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El era el jefe del grupo. No lo dudé un instante. Llevaba zapatos deportivos, téjanos, una camisa de franela y un reloj en la muñeca, si lo hubieran puesto en una ronda de identificación con cuatro gorilas, nadie hubiera tenido dificultad alguna en identificarlo como el único ser humano presente. Sin embargo, a pesar de las ropas y de la forma humana, irradiaba el aura salvaje de algo infrahumano, y no por el brillo de los ojos sino porque sus rasgos se retorcían en una expresión que no reflejaba una emoción humana que se pudiera identificar como tal. Aunque fuera vestido, también hubiera podido ir desnudo, iba completamente afeitado, desde el cuello hasta la cabeza, pero podía ser tan pe ludo como un simio. Si vivía dos vidas, estaba claro que le iba mejor la que vivía por la noche, con el grupo, que la que viviera durante el día, entre aquellos que no estaban transformados como él.

Sostenía la Glock con el brazo estirado, y me apuntaba a la cara.

Orson se abalanzó sobre el, gruñendo, pero Scorso fue el más rápido de los dos. Dio una fuerte patada en la cabeza del perro, Orson cayó y se quedó inmóvil, sin un gemido ni un movimiento en las patas.

Sentí que mi corazón se desplomaba como una piedra en un pozo.

Scorso me disparó un tiro en la cara. Por un instante eso es lo que me pareció. Pero una décima de segundo antes de que apretara el gatillo, Sasha le disparo en la espalda desde el otro extremo de la habitación, el crac que oí fue el de su Chiefs Special.

Scorso acusó el impacto y desvió el arma. El suelo de madera junto a mi cabeza se astilló cuando la bala lo atravesó.

Scorso, herido pero menos preocupado que cualquiera de nosotros con un tiro en la espalda, giró en redondo y agitó la Glock mientras se volvía.

Sasha se tiró al suelo, salió rodando de la habitación y Scorso vació la pistola en el lugar donde ella había estado. Apretó el gatillo aun después de que el cargador estuviera vacío.

Observé cómo brotaba la sangre oscura y espesa de su camisa de franela.

Finalmente tiró la Glock y se volvió hacia mí. Por un momento pareció contemplar si bailar un zapateado encima de mi cara o arrancarme los ojos, dejándome ciego y moribundo. No escogió ninguna de estas dos opciones sino que se dirigió hacia la ventana rota por la que habían huido los últimos dos monos.

Estaba a punto de salir de la casa al porche cuando Sasha reapareció y aunque parezca increíble, lo persiguió.

Le grité que se detuviera, pero parecía tan salvaje que no me hubiera sorprendido nada ver aquella luz espantosa en sus ojos. Atravesó la sala de estar y salió al porche mientras yo todavía estaba incorporándome en medio de los pedazos rotos de la mesa del café.

Afuera resonó el Chiefs Special, volvió a sonar y luego otra vez.

Aunque ahora era evidente que Sasha estaba capacitada para cuidar de sí misma, quise ir tras ella y cubrirle las espaldas. Aunque acabara con Scorso, era probable que la noche ocultara más monos que aunque una pinchadiscos de primera categoría los pudiera dominar… la noche era su reino, no el de ella.

Sonó el cuarto disparo. Y el quinto.

Vacilé porque Orson yacía inmóvil y no podía ver su flanco elevarse y descender con la respiración. O estaba muerto o inconsciente. Si estaba inconsciente, podía necesitar ayuda. Había recibido una patada en la cabeza. Y aunque estuviera vivo, corría el peligro de tener el cerebro dañado.

Empecé a llorar. El dolor me hacía llorar. Como siempre.

Bobby estaba atravesando la sala de estar sujetándose con una mano el hombro herido.

– Ayuda a Orson -le dije.

Me negué a pensar que nada podía ayudarle, porque la posibilidad era tan terrible que ni siquiera quise considerarla.

Pia Klick lo hubiera comprendido.

Quizá Bobby también.

Esquivando muebles y monos muertos, pisando cristales rotos, corrí hacia la ventana. La lluvia impulsada por el viento agitaba los fragmentos de cristal que todavía estaban fijos en el marco de la ventana. Atravesé el porche, bajé los escalones y me metí en el corazón del chaparrón con Sasha, que se encontraba a treinta pies de las dunas.

Carl Scorso yacía con la espalda en la arena.

Mojada y temblorosa, Sasha estaba a su lado, recargando el revólver. Debió de acertarle casi todos los disparos que había oído, pero debía pensar que podía necesitar más.

De hecho Scorso se retorcía y movía las manos en la arena, como si quisiera meterse en ella, como hacen los cangrejos.

Con un estremecimiento de horror, se inclinó y disparó el último tiro, esta vez en la nuca.

Cuando se volvió hacia mí, estaba llorando. Y no intentó reprimir las lágrimas. Yo ya no lloraba. Y me dije a mí mismo que uno de nosotros debía mantenerse sereno.

– Eh -dije suavemente.

Ella vino a mis brazos.

– Eh -murmuró junto a mi cuello.

La abracé.

La lluvia caía con tal fuerza que no podía ver las luces de la ciudad. Moonlight Bay podía haberse disuelto en este flujo infernal, desapareciendo como si sólo hubiera sido la escultura de arena de una ciudad.

Pero seguía estando allí. Esperando que la tormenta remitiera, y luego otra, y otra, hasta el final de los días No había escape. No para nosotros. Llevábamos Moonlight Bay en nuestra sangre.

– ¿Qué será de nosotros ahora? -preguntó, todavía en mis brazos.

– Viviremos.

– Todo es tan confuso…

– Como siempre.

– Todavía están allá afuera.

– Quizá nos dejen tranquilos por una temporada.

– ¿Adonde vamos a ir, Snowman?

– A casa. A tomar una cerveza.

Todavía temblaba, y no a causa de la lluvia.

– ¿Y después qué? No podemos estar bebiendo cerveza siempre.

– Mañana tendremos buen oleaje.

– ¿Va a ser tan sencillo?

– Encárate a las grandes olas mientras puedas.

Volvimos hacia la casa y nos encontramos a Bobby y a Orson sentados en los escalones en el porche de atrás. Había sitio suficiente para que nos sentáramos junto a ellos.

Ninguno de mis hermanos estaba del mejor humor.

Bobby necesitaba un antibiótico y un vendaje.

– Es una herida superficial, fina como una cuchilla, y sólo debe tener medio centímetro de profundidad.

– Lo siento por la camisa -dijo Sasha.

– Gracias.

Orson se levantó, descendió los escalones, se metió en la lluvia y vomitó en la arena. Era una noche para el vómito.

No pude apartar los ojos de él. Estaba trémulo de miedo.

– Quizá debiéramos llevarlo a un veterinario -dijo Sasha.

Negué con la cabeza. No lo llevamos al veterinario.

No iba a llorar. Yo no lloro ¿Cuánta amargura puedes soportar tragándote tantas lágrimas?

Cuando pude hablar, dije.

– No confiaría en ningún veterinario de la ciudad. Probablemente forman parte de todo esto. Si se dan cuenta de que es uno de los animales de Wyvern, podrían llevárselo otra vez a los laboratorios.

Orson estaba con la cabeza levantada hacia la lluvia, refrescándose.

– Volverán -dijo Bobby, refiriéndose al grupo.

– Esta noche no. Y quizá no durante mucho tiempo.

– Más pronto o más tarde.

– Sí.

– ¿Y qué más? -se preguntó Sasha- ¿Qué más?

– Ahí afuera hay un caos -dije recordando lo que me había dicho Manuel- Un mundo completamente nuevo ¿Quién demonios sabe lo que hay en él, o lo que va a nacer de él?

A pesar de todo lo que había visto y todo lo que había aprendido del proyecto Wyvern, quizá no fue hasta ese momento en los escalones del porche cuando comprendimos de verdad que estábamos viviendo el fin de la civilización, en el borde de Armagedón. Como los tambores del Juicio Final, una lluvia fuerte e incesante batía el mundo. Esta noche era como cualquier otra noche en la tierra y no me hubiera sentido más extraño si las nubes se hubieran abierto para dar paso a tres lunas en lugar de una y el cielo estuviera lleno de estrellas que no había visto antes.

Orson lamió el agua que se había concentrado en el último escalón del porche. Vino a mi lado más seguro que cuando había bajado.

Vacilante, utilizando el código de los movimientos del sí y el no, le pregunté cómo se encontraba. Estaba perfectamente.

– Jesús -exclamó Bobby con alivio. Nunca le había visto tan conmovido.

Entré a coger cuatro cervezas y el cuenco en el que Bobby había escrito la palabra Rosebud. Luego volví al porche.

– Hay un par de cuadros de Pia con agujeros de bala -dije.

– Le echaremos la culpa a Orson -apuntó Bobby.

– No, sería más peligroso que un perro con un arma.

Nos quedamos unos instantes en silencio, escuchando la lluvia y el delicioso susurro del aire fresco.

Miré hacia el cuerpo de Scorso que yacía en la arena. Ahora Sasha era una asesina como yo.

– Esto ha sucedido de verdad -dijo Bobby.

– Totalmente -repuse.

– Fantástico.

– Una locura -apuntó Sasha.

Orson se esponjó.

34

Envolvimos a los monos muertos con unas sábanas. Y el cuerpo de Scorso también. Esperaba que se sentara y alargara la mano hacia mí, arrastrando las vendas de algodón, como si fuera una momia de una de esas películas de hace muchos años, en una época en la que a la gente le asustaba más el mundo sobrenatural que el mundo real que les había tocado vivir. Luego los metimos en la parte trasera del Explorer.

Bobby había sacado unos plásticos del garaje que habían dejado los pintores que hacía poco le habían barnizado la madera de la casa. Los utilizamos para cubrir las ventanas rotas lo mejor que pudimos.