pero es fácil subir. Cuanto más subes, menor es la gravedad. Deportes ahí. Hay un velódromo. -Señaló.
– ¿Un qué? -Case se inclinó hacia adelante.
– Carreras de bicicletas -dijo Molly-. Baja gravedad, ruedas de alta tracción, llegan a los cien por hora.
– Este extremo no nos interesa -dijo Armitage con la seriedad total de costumbre.
– Mierda -dijo Molly-. Soy una fanática del ciclismo.
Riviera soltó una risita.
Armitage caminó hacia el otro extremo de la proyección. -Pero este extremo sí. -El detalle interior del holograma terminaba allí, y el segmento final del huso estaba vacío.- Ésta es la Villa Straylight. Una subida empinada desde la gravedad, y una sola entrada, aquí, exactamente en el medio. Gravedad cero.
– ¿Qué hay adentro, jefe? -Riviera se inclinó hacia adelante, estirando el cuello. Cuatro figuras pequeñas brillaban en la punta del dedo de Armitage. Armitage les echó un manotazo, como si fueran insectos.
– Peter -dijo Armitage-, tú serás el primero en averiguarlo. Vas a conseguir una invitación. Cuando estés allí, te encargarás de que Molly entre.
Case miró fijamente el vacío que representaba a Straylight, recordando la historia del finlandés: Smith, Jimmy, la cabeza parlante, y el ninja.
– ¿Hay detalles? -preguntó Riviera-. Necesito un guardarropa, ¿entiendes?
– Apréndete las calles -dijo Armitage, regresando al centro del modelo-. Aquí tienes la calle Desiderata. Ésta es la Rue Jules Verne.
Riviera revolvió los ojos.
Mientras Armitage recitaba los nombres de las avenidas de Freeside, una docena de brillantes pústulas apareció en la nariz, las mejillas y el mentón de Riviera. Hasta Molly se echó a reír.
Armitage hizo una pausa, y los miró a todos con una mirada fría y vacua.
– Lo siento -dijo Riviera, y las pústulas titilaron y desaparecieron.
Case despertó, ya avanzado el período de descanso, y advirtió la presencia de Molly, que estaba acurrucada junto a él sobre la espuma. Podía sentir la tensión de ella. Permaneció acostado, confundido. Cuando Molly se movió, la mera velocidad con que lo hizo lo dejó atónito. Se había levantado saliendo de la sábana de plástico amarillo antes de que él se diera cuenta de que la había abierto.
– No te muevas, amigo.
Case se volvió y metió la cabeza en la abertura del plástico.
– ¿Qué…?
– Ciérrala.
– Tú eres el hombre -dijo una voz sionita-. Ojo de Gato y Navaja Andante, dijeron que se llamaban. Yo Maelcum, cariño. Los hermanos quieren conversar contigo y con el vaquero.
– ¿Qué hermanos?
– Los fundadores. Los Ancianos de Sión, sabes…
– Si abrimos esa escotilla, la luz despertará al jefe -susurró Case.
– Pondremos todo muy a oscuras, ahora -dijo el hombre-. Venid. Yo y yo iremos a ver a los Fundadores.
– ¿Sabes lo rápido que puedo cortarte, amigo?
– No te quedes ahí hablando, hermana. Vamos.
Los dos Fundadores de Sión que aún sobrevivían eran ancianos; ancianos por el acelerado envejecimiento de quienes pasan demasiados años fuera del abrazo de la gravedad. Las piernas morenas, debilitadas por el calcio perdido, parecían frágiles bajo la áspera luz solar reflejada. Flotaban en el centro de una selva multicolor, un mural comunitario de colores chillones que cubría por completo el casco de la sala esférica. El aire era espeso por el humo resinoso.
– Navaja Andante -dijo uno, cuando Molly entró flotando en la sala-. Como hacia un poste de castigo.
– Es una historia que tenemos, hermana -dijo el otro-, una historia religiosa. Nos alegra que hayas venido con Maelcum.
– ¿Por qué no hablan en dialecto? -preguntó Molly.
– Yo soy de Los Ángeles -dijo el anciano. Sus rizos eran como un árbol espeso con ramas de lana de acero-. Hace mucho tiempo, fuera del pozo de gravedad y de Babilonia. Para conducir a las Tribus a casa. Ahora mi hermano te compara con Navaja Andante.
Molly extendió la mano derecha y las hojillas destellaron en el aire humoso.
El otro Fundador se rió echando la cabeza hacia atrás. -Pronto llegarán los Últimos Días… Voces. Voces que gritan en el desierto, que profetizan la ruina de Babilonia…
– Voces. -El Fundador de Los Ángeles miraba fijamente a Case.- Controlamos muchas frecuencias. Siempre escuchamos. Vino una voz, de entre el Babel de lenguas, hablándonos. Nos impresionó mucho.
– Llámalo Winter Mute, invierno mudo -dijo el otro, dividiendo la palabra.
Case sintió que se le erizaba la piel de los brazos.
– El Mute nos habló -dijo el primer Fundador-. El Mute dijo que tenemos que ayudarte.
– ¿Cuándo fue eso? -preguntó Case.
– Treinta horas antes de vuestra llegada a Sión.
– ¿Habían oído esa voz antes?
– No -dijo el hombre de Los Ángeles-, y no estamos seguros de lo que significa. Si éstos son los últimos Días, habrá falsos profetas…