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– En pantalla panorámica de trescientos sesenta grados.

– ¿Que están haciendo?

– Oh, ya sabes, las habituales monerías.

– ¿Nada mas amenazador?

– Creen que son encantadores. Uno de ellos está ahora delante de la ventana, haciéndome burla.

– Sí, ¿pero no empezaste tú?

– Tengo el presentimiento de que están intentando irritarme para que vuelva a salir.

– No lo hagas -dije alarmado.

– No soy imbécil.

– Perdona.

– Soy un huevón.

– Es verdad. -Existe una gran diferencia entre un imbécil y un huevón.

– Estoy de acuerdo.

– Que milagro.

– ¿Tienes el arma contigo?

– Oye, Snow, ¿no acabas de decir que no soy un imbécil?

– Si podemos mantenernos a flote en este túnel hasta el amanecer, creo que estaremos a salvo hasta la puesta de sol de mañana.

– Ahora están en el tejado.

– ¿Haciendo que?

– No lo se -hizo una pausa para escuchar- Hay al menos dos. Corren arriba y abajo. Quizá busquen un acceso.

Orson saltó del banco y se puso tenso, una oreja apuntando al teléfono con aire preocupado. Parecía deseoso de demostrar su inteligencia perruna si eso no me molestaba.

– ¿Hay un modo de entrar por el tejado? -pregunte a Bobby.

– Los respiraderos del cuarto de baño y la cocina no son lo bastante anchos para que quepan esos hijos de puta.

Sorprendentemente, y considerando otras comodidades, la casa no tiene chimenea. Corky Collins -antiguamente Toshiro Tagawa- estaba en contra de las chimeneas porque, a diferencia de las aguas de un jacuzzi, la piedra y el duro ladrillo de una chimenea no es un lugar ideal para meterse con un par de chicas desnudas. Gracias a su mente lasciva, no había una chimenea en la que cupieran los monos.

– Tengo que hacer de Nancy antes del amanecer -dije.

– ¿Que vas a hacer? -pregunto Bobby.

– Pasare el día en casa de Sasha y lo primero que haremos al anochecer será ir a tu casa.

– ¿Quieres decir que tendré que hacer otra vez la cena?

– Llevaremos una pizza. Oye, creo que vamos a colgar de golpe. Al menos uno de los dos. Y la única manera de evitarlo es hacerlo a la vez. Será mejor que duermas lo que puedas durante el día. Mañana por la noche podrías rajarte en el momento decisivo.

– ¿Así que vas a maniobrar tu solo? -dijo Bob.

– No hay nada que maniobrar.

– No eres tan atractivo como Nancy Drew.

No iba a mentirle, ni a el ni a Orson ni a Sasha.

– No hay solución. No hay modo de cerrar el carril. Suceda lo que suceda aquí, tendremos que vivir con ello el resto de nuestra vida. Pero quizá podamos encontrar el modo de encarar la ola, aunque sea una gigantesca y espantosa losa.

– ¿Que pasa, hermano? -inquino Bob, tras un silencio.

– ¿No acabo de decirlo?

– No todo.

– Ya te lo he dicho, no es para hablarlo por teléfono.

– No me refiero a los detalles. Estoy hablando de ti.

Orson apoyó la cabeza en mi regazo, como si creyera que yo sacaría algún consuelo acariciando a mi mascota y rascándole detrás de las orejas. De hecho, lo obtuve. Siempre funciona. Un buen perro es una medicina para la melancolía y mejor alivio para el estrés que el valium.

– Te haces el duro -dijo Bobby-, pero no eres duro.

– Bob Freud, nieto bastardo de Sigmund.

– Vete a tomar por culo.

Acaricie la pelambre de Orson en un intento de calmar los nervios. Luego suspire y dije.

– Bueno, y resumiendo, es posible que mi madre destruya el mundo.

– Fantástico.

– Eso es, ¿no es cierto?

– ¿Asuntos científicos?

– Genética.

– Recuerda que te avisé contra querer dejar tu marca.

– Creo que esto es peor. Es posible que al principio intentara hallar un modo de curarme.

– El final del mundo, ¿eh?

– El final del mundo que nosotros conocemos -dije, recordando la puntualización de Roosevelt Frost.

– La madre de Beave Cleaver nunca hizo mucho más que meter en el horno un pastel.

Me eche a reír.

– ¿Que haría yo sin ti, hermano?

– Solo he hecho una cosa importante por ti.

– ¿Que es?

– Enseñarte perspectiva.

Asentí.

– ¿Que es importante y que no lo es?

– La mayoría de las cosas no lo son -me recordó.

– ¿Ni siquiera esto?

– Haz el amor con Sasha. Pégate una buena dormida. Mañana tendremos una cena de puta madre. Les daremos por el culo a algunos malditos monos. Encararemos unas olas épicas. Dentro de una semana, en tu corazón, tu madre volverá a ser tu madre, si quieres dejar estar todo esto.

– Quizá -dije titubeante.

– La actitud, hermano. Lo es todo.

– Pensare en ello.

– Pero me pregunto una cosa.

– ¿Que?

– Tu madre debió de cabrearse de verdad cuando perdió la lucha por mantener la estatua en el parque.

Bobby cortó la comunicación. Y yo desconecte el teléfono.

¿Realmente es una estrategia sabia para vivir? Insistir que la mayor parte de las cosas de la vida no han de tomarse en serio. Contemplar todo esto como una broma cósmica. Tener solo cuatro principios: uno, hacer a los demás el menor daño posible, dos, estar siempre para tus amigos, tres, ser responsable de ti mismo y no pedir nada a los demás, cuatro agarrar todas las diversiones que puedas. No te fíes de las opiniones de nadie, solo de las de los más allegados. Olvídate de dejar una huella en el mundo. Olvida las grandes cuestiones de tu época; en su lugar mejora la digestión. No vivas en el pasado. No te preocupes del futuro. Vive en el presente. Confía en la finalidad de tu existencia y deja que el significado venga a ti en lugar de esforzarte por descubrirlo. Cuando la vida te tumba de un puñetazo, encógete, pero hazlo con una risa. Engancha la ola, tío.

Así es como vive Bobby, y es la persona más feliz y más equilibrada que he conocido.

Intento vivir como Bobby Halloway, pero no lo consigo. A veces pataleo cuando debería flotar. Paso mucho tiempo anticipando y demasiado poco dejando que la vida me sorprenda. Quizás es que no me esfuerzo lo suficiente por vivir como Bobby, o quizá me esfuerzo demasiado.

Orson se acercó al estanque que rodeaba la escultura. Dio unos ruidosos lametones al agua clara, saboreando el gusto y el frescor.

Recordé aquella noche de julio en el patio cuando contemplaba fijamente las estrellas y se hundió en la desesperación. No tenía la medida precisa para determinar hasta que punto Orson era más inteligente que un perro común y corriente. Porque su inteligencia posee algo que ha sido mejorado por el proyecto Wyvern, posee un conocimiento mucho más vasto que el que la naturaleza jamás concedió a un perro. Aquella noche de julio, y reconociendo con todo su revolucionario potencial quizá por primera vez, comprendiendo las terribles limitaciones debidas a su naturaleza física, cayó en un estado de abatimiento que casi lo atrapo del todo. Ser inteligente sin una laringe compleja y otras características físicas que hacen posible el habla, ser inteligente sin manos para escribir o para confeccionar herramientas, ser inteligente pero estar atrapado en un envoltorio físico que siempre impedirá la plena expresión de tu inteligencia sería semejante a una persona que hubiera nacido sorda, muda y desmembrada.

Ahora miraba a Orson sorprendido, con una nueva apreciación de su valor, y con una ternura que nunca había sentido por nadie en la tierra.

Volvió del estanque, lamiéndose el agua que le caía de los belfos, sonriendo de placer. Cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando, movió el rabo, feliz de atraer mi atención o por estar a mi lado en aquella extraña noche.

Por todas sus limitaciones y a pesar de todas las buenas razones por las que debería estar perpetuamente angustiado, mi perro, por Dios, se parece más a Bobby Halloway que yo.

¿Por qué Bobby tiene una idea tan sabia de la vida? ¿Por qué Orson también la posee? Espero que un día habré madurado lo bastante para vivir tan acertadamente con mi filosofía como ellos lo hacen.

Me levanté del banco y señale la escultura.

– No es una cimitarra. No es una luna. Es la sonrisa del invisible gato de Cheshire de Alicia en el país de las Maravillas.

Orson se giró para echarle un vistazo a la obra maestra.

– Ni dados. Ni terrones de azúcar -continué- Las galletas para crecer y para menguar que Alicia se tomó en el cuento.

Orson lo consideró con interés. Había visto en vídeo la versión del clásico relato en dibujos animados de Disney.

– No es un símbolo de la Tierra. Ni una bola azul de bolos. Es un gran ojo azul. Júntalo todo y ¿qué significa?

Orson me miró para que se lo explicase.

– La sonrisa Cheshire es la risa del artista ante los bobos que le pagaron tan generosamente. El par de galletas representan las drogas que se había tomado cuando creó esta basura. El ojo azul es su ojo, y la razón por la que no puedes ver el otro ojo es porque lo está guiñando. El montón de bronce en la base es, desde luego, caca de perro, que intenta ser un cáustico comentario crítico a la obra, porque, como todo el mundo sabe, los perros son los críticos más perceptivos.

Si el vigor con el que Orson movió el rabo era una indicación fidedigna, disfruto enormemente con esta interpretación.

Trotó alrededor del estanque de la fuente, observando la escultura desde todos los lados. Quizás el propósito para el que he nacido no es el de escribir sobre mi vida en busca de algún significado universal que pueda ayudar a los demás a comprender mejor sus propias vidas, lo cual, en mis momentos más egocéntricos, es una misión que había abrazado. En lugar de esforzarme por dejar siquiera la mínima huella en el mundo, quizá debiera considerar que, posiblemente, el único propósito por el cual he nacido es para distraer a Orson, no ser su maestro sino su amante hermano, para hacer más fácil su difícil vida, para deleitarla y premiarla cuanto sea posible. Esto constituiría un fin tan significativo como la mayoría y más noble que algunos.