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– Sí, y cuando te enteres de algo más te matarán. Escucha, Chris, no eres Sherlock Holmes o James Bond. En el mejor de los casos, eres Nancy Drew.

– Nancy Drew tenía una elevadísima cota de casos cerrados -le recordé- Atrapo el cien por cien de los hijos de puta que perseguía. Me sentiría honrado de que se me considerase el igual de una luchadora contra el crimen del calibre de doña Nancy Drew.

– Suicida.

– Pato.

– Payaso.

– Tramposo.

– Me pones enfermo -dijo Bobby riendo en voz baja mientras se rascaba la barba.

– Y tú a mí.

Sonó el teléfono y Bobby contestó.

– Hola, encanto, ya he acabado el nuevo formato… siempre Chris Isaak, siempre. Pon «Dancin» para mí, ¿quieres? -me paso el auricular- Es para ti, Nancy.

Me gusta la voz de disk jockey de Sasha. Es ligeramente diferente de su voz real, un poco más profunda, más suave y sedosa, pero el efecto es fuerte. Cuando la oigo deseo revolcarme en la cama con ella. Deseo revolcarme en la cama con ella siempre, tan a menudo como sea posible, pero cuando habla con su voz de la radio, deseo revolcarme en la cama con ella con urgencia. Transforma la voz desde el momento en que entra en el estudio y sigue con ella hasta que sale del trabajo.

– La línea se cortará en un minuto, he tenido que charlar entre los cortes -me dijo-, así es que seré breve. Ha venido uno que esta rondando por la emisora hace un rato, quiere ponerse en contacto contigo. Dice que es cuestión de vida o muerte.

– ¿Quien?

– No puedo decirte el nombre por teléfono. Le he prometido que no lo haría. Cuando le he dicho que probablemente estabas con Bobby esta persona no ha querido llamarte ni ir a verte allí.

– ¿Por que?

– No sé exactamente por que. Pero… esta persona estaba muy nerviosa, Chris «He tenido un encuentro con la noche.» ¿Sabes a lo que me refiero?

«He tenido un encuentro con la noche.»

Era un verso de un poema de Robert Frost.

Mi padre me había inculcado la pasión por la poesía. Y yo he contagiado a Sasha.

– Sí -dije- Creo que sé a lo que te refieres.

– Quiere verte lo antes posible. Dice que es cuestión de vida o muerte. ¿Que esta pasando, Chris?

– El domingo por la tarde tendremos una sesión de grandes olas -conteste.

– No es esto a lo que me refiero.

– Lo se. Luego te contaré el resto.

– Olas. ¿Podré salir?

– Olas de cuatro metros.

– Creo que me quedare en la fiesta de la playa.

– Me encanta tu voz -dije.

– Suave como la bahía.

Colgó el aparato y yo hice lo mismo.

Aunque solo había oído la mitad de la conversación, Bobby confiaba en su intuición e imagino la intención de la llamada de Sasha.

– ¿Que estas tramando?

– Asuntos de Nancy -repuse- No te interesarían.

Cuando Bobby y yo encontramos a Orson todavía inquieto en el porche, en la radio de la cocina empezó a sonar «Dancin», de Chris Isaak.

– Sasha es una mujer encantadora -dijo Bobby.

– Extraordinaria.

– Si te matan ya no pudras estar con ella.

– Tomo nota.

– ¿Llevas las gafas de sol?

Palpe el bolsillo de la camisa.

– Si.

– ¿Te has embadurnado con mi crema antisolar?

– Si, mama.

– Payaso.

– Estaba pensando… -empecé.

– Ya era hora de que empezaras a hacerlo -me interrumpió.

– He estado trabajando en el nuevo libro.

– Al fin te has decidido a mover el culo.

– Trata de la amistad.

– ¿Estoy yo?

– Sorprendentemente, sí.

– Pero no pondrás mi verdadero nombre, ¿no es cierto?

– Te llamas Igor. El asunto es… Temo que los lectores no puedan identificarse con lo que voy a decir, porque tú y yo (todos mis amigos) vivimos una vida muy diferente.

Bobby se detuvo en el borde de los escalones del porche y me miró con su típica mirada burlona.

– Creo que debes de ser muy listo para escribir libros.

– No es obligatorio.

– Obviamente no. Pero hasta el más bobo sabe que todos nosotros llevamos vidas diferentes.

– ¿Si? ¿María Cortez lleva una vida diferente?

María es la hermana pequeña de Manuel Ramírez, tiene veintiocho años como Bobby y yo. Es cosmetóloga y su marido, mecánico de coches. Tienen dos hijos un gato y una casita de folleto con una gran hipoteca.

– No vive la vida en el salón de belleza haciendo peinados, ni en su casa limpiando las alfombras con la aspiradora. Vive su vida dentro de su cabeza. Existe un mundo en el interior de su cráneo, probablemente mas extraño y mas jodido que el tuyo o el mío, con nuestras estupideces, imagino. Seis billones de nosotros se pasean por el planeta, seis billones de mundos más pequeños o más grandes. Vendedores de zapatos y cocineros de segunda clase que parecen aburridos desde fuera, algunos tienen una vida mas fantástica que la tuya. Seis billones de historias, cada una de ellas una epopeya llena de tragedias y de triunfos, de bondad y de maldad, de desespero y de esperanza. Tú y yo no somos especiales, hermano -dijo Bobby.

Me quedé callado un momento. Luego jugueteé con la manga de su camisa de papagayos y palmeras.

– No sabía que fueras filósofo.

Bobby se encogió de hombros.

– ¿Por esta pequeña muestra de sabiduría? Demonios si la encontré en una galletita china.

– Debió de ser el gran hombre blanco de las galletitas.

– Fue un enorme monolito, tío -repuso dirigiéndome una sonrisa socarrona.

La gran muralla de niebla iluminada por la luna que se asomaba a media milla de la costa no estaba ni más cerca ni más lejos que antes. El aire nocturno estaba tan inmóvil como en una habitación de temperatura regulada del Mercy Hospital.

Cuando bajamos los escalones del porche, nadie nos disparo. Ni tampoco nadie lanzo aquel grito de somormujo.

Sin embargo, todavía debían de estar allí ocultos en las dunas o detrás de la cresta del talud que descendía hasta la playa. Sentía su vigilancia como la peligrosa energía que subyace en las espirales de una serpiente cascabel inmóvil a punto de morder.

Bobby había dejado su arma en el interior, pero seguía vigilante. Mientras me acompañaba hasta la bicicleta sin dejar de vigilar, empezó a revelar un interes mayor de lo que antes había admitido por mi historia.

– El mono que menciono Angela.

– ¿Que pasa con el?

– ¿Como era?

– Como un mono.

– ¿Como un chimpancé, u orangután, o que?

Agarré con firmeza el manillar de la bicicleta y le di la vuelta sobre la arena blanda.

– Era un mono rhesus ¿No te lo dije?

– ¿De que tamaño?

– Dijo que de unos sesenta centímetros de alto y quizá de unos once kilos de peso.

– He visto un par de ellos -dijo mientras echaba un vistazo a través de las dunas.

Sorprendido, volví a apoyar la bici en la barandilla del porche.

– ¿Monos rhesus? ¿Aquí?

– Alguna clase de monos, de ese tamaño más o menos.

No existe ninguna especie de mono originaria de California. Los únicos primates en sus bosques y campos son los seres humanos.

– Descubrí a uno de ellos una noche, mirándome por una ventana.

– ¿Cuándo fue eso?

– Hará unos tres meses.

Orson se movía entre nosotros, como si buscara seguridad.

– ¿Has vuelto a verlos desde entonces? -pregunte.

– Seis o siete veces. Siempre por la noche. Son sigilosos. Aunque últimamente son más osados. Marchan en grupo.

– ¿Grupo?

– Los lobos marchan en manada. Los caballos en recua. Los monos en grupo.

– Has estado investigando ¿Por qué no me lo has contado antes?

Permaneció en silencio, observando las dunas.

Yo también hacía lo mismo.

– ¿Es lo que puede estar aquí afuera?

– Quizá.

– ¿No se lo has contado a nadie? ¿Ni a los de control de animales?

– No.

– ¿Por qué no?

No me respondió enseguida, dudó y luego dijo.

– Me dejé llevar por las tonterías de Pia.

Pia Klick. A Waimea por uno o dos meses y ya hacía tres años que se había ido.

No comprendía cómo Pia había podido convencer a Bobby de que no informara de los monos a los oficiales de control de animales, pero luego él me lo explicó.

– Dice que ha descubierto que es la reencarnación de Kaha Huna -dijo Bobby.

Kaha Huna es la diosa hawaiana del oleaje, en realidad nunca se había encarnado y, por consiguiente, no podía ser re.

Considerando que Pia no era una kamaaina, es decir, natural de Hawai, sino una haole que había nacido en Oskaloosa, Kansas, y allí vivió hasta que dejó su casa a los diecisiete años, parecía una candidata muy poco probable a ser una wher wahine mitológica.

– Le faltan algunas credenciales -dije.

– Es muy seria con todo eso.

– Bueno, es lo bastante guapa para ser Kaha Huna. O cualquier otra diosa.

Estaba al lado de Bobby y no podía ver sus ojos demasiado bien, pero en su rostro había una expresión desolada. Jamás se la había visto antes. Ignoraba que la desolación fuera una alternativa para él.

– Dice que ser Kaha Huna le exige ser célibe.

– Ah.

– Cree que probablemente nunca podrá vivir con un tipo corriente, quiero decir con un mortal. Sería como rechazar su destino con una blasfemia.

– Bestial -dije con simpatía.

– Para ella sería fantástico cohabitar con la reencarnación actual de Kahuna.

Kahuna es el dios del oleaje. Es una creación de los surfistas modernos que extrapolan su leyenda de la vida de un antiguo hechicero hawaiano.