– Eh -dijo Case con voz débil-. Eh… Acarició con los dedos la pared fría. Había fuego, allí, sombras inquietas a ambos lados de la entrada.
Agachó la cabeza y pasó adentro, en tres pasos.
Había una muchacha acurrucada junto a un montón de acero oxidado, una especie de hogar, donde ardía una madera recogida en la playa; el viento chupaba humo por una chimenea dentada. El fuego era la única luz, y su mirada encontró los ojos grandes y alarmados; reconoció la cinta de pelo, un pañuelo enrollado, estampado con un diseño que parecían circuitos ampliados.
Rechazó sus brazos, aquella noche, rechazó la comida que ella le ofreció, el sitio junto a ella en el nido de mantas y espuma. Por último se acurrucó junto a la puerta, y la miró dormir, escuchando cómo el viento castigaba las paredes de la estructura. Aproximadamente una vez cada hora ella se levantaba e iba hasta la improvisada estufa, añadiendo madera de la pila que estaba junto al hogar. Nada de esto era real, pero el frío era el frió.
Ella no era real, acurrucada allí, de costado, junto a la hoguera. Le miró la boca, los labios ligeramente separados. Era la muchacha que él recordaba del viaje por la bahía, y eso le parecía cruel.
– Maldito hijo de puta -susurró al viento-. No te pierdes una, ¿verdad? No quedas darme a la junkie, ¿eh? Yo sé lo que es esto… -Intentó hablar con una voz que no fuera desesperada.- Lo sé, ¿sabes? Eres la otra. 3jane se lo dijo a Molly. Zarza ardiente. No era Wintermute, eras tú. Quiso advertírmelo con el Braun. Ahora me has anulado, me trajiste hasta aquí. A ningún sitio. Con un fantasma. Tal como la recuerdo de antes…
Ella se movió dormida, dijo algo, cubriéndose el hombro y la mejilla con un retazo de manta..
– No eres nada -dijo a la muchacha que dormía-. Estás muerta y de todos modos lo fuiste todo para mí. ¿Lo oyes, amigo? Yo se lo que estás haciendo. Estoy anulado. Esto ha tomado unos veinte segundos, ¿verdad? Estoy caído en aquella biblioteca y mi cerebro está muerto. Y muy pronto estará verdaderamente muerto, si tienes una pizca de sentido común. No quieres que el truco de Wintermute salga bien, eso es todo; basta con que me dejes aquí colgado. Dixie activará el Kuang, pero ya está muerto y puedes adivinar los movimientos que hará, claro. Esta patraña de Linda ¿eh? ha sido todo cosa tuya, ¿verdad? Fuiste tú el que movió las estrellas en Freeside, ¿verdad? Fuiste tú quien puso la cara de ella a la muñeca muerta, en la habitación de Ashpool. Eso Molly nunca lo vio. Sólo le editaste la señal de simestim. Porque crees que puedes herirme. Porque crees que me importa. Bueno, vete a la mierda, como sea que te llames. Ganaste. Tú ganas. Pero ya nada de eso me importa, ¿entiendes? ¿Crees que me importa? Entonces, ¿por qué me lo tuviste que hacer así? -Estaba temblando de nuevo, la voz chillona.
– Cariño -dijo ella, levantándose de los harapos-. Ven aquí y duerme. Yo me quedaré despierta, si quieres. Tienes que dormir, ¿sí? -El sueño exageraba el acento suave.- Sólo dormir, ¿de acuerdo?
Cuando despertó, ella no estaba. El fuego se había apagado, pero en el bunker no hacía frío; la luz del sol entraba inclinada por la puerta y arrojaba un torcido rectángulo dorado sobre una gruesa caja de fibra que tenía un lado roto. Era un contenedor de carguero; los recordaba de los muelles de Chiba. Pudo ver, a través de la brecha en la caja, media docena de paquetes amarillos y brillantes. A la luz del sol parecían enormes bloques de mantequilla. El estómago se le apretó de hambre. Rodando fuera del nido, fue hasta la caja y sacó un paquete, parpadeando mientras leía las inscripciones en una docena de idiomas. La inglesa estaba en último lugar: EMERG. RATION, HI-PRO BEEF, TWE AG-8. Un listado del contenido de nutrientes. Sacó un segundo paquete al azar. EGGS. -Ya que estás inventando toda esta mierda -dijo-, podrías incluir comida de verdad, ¿no? -Con un paquete en cada mano, atravesó las habitaciones de la estructura. Dos estaban vacías, excepto por la arena, y en la cuarta había otras tres cajas de raciones.- Claro -dijo tocando la cinta sellada-. Voy a pasar mucho tiempo aquí. Claro…
Exploró la habitación de la chimenea y encontró una caja de plástico con lo que era quizás agua de lluvia. Junto al nido de mantas, contra la pared, había un aparato encendedor rojo, un cuchillo marinero de mango verde y agrietado, y el pañuelo de Molly. Todavía estaba anudado y tieso por el sudor y la suciedad. Abrió los paquetes con el cuchillo y dejó caer el contenido en una lata oxidada que encontró junto a la estufa. Vertió agua de la caja, batió la masa con los dedos, y comió. Tenía un lejano gusto a carne. Cuando terminó de comer, arrojó la lata al hogar y salió.
Últimas horas de la tarde, por la intensidad del sol, por el ángulo de la luz. Se quitó las empapadas zapatillas de nailon; lo sorprendió el calor de la arena. De día, la playa era de color gris plateado. El cielo estaba límpido, azul. Dobló la esquina del bunker y caminó hacia la orilla dejando caer la chaqueta en la arena. -No sé de quién son los recuerdos que estás usando esta vez -dijo cuando llegó al borde. Se quitó los tejanos y los arrojó, seguidos por la camiseta y la ropa interior.
– ¿Qué estás haciendo, Case?
Se volvió y la vio, diez metros más allá; la espuma blanca se le escurría entre los tobillos.
– Anoche me oriné -dijo él.
– Bueno, no te vas a poner esa ropa. Agua salada. Te escocerá. Te llevaré a un estanque que hay allá en las rocas. -Señaló vagamente hacia atrás. -Es agua fresca. -Los desteñidos pantalones militares franceses estaban cortados por encima de las rodillas; la piel era lisa y bronceada. Una brisa le revolvió el pelo.
– Escucha -dijo Case, recogiendo la ropa y acercándose a ella-. Quiero hacerte una pregunta. No preguntaré qué haces aquí. Pero, ¿qué imaginas que estoy haciendo yo aquí? -Se detuvo. Los tejanos negros y mojados le golpearon el muslo.
– Llegaste anoche -dijo ella. Le sonrió.
– ¿Y eso te basta? ¿Sólo llegué?
– Él dijo que llegarías -dijo ella, frunciendo la nariz. Se encogió de hombros-. Él sabe ese tipo de cosas, supongo. -Se quitó la sal del tobillo derecho frotándose con el otro pie, en un movimiento torpe e infantil. Volvió a sonreírle, con mayor confianza.- Ahora tú me contestas una, ¿de acuerdo?
Él asintió.
– ¿Por qué estás todo pintado de marrón, todo menos un pie?
– ¿Y eso es lo último que recuerdas? -La miró mientras ella raspaba los restos del guiso precongelado de la caja de acero rectangular que era el único plato que tenían.
Ella asintió, los ojos enormes a la luz del fuego. -Lo siento, Case, te lo juro por Dios. Fue por culpa de la mierda aquella, supongo, y fue… -Se inclinó hacia adelante, los brazos sobre las rodillas, el rostro fruncido durante un instante, por el dolor o el recuerdo del dolor. – Es que necesitaba el dinero. Para volver a casa, supongo, o… ¡Mierda! -dijo-, casi no me hablabas.
– ¿No hay cigarrillos?
– ¡Por Dios, Case! ¡Es la décima vez que me lo preguntas! ¿Qué te pasa? -Retorció un mechón de pelo y lo mordisqueó.
– Pero, ¿la comida estaba aquí? ¿Ya estaba aquí?
– Ya te lo he dicho. La condenada marca la trajo a la playa.
– Ya. Claro. Hasta el último detalle.
Ella se echó a llorar otra vez, un sollozo seco. -Bueno, a la mierda contigo, Case… -alcanzó a decir por fin-. Estaba bien cuando estaba sola.
Case se levantó, recogiendo la chaqueta, y se agachó para entrar. Se raspó la muñeca contra el hormigón áspero. No había luna ni viento; sólo el ruido del mar en la oscuridad. Sentía los tejanos apretados y pegajosos. -Está bien -dijo a la noche-. Lo acepto. Creo que lo acepto. Pero más vale que mañana la marea traiga cigarrillos. -Su propia risa lo sorprendió.- De paso, tampoco caería mal una caja de cerveza. -Se volvió y entró de nuevo en el búnker.
Ella estaba revolviendo las brasas con un pedazo de madera plateado. -¿Quién era ésa, Case, la que estaba en tu nicho del Hotel Barato? Una samurai muy elegante de lentes plateados, cuero negro. Me dio miedo, y después pensé que tal vez fuese tu nueva chica, sólo que parecía más cara de lo que tú podías pagar… -Lo miró de soslayo.- De verdad que lamento haberte robado el RAM.
– No te preocupes -dijo Case-. No tiene ninguna importancia. ¿Así que todo lo que hiciste fue llevárselo a ese tipo?
– Tony -dijo ella-. Había estado viéndolo, más o menos. También era adicto y nosotros… De todos modos, sí, recuerdo que lo pasó en un monitor, y eran unas imágenes increíbles, y recuerdo que me pregunté cómo era que tú…
– Allí no había ninguna imagen -interrumpió él.
– Sí que las había. No podía explicarme cómo era posible que tuvieras tantas imágenes de cuando yo era pequeña, Case. La cara de mi padre, antes de que se marchara. Una vez me dio un pato, de madera pintada, y tú tenías esa imagen…
– ¿Tony la veía?
– No me acuerdo. Luego me encontré en la playa; era muy temprano, amanecía, y esos pájaros que chillaban de tanta soledad. Me asusté porque no tenía ni una dosis, nada, y sabía que lo pasaría mal… Y caminé y caminé hasta que se hizo de noche, y encontré este sitio, y al día siguiente llegó la comida, toda envuelta en algas como hojas de gelatina dura. -Metió el palo entre las brasas y lo dejó allí. – Bueno, en ningún momento me sentí mal -dijo mientras las brasas se esparcían.-Me hicieron más falta los cigarrillos. ¿Y tú, Case? ¿Todavía estás enrollado? -La luz de las llamas le bailaba bajo los pómulos; en un destello, el recuerdo del Castillo Embrujado y la Guerra de Tanques.
– No -dijo, y entonces todo perdió importancia, todo lo que sabía, sintiendo el gusto de la sal en la boca de ella, donde las lágrimas se habían secado. Una fuerza la recorría, algo que él había conocido en Night City y en lo que se había apoyado, que lo había sostenido, que lo había apartado por un momento del tiempo y de la muerte, de la inexorable vida de calle que les mordía los talones. Era un lugar que conocía de antes; no cualquiera podía llevarlo hasta allí, y de alguna manera siempre había logrado olvidarlo. Algo que había encontrado y perdido tantas veces. Pertenecía -supo, recordó, cuando ella lo atrajo hacia sí a la carne, la carne de la que se mofaban los vaqueros. Era algo inconmensurable, más allá de la conciencia, un océano de información codificado en espiral y en ferormonas, una complejidad infinita que sólo el cuerpo, a su manera ciega y poderosa, podía interpretar.