y con una flaccidez peculiar que hacía que sus pies desnudos descendieran con un pesado golpe sobre cada peldaño, Cari bajó al suelo, y empezó a alejarse con aire decidido.
—¡Cari!
Una oleada de preocupación ahogó los temores de Honi, y ésta corrió a cortar el paso a su hermana; la tomó por el brazo y tiró de ella.
—¡Cari, despierta! ¡Soy yo, Honi! ¡Oh, Gen, ayúdame!
Gen dejó el farol en el suelo y corrió hacia ella, pero antes de que uniera sus fuerzas a las de Honi, Cari se volvió y miró a los ojos a su hermana. Honi retrocedió asustada ante aquella mirada vacía, ante el rictus embelesado de sus labios; entonces la mano libre de Cari se alzó y la golpeó con fuerza en el rostro.
Honi se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó sobre el suelo húmedo mientras Cari, con indiferencia, volvía el rostro y continuaba andando en dirección a la puerta de acceso al prado. Gen tiró de su hermana para ponerla en pie y durante un confuso instante las dos no se sintieron capaces de hacer otra cosa que no fuera contemplar impotentes cómo la figura de Cari se perdía en la penumbra. Entonces Honi aulló:
—¡Cógela, Gen! ¡Cógela, Gen, rápido!
Corrieron en pos de Cari, la alcanzaron y cada una la sujetó por un brazo, tirando de ella hacia atrás con todas sus fuerzas; pero los pies de Cari siguieron moviéndose como si fuera un autómata, y su fuerza resultaba increíble, tanto que Honi y Gen se vieron arrastradas durante varios metros antes de que pudieran clavar los talones en la blanda tierra y obligarla a detenerse. Cari se detuvo. Durante un momento permaneció rígida, paralizada; luego, con tal rapidez y ferocidad que cogió totalmente desprevenidas a las otras dos muchachas, giró en redondo, desasiendo sus brazos de las manos que los sujetaban. Honi vio su rostro, y los ojos que la contemplaron por encima de la inmutable sonrisa tenían una expresión enloquecida: gritó, horrorizada, y Cari se abalanzó contra Gen, la levantó del suelo y la arrojó lejos. El débil grito de Gen mientras volaba por los aires se cortó con un jadeo y un nauseabundo ruido sordo, y Cari se volvió para mirar de nuevo a Honi como si la desafiara a arriesgarse a recibir un tratamiento similar.
—¿Cari... ? —La voz de Honi era un quejido lastimero—. Cari, ¿qué te ha sucedido? Gen; está... ¡Oh, por la Madre! —Y, cegada por lágrimas de desconcierto, se dio la vuelta y corrió a donde yacía Gen.
—¡Gen! Gen, gatita, ¿estás bien?
Se dejó caer de rodillas, y le apartó a Gen los cabellos del rostro. La niña estaba inconsciente y respiraba con dificultad: se había golpeado la cabeza con una piedra que estaba medio enterrada, y brotaba un oscuro hilillo de sangre de una fea abertura justo debajo del nacimiento del cabello.
No podía dejar a Gen allí en el suelo. Tenía que llevarla a la carreta, luego correr a la ciudad en busca de su padre, o de Esti, o de Índigo. Ellos sabrían qué hacer. Pero eso significaría dejar a Gen sola. No había nadie más aquí que pudiera cuidarla; todo el mundo había ido a la reunión. ¿Y si le sucedía algo mientras ella no estaba? ¿Qué era lo mejor? ¿Qué debería hacer?
Honi alzó la cabeza y contempló afligida el prado desierto. Cari había desaparecido. Cari la había golpeado, y herido a su hermanita, y se había marchado en medio de la oscuridad como aquellos extraños viajeros que habían encontrado en el camino. Y ella estaba sola; y asustada, muy asustada.
—¡Oh, papá... ! —Las palabras surgieron de la garganta de Honi en forma de profundo sollozo—. ¡Papá, vuelve! ¡Por favor, vuelve... !
Cuando Constan y Fran llegaron cinco minutos más tarde, encontraron a Honi arrodillada sobre la hierba bajo el pequeño círculo de luz de una lámpara, apretando a Gen contra ella. Aún lloraba; estaba demasiado angustiada para resultar coherente, y sólo cuando Fran corrió a la carreta, miró a su interior y vio el jergón vacío de Cari comprendieron lo que había
sucedido.
—¡Can! —gritó Constan a la oscuridad, el rostro crispado por el terror—. Cari, ¿dónde estás? ¡Can!
—No sirve de nada, papá.
Fran levantó en brazos a Gen. Esta, por fortuna, empezaba a moverse; y juzgó que aparte de algunas magulladuras y una cabeza dolorida pronto se encontraría perfectamente.
—Ni siquiera Honi sabe qué dirección tomó —siguió el joven. ¡Podría estar en cualquier parte!
—¿Pero adonde van todos ellos? —suplicó Constan con desesperación—. ¿Adonde?
Fran vio la luz de unos faroles que se acercaban, y escuchó el rumor de voces.
—Aquí están Índigo y los otros —dijo—. Papá, a lo mejor Grimya puede seguirle el rastro a Cari: ¡puede ser nuestra última oportunidad para encontrarla!
A causa del paso más lento de los más pequeños, Índigo, Grimya y el resto de los Brabazon se habían quedado muy retrasados, y en aquellos momentos cruzaban la entrada del prado. Fran corrió a su encuentro. En pocas palabras les contó lo sucedido, y preguntó a Índigo si Grimya podría ayudarles.
«Claro que puedo», dijo Grimya a Índigo al escuchar lo que el joven decía. «Pero no podemos perder tiempo. ¡Creo que Can corre un gran peligro!»
Y sin aguardar a que le dijeran nada más, corrió de regreso a la entrada y empezó a olfatear el suelo.
Fran la miró asombrado.
—Es como si comprendiera...
—Lo hace. —Índigo no intentó negarlo; no era momento para charadas—. No me preguntes sobre ello, Fran; limítate a seguirla. ¡Rápido!
Grimya ya había encontrado el rastro de Can, y se alejaba cautelosa en la oscuridad. Fran llamó a su padre, y los tres salieron en pos de la loba, mientras Constan gritaba a los otros por encima del hombro que se quedaran cerca de las carretas y no se movieran hasta su regreso.
Al llegar a la carretera, Grimya se detuvo, pero sólo por un momento antes de girar hacia el norte. Mientras la seguían, Índigo recordó el viaje que había realizado junto con Fran el día anterior, y se estremeció mientras se preguntaba hasta dónde pensaba ir Cari por aquella carretera, y qué la aguardaba a su fin.
—Deberíamos haber traído un farol. —La voz de Fran interrumpió sus pensamientos cuando el muchacho se colocó a su lado—. La carretera es como un surco arado. Es muy fácil torcerse un tobillo.
—Ahora ya es demasiado tarde.
Ambos estaban sin aliento, y se comían las palabras; la carrera desde la ciudad y la peculiar y asfixiante falta de aire de aquella oscuridad había agotado parte de sus energías.
Y la oscuridad se intensificaba a medida que las luces de Bruhome quedaban atrás, dando más énfasis a la advertencia de Fran. Índigo apenas si podía ver los brillantes cabellos de Constan, que iba delante de ella, y cuando, experimentalmente, extendió una mano ante su rostro, su contorno apareció vago y borroso.
«Grimya. » Proyectó el pensamiento apremiante. «Apenas si podemos ver en esta oscuridad. ¡No nos dejes muy atrás!»
La silenciosa voz de la loba le respondió:
«¡No me atrevo a esperar! Creo que hay alguien delante de mí a lo lejos, y podría ser Cari. »
«Entonces mantente en contacto conmigo. No dejes de decirme donde estás. »
«De acuerdo. De momento, todo lo que debéis hacer es permanecer en la carretera. » Se produjo una pausa, luego: «La figura está más cerca ahora. Creo que es ella, pero no estoy segura. Cuando lo sepa, gritaré. »