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Ella pasó las puntas de los dedos por los ojos de televisión de Armitage, y se volvió hacia la figura de Case. En este caso, era como si Riviera -y Case había sabido instantáneamente que Riviera era el responsable- no hubiese sido capaz de encontrar nada que valiese la pena ridiculizar. La figura desgarbado que veía allí era una buena aproximación de la que veía en los espejos todos los días. Delgado, de hombros altos, un rostro olvidable bajo el cabello corto y oscuro. Necesitaba afeitarse, pero eso era normal en él.

Molly dio un paso atrás. Miró de una figura a otra. Una exposición estática; el único movimiento era el silencioso balanceo de los árboles negros en los congelados ojos siberianos de Armitage.

– ¿Intentas decimos algo, Peter? -preguntó en voz baja. Se acercó a las figuras y dio un puntapié a algo que estaba entre los pies de la Molly holográfica. Un objeto de metal chocó contra la pared y las figuras desaparecieron. Molly se inclinó y recogió una pequeña unidad de exposición-. Supongo que puede conectarse con éstas y programarlas directamente -dijo, arrojándola al suelo.

Pasó junto a la fuente de luz amarillenta, un arcaico globo incandescente empotrado en la pared, protegido por una herrumbrada curva de rejilla. El estilo de esta lámpara improvisada sugería la infancia, de algún modo. Case recordó fortalezas que había construido con otros niños, en terrazas, y en sótanos inundados. El escondite de un niño rico, pensó. Este tipo de primitivismo era costoso. Lo que llamaban atmósfera.

Molly pasó junto a una docena más de hologramas antes de llegar a la entrada de las habitaciones de 3Jane. Uno de ellos representaba la cosa sin ojos del callejón, detrás del Bazar de Especias, mientras se libraba del destrozado cuerpo de Riviera. Varios de los otros representaban escenas de tortura; los inquisidores eran siempre oficiales militares y las víctimas invariablemente muchachas jóvenes. Estos hologramas tenían la espantosa intensidad del espectáculo de Riviera en el Vingtiéme Siécle, como si hubiesen sido inmovilizados en el destello azul del orgasmo. Molly miró hacia otro lado cuando pasó junto a ellos.

El último era pequeño y poco claro, como si se tratase de una imagen que Riviera hubiera tenido que arrastrar a través de una distancia privada de recuerdos y tiempo. Ella tuvo que arrodillarse para examinarlo: había sido proyectado desde el punto de vista de un niño pequeño. Ninguno de los otros había tenido un fondo; las figuras, los uniformes, los instrumentos de tortura habían estado todos libremente expuestos. Pero éste era una escena.

Una oscura ola de basura se alzaba contra un cielo incoloro; más allá de la cresta, los esqueletos de edificios de la ciudad, desteñidos y derretidos a medias. La ola de basura tenía la textura de una red: herrumbradas varas de acero retorcidas graciosamente como hilos finos, grandes planchas de hormigón colgando aún en las paredes. El primer plano podía haber sido alguna vez una plaza en la ciudad: había una especie de montículo, algo que sugena una fuente. En la base, los niños y el soldado estaban inmóviles. A primera vista el cuadro era confuso. Molly lo entendió sin duda antes que Case, porque él sintió la tensión de ella. Escupió, y se puso de pie.

Niños. Feéricos, vestidos con harapos. Dientes que brillaban como cuchillos. Heridas en los rostros desfigurados. El soldado, caído de espaldas, la boca y el cuello abiertos al cielo. Estaban alimentándose.

– Bonn -dijo, con algo parecido a ternura en la voz-. Eres un producto típico, ¿verdad, Peter? Pero tenías que serio. La pequeña 3Jane ya está demasiado harta para que le abra la puerta a cualquier ladrón común. Por eso Wintermute te encontró. El gusto más sublime, si tus gustos son así. El amante demoníaco. Peter. -Se estremeció. – Pero tú la convenciste de que me dejara entrar. Gracias. Ahora empezará la fiesta.

Y luego estaba caminando -paseando, en realidad, a pesar del dolor-, alejándose de la niñez de Riviera. Sacó la pistola de la funda, quitó el cartucho de plástico, lo guardó en el bolsillo, y lo reemplazó por otro. Calzó el pulgar en el cuello del traje de Moderno y en un solo movimiento desgarró la tela hasta la entrepierna: la cuchilla del pulgar abrió el policarbono como si fuera seda podrida. Se libró de brazos y piernas; los restos, en jirones, desaparecieron al caer sobre la oscura arena falsa.

Fue entonces que Case escuchó la música. Una música que no conocía, toda cornos y piano.

La entrada en el mundo de 3Jane no tenía puerta. Era una herida irregular, de cinco metros, en la pared del túnel, escalones desiguales que descendían en una curva amplia. Tenue luz azul, sombras que se movían, música.

– Case -dijo ella, y se detuvo, la pistola en la mano derecha. Alzó la otra mano, sonrió, y tocó la palma con la punta húmeda de la lengua, besándolo a través del enlace de simestim-. Tengo que irme.

Luego sostuvo algo pequeño y pesado en la mano izquierda. El pulgar apretaba un perno diminuto, y estaba bajando.

18

ESTUVO A PUNTO de lograrlo. Le faltó muy poco. Entró justo como tenía que hacerlo, pensó Case. La actitud correcta; era algo que él podía presentir, algo que podría haber notado en la pose de otro vaquero inclinado sobre una consola, los dedos volando por el tablero. Ella lo tenía: el sentido, los movimientos. Y lo había juntado todo para entrar. Lo había juntado todo alrededor del dolor en la pierna, y había marchado escaleras abajo, hacia las habitaciones de 3Jane, como si ella fuese la propietaria: el codo del brazo de la pistola en la cadera, el antebrazo extendido, la muñeca relajada, balanceando el cañón del arma con el estudiado descuido de un duelista del período de la Regencia.

Fue una actuación. Fue como la culminación de toda una vida de mirar películas de artes marciales, de las baratas, las que Case había mirado de niño. Durante unos segundos, supo Case, ella fue todos los héroes duros: Sony Mao en los viejos vídeos de Shaw, Mickey Chiba, todo el linaje hasta Ixe y Eastwood. Caminaba tal como hablaba.

Lady 3Jane Marie-France Tessier-Ashpool se había tallado la copia de una vivienda rural, en la superficie interior del casco de Straylight, demoliendo el laberinto de paredes que había heredado. Vivía en una habitación tan ancha y profunda que sus confines se perdían en un horizonte invertido, el suelo escondido por la curvatura del huso. El techo era bajo e irregular, de la misma roca falsa de las paredes del corredor. Aquí y allá, dispersos en el suelo, había fragmentos de paredes recortadas, reminiscencias de poca altura de lo que había sido un laberinto. Había una piscina rectangular turquesa, a diez metros del pie de la escalinata; los focos que iluminaban el agua desde abajo eran la única fuente de luz del apartamento. Por lo menos, así le pareció a Case cuando Molly dio el último paso. La piscina arrojaba sobre el techo cambiantes glóbulos de luz.

Estaban esperando junto a la piscina.

Él había sabido que los reflejos de ella estaban preparados, afinados para el combate por los neurocirujanos pero aún no los había experimentado durante el simestim. Fue un efecto similar al de una cinta de grabación que corre a media velocidad, una danza lenta y deliberada, ajustada a la coreografía del instinto asesino y años de entrenamiento. Fue como si con una sola mirada ella hubiera reconocido a los tres: el niño, de pie sobre el trampolín alto de la piscina, la muchacha que sonreía a su copa de vino, y el cadáver de Ashpool, el ojo izquierdo vacío, negro y corrupto, coronando una sonrisa de bienvenida. Llevaba puesto el albornoz marrón. Tenía los dientes muy blancos.

El niño se zambulló. Estilizado, bronceado, de perfecto estilo. La granada dejó las manos de Molly antes de que él tocara el agua. Case reconoció el objeto cuando rompió la superficie del agua, un poderoso núcleo explosivo, envuelto en diez metros de alambre de acero fino y frágil.

La pistola gimió cuando ella disparó un huracán de dardos explosivos a la cara y el torso de Ashpool, y éste desapareció en un hilo de humo que se alzó del respaldo de la silla vacía esmaltada de blanco.

El cañón giró, apuntando a 3Jane, en el momento en que estalló la granada: un simétrico pastel de bodas que surgió del agua, se quebró y volvió a caer. Pero el error ya había sido cometido.

Hideo ni siquiera llegó a tocarla. La pierna de Molly se aflojó, doblándose.

En el Garvey, Case aulló de dolor.

– Tardaste bastante tiempo -dijo Riviera, mientras le revisaba los bolsillos. Las manos de Molly desaparecieron, metidas hasta las muñecas en una esfera de color negro mate-. En Ankara vi un asesinato múltiple -dijo, los dedos arrancando cosas de la chaqueta de ella-. Lo hicieron con una granada. En una piscina. La explosión pareció muy débil, pero todos murieron enseguida, por el impacto hidrostático. -Case sintió que ella movía los dedos, probando. El material de la bola cedía como una espuma. El dolor de la pierna era muy intenso, imposible. Una mancha roja oscureció la escena.- En tu lugar, no los movería. -El interior de la bola pareció apretarse un poco.- Es un juguete sexual que jane compró en Berlín. Si los mueves demasiado, te los aplasta. Una variante del material del suelo. Supongo que tiene que ver con las moléculas. ¿Te duele mucho?

Molly gruñó.

– Parece que te lastimaste la pierna. -Los dedos de Riviera encontraron el chato paquete de drogas en el bolsillo izquierdo de los tejanos.- Vaya. La última entrega de Alí, y justo a tiempo.

La cambiante masa de sangre empezó a retorcerse.

– Hideo -dijo otra voz, una voz de mujer-, está desmayándose. Dale algo. Para eso, y para el dolor. Es muy llamativa, ¿no crees, Peter? Estas gafas, ¿están de moda en el sitio de donde ella viene?

Manos frescas, tranquilas, con la precisión de un cirujano. El pinchazo de una aguja.

– No lo sé -dijo Riviera-. Nunca he visto su hábitat natural. Ellos llegaron y me sacaron de Turquía.