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– ¿Es que el mono tenía alguna enfermedad?

– Ojala hubiera sido eso. Quizás ahora estaría curada. O muerta. La muerte es mejor que lo que va a venir.

Alzó el vaso de licor, apretó el puño a su alrededor y por un momento pensé que lo arrojaría al otro lado de la habitación.

– El mono no me mordió -insistió-, no me araño, ni siquiera me tocó, por Dios. Pero no me creyeron. Tampoco estoy segura de que Rod me creyera. No me dieron ninguna opción. Ellos me… Rod me esterilizó.

Las lagrimas llenaron sus ojos, contenidas y brillantes como las luces votivas en los candelabros de cristal rojo.

– Entonces tenía cuarenta y cinco años -dijo-, no he tenido un hijo porque desde entonces soy estéril. Lo intentamos (especialistas en fertilidad, terapia hormonal, todo, todo) y nada sirvió.

Oprimido por el sufrimiento que delataba la voz de Angela, no me podía quedar sentado en la silla contemplándola pasivamente. Sentí el impulso de levantarme y rodearla con los brazos. Ser yo la enfermera esta vez.

Cuando volvió a hablar la voz le temblaba de rabia.

– Y cuando aquellos hijos de puta me hubieron hecho la operación, una operación permanente, no me ligaron las trompas sino que me sacaron los ovarios, me cortaron, me cortaron toda esperanza -la voz casi se le quebró, pero ella cobro fuerzas- Tenía cuarenta y cinco años y guardaba cierta esperanza, o al menos pretendía tenerla. Pero cuando me lo extirparon todo… Aquella humillación, aquella desesperanza. Y ni siquiera me dijeron por qué. Rod me llevó a la base al día siguiente de Navidad supuestamente para que me hicieran unas preguntas acerca del mono, de su comportamiento. No me dio ningún detalle. Estuvo muy misterioso. Me llevo a aquel sitio… aquel sitio del que ni siquiera la mayor parte de empleados en la base conocían su existencia. Me sedaron contra mi voluntad y llevaron a cabo la operación sin mi permiso. Cuando todo hubo acabado aquellos hijos de puta ¡ni siquiera me dijeron por que!

Aparté la silla de la mesa y me puse de pie. Sentía un dolor persistente en los hombros y las piernas debilitadas. Jamás hubiera imaginado que iba a escuchar una historia de ese calibre.

Aunque quería consolarla, no intente acercarme a Angela. Seguía agarrando con fuerza su vaso de licor. La mueca de ira había transformado su hermoso rostro en una colección de cuchillos. Imaginé que no desearía que la tocara en ese momento.

Permanecí de pie ante la mesa, con una sensación de embarazo, durante unos segundos que me parecieron interminables sin saber que hacer. Después me dirigí a la puerta de atrás y volví a comprobar que el cerrojo estuviera pasado.

– Se que Rod me quería -dijo aunque la ira de su voz no se había suavizado-. Todo aquello le rompió el corazón, se lo rompió por completo, por todo lo que tuvo que hacer. Le rompió el corazón tener que cooperar con ellos y hacerme la operación. Después ya no fue el mismo.

Me volví y vi que tenía el puño levantado. Los cuchillos de su rostro brillaban a la luz de las velas.

– Sus superiores sabían lo unidos que siempre habíamos estado Rod y yo, sabían que él no tenía secretos para mí, no si yo iba a sufrir por ello.

– Sabían que a la larga él te lo contaría todo -convine.

– Sí. Y yo le perdoné, le perdone sinceramente lo que había hecho conmigo, pero él seguía desesperado. Yo nada podía hacer para aliviarle. Estaba tan hundido en la desesperación… y sufría tanto -ahora su ira se había transformado en lástima y piedad- Sufría tanto que nada podía aliviarle. Y finalmente se suicidó… y cuando murió me quedé sin nada.

Bajo el puño. Lo abrió. Se quedó mirando fijamente el vaso de licor y luego lo dejó con cuidado sobre la mesa.

– ¿Angela, qué pasaba con el mono? -pregunté.

No contestó.

Las imágenes de las llamas de las velas danzaban en sus ojos. Su rostro solemne parecía el sepulcro de piedra de una diosa muerta.

Repetí la pregunta.

– ¿Qué pasaba con el mono?

Cuando finalmente habló, la voz de Angela era casi como un murmullo.

– No era un mono.

Sabía que la había oído bien, y, sin embargo, sus palabras carecían de sentido.

– ¿No era un mono? Pero si has dicho.

– Parecía un mono.

– ¿Parecía?

– Y era un mono, desde luego.

Aunque seguí sin comprender, no dije nada.

– Lo era y no lo era -murmuró- Esto es lo que pasaba con él.

No me pareció que razonara bien. Empecé a preguntarme si su extraordinaria historia era más producto de la fantasía que de la verdad, y si era consciente de la diferencia.

Apartó la vista de las velas y me miró directamente. Ya no estaba enfadada, pero tampoco había recuperado su expresión encantadora. Tenía el rostro lleno de sombras.

– Quizá no debería haberte llamado. La muerte de tu padre me ha afectado y no pensaba con claridad.

– Me has dicho que tenía que saber… para defenderme.

Asintió.

– Así es. Es verdad. Tienes que saber. Estás amenazado. Tienes que saber quién te odia.

Alargué la mano hacia ella, pero no la toqué.

– Angela -le supliqué- Quiero saber que es lo que les ha sucedido a mis padres.

– Están muertos. Se han ido. Los quería, Chris, eran amigos, pero se han ido.

– Pero tengo que saber…

– Si crees que alguien ha de pagar por su muerte… debes comprender que nadie lo hará. No mientras vivas. No importa las verdades que conozcas, nadie pagara por ello. Aunque intentes que así sea.

Entonces me di cuenta de que mi mano se había cerrado en un puño sobre la mesa.

– Ya veremos -dije después de un silencio.

– Esta tarde he dejado mi trabajo en el Mercy Hospital -cuando reveló la triste noticia se encogió, parecía una niña vestida con ropas de adulto, aquella niña que llevaba te helado, la medicina y las píldoras a su madre enferma- Ya no soy enfermera.

– ¿Y que vas a hacer?

No respondió.

– Era lo que siempre habías querido ser -le recordé.

– Esto ahora carece por completo de importancia. Curar heridas en la guerra es un trabajo vital. Curar heridas en medio del apocalipsis, es una locura. Además, me estoy transformando. Me estoy transformando. ¿No lo ves?

La verdad es que yo no lo veía.

– Me estoy transformando. En otra yo. Otra Angela. En alguien que no quiero ser. En algo que no me atrevo a pensar.

Todavía seguía sin saber a dónde quería llegar con su charla apocalíptica ¿Era una respuesta racional a los secretos de Wyvern o el resultado de su desesperación después de la pérdida del mando?

– Si insistes en querer enterarte de todo, cuando lo conozcas no te quedará otro remedio que seguir sentado, beber lo que más te guste y esperar a que llegue el final.

– Insisto en saberlo.

– Entonces creo que ha llegado el momento de las demostraciones -dijo Angela con evidente ambivalencia- Pero… oh, Chris, te voy a romper el corazón -la tristeza alargó sus rasgos- Creo que debes saber… pero todo esto te romperá el corazón.

Cuando se levantó y atravesó la cocina, yo la seguí.

Me detuvo.

– Tendré que encender algunas luces para coger lo que necesito. Será mejor que esperes aquí, yo lo traeré todo.

Contemplé cómo desaparecía en la penumbra del comedor. En la sala encendió una luz y a partir de allí la perdí de vista.

Deambulé por la habitación en la que estaba confinado dándole vueltas en la cabeza a los pensamientos que me acechaban. El mono era y no era un mono, y esta maldad que subyacía en este ser y no ser simultáneo solo tendría sentido en el mundo de Lewis Carroll con Alicia en el fondo de la madriguera mágica.

Llegue ante la puerta de atrás, volví a comprobar el cerrojo. Estaba cerrado.

Aparté un poco la cortina e inspeccioné la noche. No vi a Orson.

Los árboles se movían. Había vuelto el viento.

La luz de la luna se movía. Al parecer el cambio del tiempo venia del Pacifico. Cuando el viento hizo pasar jirones de nubes por la cara de la luna, un resplandor plateado pareció agitar el paisaje nocturno. Era el paso de las sombras manchadas de las nubes y el movimiento de la luz no era más que una ilusión. Sin embargo el patio se había transformado en una corriente invernal y la luz se rizaba como el agua moviéndose bajo el hielo.

De algún lugar de la casa llego un breve grito. Fue tan fino y desesperado como la propia Angela.

13

El grito fue tan breve y apagado que hubiera podido ser tan irreal como el movimiento de la luz de la luna en el patio, apenas un fantasma de sonido vagando por mi mente. Como el mono, tuvo la cualidad de ser y no ser al mismo tiempo.

Cuando la cortina se deslizo de mis dedos y se hizo el silencio al otro lado del cristal, sonó en toda la casa un golpe sordo que hizo temblar las paredes.

El segundo grito fue más débil y breve que el primero, pero indudablemente se trataba de un gemido inequívoco de dolor y de terror.

Quizás había tropezado con un escalón, se había caído y se había lastimado el tobillo. O quizá solo había sido el sonido del viento y de los pájaros en el alero. Quizá la luna esta hecha de queso y el cielo es una placa de chocolate con estrellas de azúcar.

Llame a Angela en voz alta.

No respondió.

La casa no era tan grande como para que no hubiera podido oírme. Su silencio era sospechoso.

Maldije para mis adentros y saque la Glock del bolsillo de la chaqueta. La sostuve a la luz de las velas buscando desesperadamente el seguro.

Solo encontré un resorte que podía ser lo que buscaba. Cuando lo presioné hacia abajo un intenso rayo de luz roja salió disparado de un pequeño agujero debajo del orificio de las balas y dibujo una gota brillante en la puerta de la nevera.