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Todas las comidas se hacen en la mesa de la cocina, porque el comedor está dedicado a su música. En una de las paredes hay un teclado electrónico, un sintetizador a gran escala con el que podría componer para una orquesta si lo deseara, y al lado la mesa de composición con pentagramas en blanco que esperan su lápiz. En el centro de la habitación hay un mezclador. En una de las esquinas, un cello de alta calidad con un taburete bajo. En otra esquina, junto a un atril, un saxofón colgado de un soporte de latón. También hay dos guitarras, una acústica y la otra electrónica.

La sala de estar está llena de libros, otra de sus pasiones. Las paredes están forradas de estanterías que desbordan con libros bien encuadernados y libros de bolsillo. Los muebles no son de estilo: sillas de tono neutral y sofás elegidos por su comodidad, perfectos para sentarse y charlar o para pasar muchas horas con un libro.

En el segundo piso, la primera habitación después de la escalera alberga una bicicleta estática, un aparato de remos, un juego de pesas de medio kilo a diez, cuyo peso se incrementa de medio en medio kilo y una tabla de ejercicios. También es su habitación de medicina homeopática, donde guarda multitud de potes de vitaminas y minerales y practica yoga. Cuando se monta en la bicicleta, no baja hasta que está bañada en sudor y ha recorrido al menos cuarenta y cinco kilómetros. Luego, en el aparato de remos, hace ejercicio hasta que ha cruzado el lago Tahoe y mantiene el ritmo cantando temas de Sarah McLachlan o Julia Hartfield, Meredith Brooks o Sasha Goodall. Cuando hace abdominales y ejercicios de piernas, la colchoneta bajo su cuerpo empieza a echar humo cuando todavía no ha acabado los ejercicios. Y cuando acaba, acalorada y vigorosa, siempre tiene más energía que cuando empieza. Al finalizar una sesión de meditación con distintas posturas de yoga, la intensidad de su relajación es tan poderosa, que hasta podría hacer estallar las paredes de la habitación.

Dios, cuánto la quiero.

Salí del gimnasio al rellano y me sobrevino nuevamente la premonición de una pérdida inminente. Me puse a temblar de tal manera que tuve que apoyarme en la pared hasta que el episodio hubo pasado.

Nada podía sucederle a ella a la luz del día, nada en los diez minutos de coche, desde la emisora en Signal Hill y en el centro de la ciudad. El grupo ronda por la noche. Durante el día se esconden en algún lugar, quizás en los canales de drenaje bajo el suelo de la ciudad o en las colinas, donde encontré la colección de cráneos. Y las personas que ya han perdido toda esperanza, los mutantes como Lewis Stevenson, se controlan mejor bajo el sol que bajo la luna. Como con el hombre animal en La isla del doctor Moreau, lo salvaje que hay en ellos no se puede reprimir por la noche. Con la oscuridad pierden el control de sí mismos, una sensación de aventura se apodera de ellos, y hacen cosas que ni soñarían hacer durante el día. Seguramente nada le va a suceder a Sasha, ahora que el amanecer se cierne sobre nosotros. Quizá por primera vez en mi vida sentí alivio por la salida del sol.

Finalmente entré en su dormitorio. Aquí no encuentras instrumentos musicales, ni libros, ni macetas o bandejas de yerbas, potes de vitaminas ni aparatos de gimnasia. La cama es sencilla, con un cabezal plano, sin pies y está cubierta con una colcha blanca de felpilla. No hay nada digno de ser señalado acerca del vestidor, las mesillas de noche y las lámparas. Las paredes son de un tono amarillo claro, la sombra de una nube en la luz del sol de la mañana. Ningún objeto artístico interrumpe las lisas superficies. Para algunos, la habitación podría parecer austera, pero cuando Sasha esta presente, el espacio está tan decorado como la habitación barroca de un castillo francés y tan serena como cualquier rincón de meditación de un jardín zen. Nunca duerme a intervalos, sino tan profundamente como una piedra en el fondo del mar; a veces te encuentras alargando la mano para tocarla, para sentir el calor de su piel o el latido del pulso, para apaciguar el repentino temor por ella que te sobrecoge de cuando en cuando. Como con tantas otras cosas, siente pasión por el sueño.

Y también le apasiona la pasión y cuando hace el amor contigo, la habitación desaparece, estás en un tiempo sin tiempo, en un lugar sin lugar, donde sólo existe Sasha, sólo su luz y su calor, su luz gloriosa que arde pero no quema.

Cuando pasé junto a los pies de la cama y me dirigí hacia la primera de las tres ventanas para cerrar las cortinas, vi que había un objeto sobre la colcha. Era pequeño, irregular y muy pulimentado: un fragmento de porcelana china pintada a mano. Una boca sonriente, la curva de una mejilla, un ojo azul. Un pedazo del rostro de la muñeca Christopher Snow que se había hecho pedazos contra la pared de la casa de Angela Ferryman justo antes de que se apagaran las luces y el humo cubriera la escalera.

Al menos un miembro del grupo había estado aquí durante la noche.

Me puse a temblar otra vez, pero ahora mas por la furia que por el miedo. Saqué la pistola de la chaqueta y revisé la casa, desde el ático hasta la planta baja, cada habitación, cada armario, cada esquina, cada rincón en el que una de aquellas odiosas criaturas pudiera esconderse. Maldiciendo, lanzando amenazas que estaba dispuesto a cumplir. Abrí puertas violentamente, cajones, comprobé debajo de los muebles con la escoba. Creé una tensión tal que Orson vino corriendo a mi lado esperando encontrarme luchando por mi vida, luego me siguió a una distancia prudencial, como si temiera que, en ese estado de agitación, pudiera dispararme a los pies y a él en las patas si se acercaba más.

En la casa no había ningún miembro del grupo.

Cuando finalice la búsqueda, llené un cubo con agua amoniacal y con una esponja limpie todas las superficies que el intruso o intrusos pudieran haber tocado: paredes, suelos, escalones y barandillas, muebles. No porque creyera que podían haber dejado algún microorganismo que pudiera infectarnos, sino porque los creía sucios en sentido espiritual como si no hubieran salido de los laboratorios de Wyvern, sino de un agujero de la tierra desde el cual se elevan humos de sulfuro, una luz terrible y los gritos lejanos de los condenados.

Desde el teléfono de la cocina llame a la línea directa de la KBAY. Antes de marcar el último número recordé que Sasha ya no estaba en el aire, sino de camino a casa. Colgué y marque el número del móvil.

– Hola, Snowman -dijo.

– ¿Donde estas?

– A cinco minutos.

– ¿Has cerrado las ventanillas?

– ¿Que?

– Por el amor de Cristo, ¿has cerrado las ventanillas?

– Ahora si -repuso después de un momento de vacilación.

– No te detengas por nada. Por nada. Ni siquiera si encuentras a un amigo o un poli. Especialmente un poli.

– ¿Y si atropello a una viejecita?

– No será una viejecita. Solo lo parecerá.

– Estas espantoso, Snowman.

– Yo no. El resto del mundo. Escucha, quiero que permanezcas al teléfono hasta que estés frente a la casa.

– Explorer a torre de control la niebla casi ha desaparecido. No me subestimes.

– No te subestimo. Eres tu quien lo hace. Estoy inquieto.

– Ya lo he notado.

– Necesito oír tu voz. Hasta que estés en casa, necesito oír tu voz.

– Suave como la bahía -dijo, intentando animarme un poco.

La tuve al teléfono hasta que metió el coche en el cobertizo y apagó el motor.

Con sol o sin sol, quise salir y estar a su lado cuando abriera la puerta del coche. Quería estar a su lado con la Glock en la mano mientras se acercaba al porche trasero de la casa, que era la entrada que siempre utilizaba.

Me pareció que había pasado una hora hasta que oí sus pasos en el porche, entre las mesas llenas de hierbas embotelladas.

Cuando entró por la puerta abierta yo estaba bajo la brillante luz de la mañana que iluminaba la cocina. La cogí entre mis brazos, cerré la puerta de golpe tras ella y la apreté tan fuerte que por un momento ninguno de los dos pudo respirar. Luego la bese, era tan calida, tan real, tan real y gloriosa, tan gloriosa y tan viva.

No importaba lo fuerte que la abrazara, la dulzura de sus besos. Todavía persistía el presentimiento de que iba a sufrir terribles pérdidas.

VI EL DIA Y LA NOCHE

32

Con todo lo que había sucedido durante la noche anterior y con todo lo que iba a acontecer durante la noche siguiente, no pensé que haríamos el amor. Pero Sasha no podía imaginar no hacer el amor. Aunque desconocía la razón de mi terror, mis temores y estremecimientos ante la posibilidad de perderla fueron un afrodisíaco para ella.

Orson, siempre caballero, se quedó en la planta baja, en la cocina. Subimos las escaleras y entramos en el dormitorio y de ahí al tiempo sin tiempo y al lugar sin lugar donde Sasha es la única energía, la única forma de materia, la única fuerza en el universo. Tan brillante.

Después le conté todo lo que había sucedido desde la puesta de sol hasta el amanecer, le hablé de los monos del milenio y de Stevenson, de cómo Moonlight Bay era ahora una caja de Pandora llena de miríadas de demonios.

Si creyó que estaba loco, lo disimuló muy bien. Cuando le conté el encuentro con el grupo que Orson y yo tuvimos después de abandonar la casa de Bobby, se le puso la carne de gallina y tuvo que abrigarse. Poco a poco fue comprendiendo lo difícil de la situación, que no teníamos a nadie a quien acudir y que ni siquiera se nos permitía salir de la ciudad, que ya podíamos estar contagiados por la plaga de Wyvern, con efectos que ni siquiera podíamos imaginar.