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Ella dudó. Obviamente no llevaba nada bien su problema.

– Bueno, lo llamaré ceguera si lo prefieres. Pero sea como sea, tengo mucha experiencia al respecto y sé que una de las cosas que más los molestan es la necesidad de depender todo el tiempo de otras personas -comentó Sara-. Pues bien, yo puedo ayudarte en ese campo.

– No lo dudo, pero no soy nada amigo de las soluciones psicológicas.

– Yo no me dedico a la psicología -puntualizó-. No soy psicóloga ni estoy aquí para hacer discursos. Soy terapeuta ocupacional.

El príncipe se encogió de hombros.

– Tampoco necesito ninguna ocupación. Ser príncipe me ocupa todo mi tiempo.

Sara intentó mantener la calma.

– Te aseguro que me limitaré a ayudarte con tu problema -declaró, eligiendo las palabras con cuidado-. Yo ayudo a la gente a superar obstáculos. No me dedico a decirles lo que tienen que hacer con sus vidas ni les vendo tonterías de psicología barata.

– De todas formas, no te necesito.

Ella tomó aliento.

– Pues tu tía no parece pensar del mismo modo…

– Mi tía se equivoca. Además, la terapia no tendría ningún sentido. Se supone que mi ceguera es temporal y que volveré a ver dentro de poco.

Sara lo miró y sintió una profunda simpatía por él, a pesar de su comportamiento.

– Bueno, acabo de recoger tu historial en el despacho del doctor Simpson y la verdad es que todavía no he tenido ocasión de mirarlo.

– Me alegra saberlo. Porque de haber visto mi historial, sólo una loca me habría tomado por un niño de once o doce años -comentó con ironía.

Ella sonrió.

– Es cierto.

– Ya que aún no te has informado, permíteme que te informe yo. En opinión de Simpson, tengo un cincuenta por ciento de posibilidades de recobrar la vista antes de dos meses.

– Suena bien, pero no es ninguna garantía.

– Un cincuenta por ciento está bien -dijo él, encogiéndose de hombros-. Estoy acostumbrado a ganar y me apostaría cualquier cosa a que dentro de seis semanas ya he salido de ésta.

– Ojalá.

Sara lo dijo con evidente escepticismo. En circunstancias normales se habría mostrado mucho más considerada, pero el príncipe Damian parecía tener la habilidad de sacarla de quicio.

Arrepentida por ello, decidió disculparse. Pero antes de que pudiera pensar en la forma de hacerlo, alguien los llamó desde el vado.

Capítulo Dos

– Vaya, así que estáis ahí…

Sara se volvió y vio a una mujer que caminaba hacia ellos. Supuso que sería la duquesa.

– Siento haberte hecho esperar, Sara -dijo la mujer, mientras le estrechaba la mano-. Mi limusina se quedó atrapada en uno de esos horribles atascos que se organizan en la autopista.

Sara se sintió muy aliviada al comprobar que ella no había sido la única que había llegado tarde. Además, ya no tendría que buscar excusas para explicar su retraso.

– Ya veo que has conocido al paciente. Espero que haya sido amable contigo -continuó la duquesa, lanzando una mirada subrepticia a su sobrino-. Al menos no tienes heridas visibles…

– Sólo he herido su ego -observó Damian.

– Sí, bueno, ya ves que no será un paciente precisamente fácil, pero estoy segura de que os acostumbraréis el uno al otro.

Sara dudó, pero decidió decir lo que pensaba.

– Debo decir que el príncipe no es exactamente lo que me había imaginado. En realidad, tengo más experiencia con niños que con adultos.

– Créeme: no notarás la diferencia -dijo la mujer con sarcasmo.

– Ah, mi querida tía… siempre tan delicada conmigo -afirmó el príncipe.

– No te quejes, Damian. Últimamente te has comportado como un niño, y sabes que es verdad.

Sara hizo una mueca al pensar en la tensa relación que mantenían tía y sobrino, porque podía aumentar la dificultad de su labor. Pero le bastó una simple mirada al atractivo rostro de Damian para comprobar que las palabras de la duquesa no le habían molestado en absoluto; bien al contrario, parecía encontrarlas divertidas.

La duquesa era una mujer atractiva y de expresión inteligente, aunque la tensión de sus labios denotaba cierta insatisfacción. Se portó de forma muy amigable con ella y le dio todo tipo de explicaciones sobre las disposiciones que tomarían para facilitar la terapia del príncipe, pero Sara no prestó demasiada atención: estaba mucho más interesada en el hombre que estaba sentado a su lado, el hombre con quien estaba destinada a pasar las siguientes semanas, si por fin daba su brazo a torcer.

A pesar de la negativa de Damian, la duquesa se comportó como si todo estuviera resuelto. Y al cabo de unos minutos, consultó su reloj y suspiró con desesperación.

– Me temo que tengo que marcharme. ¿Por qué no os quedáis aquí y aprovecháis la ocasión para conoceros mejor? Diré que os traigan un café. Y cuando termines, Sara, ve a buscarme y te enseñaré la habitación que ocuparás durante tu estancia -explicó la mujer-. Generalmente cenamos pronto, pero aún quedan unas cuantas horas y supongo que podrías dar la primera sesión de terapia esta misma tarde.

La duquesa volvió a estrechar la mano de Sara y añadió, antes de marcharse:

– Te espero dentro de media hora.

Damian estiró entonces las piernas y se relajó.

– Si se lo permites, es capaz de organizarte toda tu vida.

Sara rió.

– ¿Es que te sientes manipulado?

– Desde luego que sí. En mis condiciones actuales no se puede decir que tenga muchos recursos, pero debo añadir que me divierte necesitarla -respondió con humor.

Sara sonrió para sus adentros. Imaginaba que la negativa de Damian a la terapia era una forma como otra cualquiera de llevar la contraria a su tía.

– Parece evidente que está acostumbrada a dirigir tu familia. Y sabe mantenerte a raya.

El rió.

– Eso es verdad. Pero, sinceramente, creo que sería mejor que volvieras por donde has venido y te marcharas de aquí.

Sara se enfrentó entonces a la necesidad de tomar una decisión. Si estaba dispuesta a luchar por conseguir aquel trabajo, aquel era el momento adecuado para empezar a hacerlo. La reacción del príncipe no había sido buena, pero por otra parte era un trabajo temporal, que encajaba perfectamente en sus pretensiones.

La labor de Sara consistía en iniciar las terapias, devolver la confianza a su paciente y dejar los problemas de fondo a otro profesional. No habría compromiso alguno, ni lazos emocionales ni relaciones duraderas. Algo, en suma, ideal para ella.

Pero en aquel caso se daban circunstancias extraordinarias que, en general, evitaba. Se notaba tensión en el ambiente y el paciente mantenía una relación dudosa con la persona que quería contratarla. Así que la idea de marcharse y abandonar le pareció bastante atractiva. Además, tenía otras cosas que hacer en su vida, como cuidar de su hermana embarazada.

– ¿Tan convencido estás de que no puedo ayudarte?

El príncipe pareció mirarla con detenimiento, como considerando la pregunta.

– No a menos que puedas conseguirme una mujer dispuesta y una botella de whisky. Eso bastaría para que la espera fuera más soportable.

Sara frunció el ceño.

– ¿La espera hasta recobrar la visión?

– Exacto.

– ¿Y si no le recuperas? -preguntó con seriedad.

– La recuperaré.

Damian lo dijo de un modo tan firme y seguro que Sara estuvo a punto de creerlo a pies juntillas. Pero no podía engañarse con vanas esperanzas. Era una profesional y había visto casos de todo tipo.

– Príncipe Damian… Puedo ayudarte a entender lo que te ha pasado. Puedo mostrarte formas de recobrar el control de tu vida a pesar de tu discapacidad y, por supuesto, puedo ayudarte a reconquistar tu independencia perdida -le explicó-. Puedes estar seguro de que, si te pones en mis manos, al final te alegrarás de haberlo hecho.

Él príncipe asintió.

– Mira, Sara, no dudo de tu sinceridad ni del talento de tus manos, pero de todas formas no me interesa.