Los surfistas de un extremo al otro de California compartían la opinión de que Corky Collins había llevado una vida perfecta y había encontrado una muerte perfecta. Exóstosis en el oído, exóstosis en los conductos nasales, pterygium en ambos ojos, nada de esto significaba lo mas mínimo para Corky, todo esto era mejor que el aburrimiento o una enfermedad de corazón, mejor que una asquerosa pensión de jubilado ganada pasándose toda la vida en una oficina. La vida era el surf, la muerte era el surf, la fuerza de la naturaleza grande y envolvente, el corazón se exaltaba al pensar en el envidiable paso por el mundo de Corky que tan problemático era para tantos otros.
Bobby heredó la casa.
Este inesperado acontecimiento dejó atónito a Bobby. Ambos conocíamos a Corky Collins desde que teníamos once años, desde la primera vez que nos aventuramos hasta el final del promontorio con nuestras tablas en las bicis. Fue el mentor de toda rata surfista con ansias de experimentar y facilidad para dominar el punto de rompimiento. El no se comportaba como si el punto fuera suyo, pero todos respetaban a Corky como si fuera el propietario de la playa desde Santa Bárbara hasta Santa Cruz. Se mostraba impaciente con todo huevón que robaba o cortaba una buena ola, estropeándola para los demás, y desdeñaba a los surfistas domingueros y sin carácter, pero era un amigo y una inspiración para todos aquellos que estábamos enamorados del mar y en sintonía con su ritmo. Corky tenía legiones de amigos y admiradores, algunos de los cuales conocía desde hacia mas de tres décadas, y por esta razón nos desconcertó que dejara en herencia todas sus posesiones a Bobby, al que conocía tan solo desde hacia ocho años.
Como explicación, el ejecutor del testamento entrego a Bobby una carta de Corky que era una obra maestra de brevedad:
Bobby.
Lo que la mayoría de gente considera importante, tu no lo consideras. Esto es sabiduría.
A lo que crees importante estas dispuesto a entregar la mente, el corazón y el alma. Esto es gracia. Nosotros solo tenemos el mar, el amor y el tiempo. Dios te dio el mar. Por tus acciones siempre encontraras el amor. Así que yo te entrego el tiempo.
Corky vio en Bobby a alguien que poseía la innata comprensión de las verdades que él no había aprendido hasta cumplir los treinta y seis años. Quiso honrar y animar dicha comprensión. Dios le bendiga por ello.
El verano siguiente a su entrada en el Ashdon College, Bobby heredó después de pagar los impuestos, la casa y una modesta suma de dinero. Abandonó la universidad y eso enfureció a sus padres. Sin embargo pasó por alto aquella furia porque la playa, el mar y el futuro eran suyos.
Además, sus padres han estado furiosos por una cosa u otra durante toda su vida y Bobby se ha inmunizado. Propietarios y editores del periódico de la ciudad, se constituyeron en incansables cruzados para orientar la política publica, lo que significa que creen que la mayoría de los ciudadanos o son demasiado egoístas para hacer bien las cosas o demasiado estúpidos para saber lo que es bueno para ellos. Esperaban que Bobby compartiera lo que llamaban su «pasión por los grandes retos de nuestro tiempo», pero Bobby quería escapar del cacareado idealismo de su familia, y de la mal disimulada envidia, rencor y egoísmo que formaban parte de ella. Todo lo que Bobby deseaba era paz. Sus padres también querían paz, la paz en todo el planeta, paz en todos los rincones de la Tierra, pero eran incapaces de proporcionarla dentro de las paredes de su propia casa.
Con la casa y el dinero suficiente para montar el negocio con el que ahora se gana la vida, Bobby encontró la paz.
Las manecillas de los relojes son cizallas, nos recortan trozo a trozo, y cada cronómetro con un marcador nos proyecta hacia una explosión interna. El tiempo es tan precioso que no se puede comprar. Lo que Corky le dio a Bobby no era en realidad tiempo, sino la oportunidad de vivir sin relojes, sin conciencia del paso del tiempo, lo que hace que parezca que pasa con mayor lentitud, con menor furia amputadora.
Mis padres quisieron darme lo mismo a mí. Sin embargo, debido al XP, a veces oigo el tictac. Quizá Bobby también lo oye de vez en cuando. Porque no hay manera de que podamos escapar por completo a la conciencia del paso del tiempo.
La noche de la desesperación de Orson, cuando contemplaba las estrellas con melancolía y rechazaba todos mis esfuerzos por consolarle, pudo haber sido provocada por la conciencia del paso de su tiempo. Decimos que la mente simple de los animales no es capaz de abarcar el concepto de su propia mortalidad. Sin embargo, los animales poseen un instinto de supervivencia y reconocen el peligro. Si luchan por sobrevivir, comprenden la muerte no importa lo que digan los científicos y los filósofos.
No se trata de un sentimentalismo New Age. Es simple sentido común.
En la ducha de Bobby mientras limpiaba de hollín a Orson, el seguía temblando. El agua era templada. Los temblores no tenían nada que ver con el baño.
Cuando envolví al perro con varias toallas y le sequé el pelo con un secador de mano que había dejado allí Pia Klick, sus temblores habían remitido. Mientras me ponía unos téjanos azules de Bobby y un jersey de algodón azul de manga larga, Orson miró hacia la ventana empañada varias veces como si recelara de que pudiera haber alguien allá afuera, aunque parecía haber recuperado la confianza.
Limpié con toallas de papel mi chaqueta de cuero y la gorra. Todavía olían a humo, la gorra mas que la chaqueta.
Bajo la débil luz, apenas pude leer las palabras bordadas encima de la visera: Instrucción Secreta. Pasé la yema del pulgar por las letras bordadas, recordando la habitación de cemento y sin ventanas donde la había encontrado, en uno de los recintos abandonados más extraños de Fort Wyvern.
Recordé las palabras de Angela Ferryman cuando me respondió ante mi afirmación de que Wyvern había sido cerrada un año y medio antes: «Algunas cosas no mueren. No pueden morir. No importa cuanto deseemos que mueran».
Tuve otro flash back del cuarto de baño de la casa de Angela una imagen de sus ojos fijos y muertos y el «oh» silencioso y sorprendido de su boca. De nuevo me asalto el convencimiento de que había pasado por alto un detalle importante respecto a su cuerpo y, como antes, cuando intente una representación mas viva de su rostro cubierto de sangre mi mente, en lugar de aclararse, quedo aun más confundida.
«Es una estafa, Chris… la mayor estafa que se haya hecho nunca… y no se puede retroceder… y deshacer lo que ya se ha hecho.»
Los tacos -rellenos con pollo picado, lechuga, queso y salsa- estaban deliciosos. Nos sentamos a comer en la mesa de la cocina, en lugar de hacerlo apoyados en el fregadero, y regamos la cena con cerveza.
Orson, aunque Sasha le había dado de comer antes, mendigo algunos bocados de pollo, pero no logró convencerme para que le diera otra Heineken.
Bobby conectó la radio y sintonizó el programa de Sasha, que acababa de salir al aire. Ya era medianoche. No me mencionó ni presentó la canción con una dedicatoria, pero puso «Heart Shaped World» de Chris Isaak, porque es mi favorita.
Condensando todos los acontecimientos de la tarde, le hablé a Bobby del incidente en el garaje del hospital, la escena del crematorio de Kirk y del pelotón de hombres sin rostro que me persiguieron a través de las colinas detrás de la funeraria.